Todos aquellos profesionales interesados en mejorar cada día en su práctica profesional se preguntan cuál es la manera más adecuada, más eficaz, de realizar su trabajo. En el caso de la enseñanza esta inquietud sobre cuál es la mejor manera de enseñar, preocupa no sólo a los maestros, sino también a la mayoría de la sociedad, en tanto que como padres, entrenadores, monitores o supervisores, la mayoría de nosotros ejercemos la enseñanza durante buena parte de nuestra vida. La otra parte de nuestra vida la pasamos sentados en la bancada de enfrente, aprendiendo, ya que, ¿qué es la vida sino un continuo proceso de enseñanza y aprendizaje?
A pesar de tratarse de una de las actividades más antiguas del hombre, existe poco consenso con respecto a cuál es el método más adecuado para educar a nuestros hijos o alumnos. Y esto, a diferencia de lo que pudiera pensarse, da muestra de la extraordinaria importancia que damos a la enseñanza, puesto que esta falta de consenso proviene precisamente de las innumerables aportaciones, experiencias, estudios, teorías y opiniones sobre el arte de educar. Hasta tal punto que llegamos a acuñar la frase cada maestrillo tiene su librillo, admitiendo la gran variedad de metodologías adecuadas, e incluso no es difícil encontrar reputados y prestigiosos autores que defiendan posiciones y metodologías diametralmente opuestas. Esto se produce también porque, con total seguridad, no existe una única metodología válida para educar. Las diferencias sociales, culturales e individuales son tan acusadas, que es imposible educar a todos los individuos de la misma manera.
Todo ello nos lleva a la conclusión de que aunque existan multitud de métodos de enseñanza adecuados, en cada situación y con cada persona será más apropiado utilizar uno u otro, por lo que en realidad la famosa frase del "maestrillo" debería completarse con... y cada alumnillo tiene su cuadernillo. Y cada profesor, o padre, antes de lanzarse a leer en voz alta su librillo, debería dedicar un tiempo para ojear las notas del cuadernillo de sus alumnos. Y así, fruto del esfuerzo de ambos, tal vez lo leído por uno y lo escrito por otro se convierta en algo coherente, y por tanto transformador y duradero, es decir, útil. Es algo de puro sentido común, no puedo educar a todos mis alumnos por igual, de la misma manera que tampoco puedo educar a mis hijos igual. Cuántas veces hemos escuchado la frase “educados bajo el mismo techo, de la misma forma y, míralos… ¡qué diferentes son!” ¡Evidentemente!
No se trata de aplicar soluciones universales, entre otras cosas porque no existen, sino que la labor educativa consiste más en saber escuchar, en saber detectar inquietudes y necesidades, en saber adaptarse, que en aplicar programas y pruebas de evaluación preestablecidos y estandarizados. Es la filosofía de las dos orejas y una boca (escuchar es el doble de importante que hablar). Trasladar esto a la práctica educativa requiere, evidentemente, de recursos, cosa de la que no andamos muy sobrados últimamente, pero sobre todo, de lo que requiere es de voluntad y predisposición por parte de los educadores, y esto, conforme veo el patio últimamente, tampoco se si nos sobra.
No hay mayor injusticia que esa mal entendida democracia que trata a todos por igual y que a todos ofrece las mismas respuestas. Lo decía Mayor Zaragoza en una reciente conferencia en la que explicaba como modificaron los procesos de actuación de la Unesco, al darse cuenta de que sus mágicas y bien intencionadas propuestas occidentales no servían para solucionar los problemas educativos en distintos países de África o de Asia. Antes de ofrecer respuestas, es aconsejable haber escuchado las preguntas.
Un breve cuento para reflexionar…
Una gaviota descendió en un suburbio de la capital de Lu. El marqués de Lu le dio la bienvenida y la festejó en el templo, disponiendo para ella la mejor música y los más importantes sacrificios. Pero el ave estaba aturdida y parecía bien triste, no atreviéndose a tragar un bocado de carne o una sola copa de vino. Al cabo de tres días, murió.
El marqués de Lu agasajó a la gaviota como a él le gustaba ser agasajado y no como a ella le habría gustado.
(Zhuang Zi. Fábulas antiguas de China)
¡FELIZ REFLEXIÓN!
Me resulta un tema muy interesante y preocupante para toda la sociedad educativa. Como bien representa la viñeta en la actualidad todos los alumnos somos entrenados de la misma forma para conseguir el mismo resultado: "llegar a la cima del árbol, escalando por el mismo tronco", sin embargo olvidamos que cada alumno tiene unas necesidades e intereses diferentes y no nos paramos a observar las distintas cualidades de cada alumno. Así pues, si los docentes dedicaran una mínima parte de tiempo en tener consciencia de estas necesidades propias y únicas de cada alumno, quizá entenderían que el pez y el elefante, aun teniendo en común que son animales, no podrían llegar a la cima del árbol debido a sus cualidades, lo mismo ocurre con los alumnos, como bien dice esta entrada: Cada alumnillo tiene su cuadernillo.
ResponderEliminarEnhorabuena por el blog, y por esta entrada que me ha hecho reflexionar positivamente.
Gracias por tu comentario Carmen.
EliminarDurante muchos años la educación se ha basado en un modelo rígido fundamentado en el objetivo de transmitir conocimientos. Este modelo ha posibilitado una educación universal, accesible para todos. Sin embargo, hace ya tiempo que el modelo necesita dar un paso cualitativo, y este paso responde a la necesidad de ajustarse a las demandas y necesidades individualizadas de los alumnos y también a las diferentes demandas de un entorno en continuo y acelerado cambio. Creo que es el momento, y que además disponemos de profesionales, recursos y conocimiento para poner en marcha esta siguiente fase, esta revolución de la manera de entender la educación. Es necesario e indispensable hacerlo, de lo contrario las consecuencias serán tremendamente injustas con muchos, la mayoría de nuestros alumnos.
Un saludo Carmen.