Si hiciésemos una encuesta y preguntásemos el nombre de cinco
películas que tratan el tema educativo, el
club de los poetas muertos ocuparía, sin lugar a dudas, el puesto número
uno del ranking. La película de Peter Weir tiene poderosas razones para ser
considerada la película educativa por excelencia. ¿A quién no se le ha puesto
la piel de gallina al ver como los jóvenes alumnos del profesor Keating entonan
su “¡oh capitán, mi capitán!”,
puestos en pie sobre sus pupitres? El profesor abandona la clase con un “Gracias chicos”, consciente que acaba de
recibir el mayor premio que puede obtener un docente: la satisfacción de
comprobar que ha influido en sus alumnos, que los ha transformado. La sensación
del deber cumplido inunda su alma y se refleja en su sonrisa.
El club de los poetas muertos atesora un buen puñado de escenas y
frases inolvidables que incitan a la reflexión sobre cuáles deben ser los
objetivos del proceso educativo, sobre sus finalidades. Entre la escuela
transmisora y la educación transformadora, la película apuesta descaradamente
por la segunda opción. Transmitir vs Transformar. Escolarizar vs Educar. Dos
planteamientos bien diferenciados que posicionan a todos los docentes ante el
hecho educativo. ¿Qué pretendo conseguir con mis alumnos?
Hoy quiero reflexionar sobre una escena en concreto de la película,
sobre una de esas clases magistrales que el profesor Keating da a sus alumnos
de la academia Welton. En esta escena Keating saca a sus alumnos al patio, (el
aprendizaje no solamente se da entre las cuatro paredes de una clase), escoge a
tres y los invita a pasear por el patio. A los pocos minutos los tres alumnos empiezan
a caminar al mismo paso, y acto seguido son aplaudidos y vitoreados por el
resto de sus compañeros. El señor Keating les alerta entonces de lo previsible
de su reacción, de los peligros que encierra la conformidad. Siempre es más sencillo buscar un modelo que copiar,
aunque no nos represente, aunque no nos sintamos cómodos en él, que buscar un
estilo original y propio.
Somos seres sociales. Necesitamos sentirnos miembros de grupos, ello
sacia nuestras necesidades de pertenencia, de estima y de protección.
Aprendemos a ser en grupo, nuestro aprendizaje cobra sentido en un determinado
contexto, como miembros de una sociedad concreta, y ello nos lleva también a
aceptar, sin cuestionarlos en exceso, una serie de principios, creencias y
normas compartidas. Y la educación, además, es el medio que utilizamos para su
transmisión y aceptación.
Nuestras opiniones se sienten protegidas si sabemos que son
compartidas por una mayoría. Creamos asociaciones de todo tipo, plataformas en
defensa de tal o cual causa, nos hacemos seguidores del equipo de fútbol local,
o incluso nos afiliamos a un partido político. Nos sentimos cómodos rodeándonos
de personas con las que compartimos pensamientos o sentimientos, amoldándonos a
su manera de pensar y actuar. Pero al mismo tiempo también pagamos un precio
por ello.
Este es un aspecto especialmente espinoso cuando se trabaja con
adolescentes o jóvenes, ya que en esas edades la influencia del grupo se deja
notar de manera muy notable. La presión del grupo, como han demostrado
diferentes experimentos de psicología social (los más conocidos son los de
Solomon Asch), influye con fuerza en el comportamiento juvenil. Todos los que
trabajamos con alumnos de estas edades comprobamos cuan diferentes son sus
respuestas en función de si se producen en una sesión de tutoría individual o
en el contexto de clase, en presencia del grupo. Variables tan importantes como
el autoconcepto, la autoestima, el sentimiento de pertenencia, los roles y el
liderazgo, entran en juego distorsionando el comportamiento de nuestros
alumnos.
Una parte muy importante del trabajo realizado con jóvenes debería
centrarse en trabajar estos aspectos, completamente imprescindibles y
fundamentales si queremos que asuman el protagonismo y la responsabilidad de
sus decisiones. La autonomía y el pensamiento crítico, el debate moderado, el
ejercicio de la empatía, la anticipación de consecuencias a medio plazo, la
tolerancia,… deberían ser herramientas de uso generalizado en nuestras aulas. A
la hora de diseñar las actividades de clase, que de vez en cuando voy compartiendo
en el blog, estos son los criterios que intento trabajar con mis alumnos.
Quiero acompañar la reflexión de hoy recuperando el precioso poema de
Robert Frost con el que Keating incita a sus alumnos a que inicien la búsqueda de
sí mismos, a que encuentren su propio camino. Si no partimos de esta base, si
no dejamos que cada alumno asuma el protagonismo de sus decisiones (con sus
pros y sus contras), corremos el riesgo de que todo lo que creíamos conseguido
se nos derrumbe a las primeras de cambio.
“Dos caminos
divergían en un bosque, y tomé el menos transitado. Eso hizo que todo fuera
diferente”
¡FELIZ REFLEXIÓN!
Hermosa entrada.
ResponderEliminarCordiales saludos.
Gracias Pilar.
EliminarMe estoy acordando de una parte de la serie "El profesor Poopsnagle y el autobús volador". Llega un momento en que los "malos" de la serie por fin observan el autobús volador y llaman a Bruto, el Superordenador, para que registre su existencia. Cuando Bruto afirma que "no es lógico", el Conde Sator (jefazo de los "malos") afirma que él y tres personas más están viéndolo, a lo que el ordenador responde que "cuatro por cero es igual a cero". Creo que resume bastante bien el tema de la presión de grupo (aunque en este caso al ordenador le da igual). El grupo puede estar equivocado, pero muchas veces la presión que ejerce hace que la persona que está en lo cierto llegue a replantearse la certeza de sus convicciones. Hace falta estar muy seguro de lo que se sabe para poder defenderlo con eficacia.
ResponderEliminarSiento decir que desconozco esta serie, aunque por lo que he visto por edad debería sonarme. Coincido contigo en tu comentario, es tremendamente complicado mantener una opinión cuando va en contra de la mayoría. Hay bastantes experimentos en psicología social que dejan patente como influye la presión del grupo y como su efecto acaba por socavar la confianza en nuestras opiniones y nos hace dudar de algo que nos parecía más que evidente. Por otra parte considero que este efecto no deja de tener su parte positiva, pues una defensa a ultranza de nuestras opiniones nos aleja de la perspectiva. Necesitamos "acomodar" las opiniones de los demás, pero haciéndolas coherentes con nuestra percepción de los hechos.
EliminarGracias por tan interesante comentario.