“¡¡Te voy a poner dos velas negras!!”, amenazaba furibunda hace unos
años la televisiva bruja Lola. Tras escucharla uno se debatía entre el acojono
y el descojono. Si finalmente la opción elegida era “acojonarse”, es decir, dar
credibilidad a la amenaza, entonces ponemos nuestro organismo en alerta para
detectar todas las posibles amenazas, peligros e infortunios que nos deparará
la supuesta maldición. Y, efectivamente, no tardaremos en encontrar alguna
desgracia que confirme nuestros pensamientos. Si elegimos “descojono”, tras un
breve, pero intenso, momento de carcajada (con lagrimas incluidas), olvidaremos
el incidente y lo archivaremos en nuestro anecdotario, para posteriormente sacarlo
a relucir en cualquier reunión con amigos al calor de una barra de bar.
En cualquier caso, así suelen funcionar las supersticiones: gatos
negros, tijeras abiertas, espejos rotos, escaleras por las que cruzar,… tienen
el poder que les queramos dar. Si nos levantamos convencidos de que hoy,
martesytrece, debemos estar especialmente prevenidos ante la mala fortuna, es
seguro que algunos desafortunados incidentes nos ocurrirán a lo largo del día.
Sin embargo, si la fatídica fecha nos pilla desprevenidos y sólo caemos en la
cuenta del día que era a la hora de acostarnos, habremos estado condenados a
sufrir un monótono y cotidiano día, bastante similar al lunes 12 o al miércoles
14.
Aun así encontramos a muchas personas que creen o tienen cierto
respeto a las supersticiones, y que en consecuencia, condicionan su manera de comportarse a estas
creencias. Lo curioso es que, puestos a creer en algo, ¿por qué estamos tan
predispuestos a aceptar las malas noticias, las desgracias, la mala suerte, y
no mostramos la misma predisposición para esperar que nos sucedan cosas positivas
y agradables? ¿Qué sentido tiene darle más crédito a las creencias negativas
que a las positivas? ¿Por qué es mucho más fácil encontrar a personas
supersticiosas que a gente que utilice amuletos para atraer la fortuna?
Existe en nosotros una tendencia irracional y patológica al pesimismo.
No sé si como resquicio adaptativo del hombre primitivo, cuyo estado de alerta
permanente era la única garantía posible para la supervivencia, o por influencia de la religión y la política
y su abuso del miedo como mecanismo de control, pero lo cierto es que, como
especie, tendemos más fácilmente a prever y aceptar desgracias que a esperar vientos
favorables. Tenemos, al menos en occidente,cierta predisposición cultural al pesimismo.
Recuerdo un consejo que me repitieron varias veces de pequeño: “piensa mal y acertarás”. ¿Por qué?, ¿qué sentido tiene sembrar la desconfianza como medida preventiva? Es cierto que estar prevenido contra las adversidades nos ayuda a encajarlas mejor, pero ¿acaso estos pensamientos no funcionan también como profecías autocumplidas y allanan el camino al fracaso?
Recuerdo un consejo que me repitieron varias veces de pequeño: “piensa mal y acertarás”. ¿Por qué?, ¿qué sentido tiene sembrar la desconfianza como medida preventiva? Es cierto que estar prevenido contra las adversidades nos ayuda a encajarlas mejor, pero ¿acaso estos pensamientos no funcionan también como profecías autocumplidas y allanan el camino al fracaso?
Titulaba el artículo de hoy con la frase de las dos velas negras, no
sólo por la amenaza de la bruja-vidente, sino sobre todo recordando la historia
de Egeo. Cuenta la mitología que Egeo fue rey de Atenas y padre del famoso héroe
Teseo. Durante su reinado los atenienses estaban obligados a entregar anualmente
a Creta siete doncellas y siete jóvenes como ofrenda para que fueran
sacrificados. El destino de estos jóvenes era servir de alimento al monstruoso
hijo de Minos, rey de Creta, el
Minotauro. En la última de las expediciones Egeo envió a Teseo, su propio hijo,
formando parte de la comitiva de ofrenda. Teseo había convenido con su padre
que a su regreso, si había conseguido acabar con el monstruo y regresar sano y
salvo, sus barcos portarían velas blancas, en vez de las habituales velas
negras que portaban estos barcos en señal de duelo. Tras derrotar al Minotauro
y raptar a Ariadna, la hija de Minos,
Teseo y los suyos huyen a toda prisa de las costas de Creta hacía Atenas. Pero
con las prisas olvidan cambiar las velas y vuelven con las negras puestas, a
pesar del éxito de su misión. Egeo, que pasaba los días esperando el regreso de
su amado hijo, descubre un día desde la costa aproximarse los dos barcos con
las velas negras hinchadas. Dando por sentado el fatídico final de su hijo y,
no pudiendo soportar la tristeza que le invade, decide acabar con su vida
ahogándose en el mar. Mar que por cierto recibe en la actualidad su nombre.
Así, como en esta historia, actuamos las más de las veces esperando y
anticipándonos a las desgracias, cuando no provocándolas con nuestras actitudes
y expectativas fatalistas. Un optimista no es un pesimista mal informado como se suele decir. Un
optimista es alguien que, consciente de sus limitaciones y de las dificultades
que tendrá que enfrentar, decide apostar por su futuro y emprende un camino.
Alguien capaz de entender que por duras que sean las circunstancias que nos
toque vivir, siempre conservamos la libertad de decidir CÓMO las queremos vivir. El cómo es siempre lo más importante, lo que nos define, un buen ejemplo de ello es la historia de Derek Redmond.
Si ante una situación como la actual de grave crisis económica,
alguien vaticina años y años de duro ajuste, de desgracias y de penosa travesía
del desierto, de aumento del desempleo y de precariedad,… inmediatamente le
escuchamos y le consideramos una persona bien informada. Si por el contrario
alguien alza la voz para proclamar que estamos tocando fondo, que hay síntomas
de recuperación y que estamos cerca de empezar a ver la luz al final del túnel,
lo tacharemos inmediatamente de iluminado, de ingenuo, o directamente de necio.
Sin embargo la diferencia de fondo entre ambas interpretaciones es mínima, tan
sólo cambia donde ponemos el foco. La realidad es la que es, cierto, pero
podemos elegir si ver el vaso medio lleno o medio vacío.
Sólo hace falta ojear los periódicos o ver los informativos para
darnos cuenta que tenemos una tendencia insana a devorar noticias desagradables
y morbosas. Las noticias sobre el aumento del paro, los desahucios, la
violencia, las desapariciones de niños,… acaparan horas de programación televisiva
y miles de páginas en los periódicos. Parece que observar las desgracias ajenas
nos sirve de bálsamo y de consuelo. Parecemos disfrutar revolcándonos en el
fango de las desgracias ajenas. ¿Dónde
queda en los medios el espacio para las historias de superación, para las
personas valientes que superan sus miedos y encaran la vida con valentía, dónde
el espacio para los emprendedores, para la gente solidaria, para historias de
cooperación, para los nuevos proyectos, para las nuevas ideas que surgen a
pesar de las dificultades? ¿Dónde queda el enfoque de la crisis como un momento
histórico para cambiar el rumbo del mundo? ¿Qué paso con aquello de... “este es el
momento de refundar el capitalismo”?
Para mí pesimismo es sinónimo de aceptación y parálisis. Optimismo es
sencillamente ponerse a caminar.
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