miércoles, 4 de diciembre de 2013

NO HAY MAYOR CIEGO…

"El primer paso de la ignorancia es presumir de saber" Baltasar Gracián.

Es difícil ponerse frente al espejo y reunir la dosis necesaria de autocrítica para reconocer las virtudes y defectos propios. Casi me atrevería a afirmar que es un ejercicio que  roza lo imposible. De hecho, nuestra mente está programada justo para lo contrario. Venimos de serie equipados con una compleja serie de mecanismos de autodefensa que se activan para protegernos frente a las amenazas del entorno y, por supuesto, especialmente ante los ataques propios que, por otra parte, acostumbran a ser los más peligrosos y encarnizados. Así, nuestra mente está siempre alerta para, en el caso de que las cosas nos vengan mal dadas, dulcificar los hechos y llevarlos a nuestro terreno, encontrando convincentes argumentos que nos eximan de toda responsabilidad. Nos adentramos así en el fértil terreno de las excusas, los infortunios y las justificaciones, que nos sirven para poner a salvo nuestra autoestima. Este proceso, en principio positivo, no deja de estar exento de ciertos riesgos.

Así, un exceso de celo en nuestra autoprotección nos lleva a inventar una realidad paralela, en la que desfiguramos de tal manera los hechos que los dejamos prácticamente irreconocibles. Todo con tal de evitar asumir la más mínima autocrítica, todo con tal de mantener a salvo nuestro orgullo, nuestro ego. Acostumbrados a ver el mundo de esta manera (la nuestra), rechazamos cualquier argumento que mínimamente ponga en entredicho nuestras convicciones, nos enrocamos en ellas, nos endiosamos y convencemos de que somos poseedores de verdades universales y esto, paradójicamente, nos convierte en ignorantes. Adentrados en este sendero es cada vez más difícil salir de él, puesto que la ignorancia es una bestia prepotente y fanática que suele alimentarse de sus propios comentarios. Como dice el refrán la ignorancia es la madre del atrevimiento.

Una de las fórmulas más eficaces para sacudir nuestra consciencia y despertarnos de ese falso sueño es ver reflejadas nuestras actitudes en los demás. Todas las trabas y dificultades que encontramos para la crítica propia se esfuman cuando cambia el objetivo. Cuando se trata de linchar al otro, todo el mundo parece sentirse autorizado. Sin embargo, lo realmente doloroso sucede cuando en medio de ese linchamiento colectivo, seguramente con nuestras barreras defensivas aturdidas, nos damos cuenta de que las pedradas que con más rabia lanzamos son las que dirigimos hacía nuestros propios defectos. De repente reconocemos en la paja del ojo ajeno la viga propia. Es el momento de la sacudida, del despertar de la consciencia, el momento afortunado en el que se enciende la luz y podemos ver… o no. Porque no hay mayor ciego que el que no quiere ver.

A menudo suelo utilizar “cortos” en clase con mis alumnos y considero que son una buena herramienta para conseguir ese despertar, esa reflexión en el fondo propia, pero en la forma ajena. Para mí suponen una estrategia perfecta para invitarles a enfrentar sus excusas y sus miedos. La semilla está sembrada, que consiga o no el objetivo eso solo el tiempo lo dirá.

Recientemente he descubierto una de esas “semillas” para despertar consciencias en el cortometraje “Pipas” de Manuela Moreno. El corto es una joya de poco más de tres minutos que recoge a la perfección este objetivo. Una invitación en toda regla a mirarse el ombligo dirigida a los jóvenes y también a la sociedad en general (especialmente al sector educativo) que consiente que se expanda el virus de la ignorancia, ajena a los peligros que ello comporta. También en esto me sirve el título del post de hoy...




¡FELIZ REFLEXIÓN!


martes, 19 de noviembre de 2013

LA INERCIA DEL “EFECTO MATEO”

“Pues yo os digo que a todo el que tiene, se le dará; más al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará”

Esta es una conocida cita bíblica que, aunque se le atribuye a Mateo, también fue recogida por otros evangelistas. De hecho esta cita aparece hasta en cinco ocasiones en el Nuevo Testamento. Aparentemente la cita se encuentra bastante alejada de los supuestos de igualdad de oportunidades y justicia social aunque, mal que nos pese, retrata con bastante fidelidad un efecto que suele darse con frecuencia en nuestras aulas.

La cita aparece en la biblia como conclusión a la llamada “parábola de los talentos”, en la que se cuenta como un hombre que debía salir con urgencia al extranjero repartió de manera desigual su dinero entre sus siervos (dando a cada cual según su capacidad, matiza el texto). De esta forma al primero le entregó cinco talentos, a otro dos y al último solo uno. Aquellos a los que dio más decidieron negociar con el dinero consiguiendo doblar sus cantidades, sin embargo, al que entregó solo uno, tuvo miedo de perderlo y decidió enterrarlo y esperar la vuelta del patrón. A su regreso los tres fueron a recibirle y le mostraron el dinero prestado más los intereses ganados. Al llegar el turno del último, el señor  enfurecido le recriminó su actitud y sentenció quitarle su única moneda para entregársela a aquel que tenía más. Y es aquí donde, a modo de conclusión, aparece la conocida sentencia.

En el campo educativo nos encontramos con alumnos que disponen de más o menos talentos (en este caso referidos a capacidades). Y aunque cada cual decide invertirlos de manera diferente suele darse la pauta común que, aquellos que más “talentos” tienen suelen aprovecharlos para hacerlos crecer, mientras los que menos tienen suelen mostrarse más precavidos, más conservadores, y no suele ser infrecuente, que acaben incluso perdiendo lo poco que tenían. Este efecto, aplicado en concreto al proceso de aprendizaje de la lectura, se le denominó en psicología como Efecto de san Mateo, que consistiría en la traslación a la práctica educativa del consabido “dinero llama a dinero”.

Aquellos alumnos con facilidad para aprender y que experimentan éxitos tempranos suelen convertirse en buenos estudiantes, buenos negociantes según la parábola, que van doblando su capital inicial, mientras que, aquellos que fruto de sus escasos talentos fracasan en la adquisición de la lectura (sería aplicable a cualquier aprendizaje instrumental), suelen iniciar una espiral descendente que les lleva a acumular decepciones en varias parcelas. Llegado el momento de la evaluación, el regreso a casa del patrón, los comentarios a pie de boletín se encargan de parafrasear la bíblica cita: “Al que tiene…”

Es por ello que la Educación debe atender a este efecto e intentar compensar su incidencia, ejercer una función correctora destinando, por ejemplo, más recursos a aquellos que más lo necesitan. Y además, este “reparto extra de talentos” debe producirse en edades tempranas, evitando así que el miedo paralice a estos alumnos y les dé por “enterrar” su único talento con tal de no perderlo. Facilitar y reforzar experiencias de éxito tempranas estimulará a los alumnos menos talentosos a abandonar esta zona de inseguridad y los animará a poner en juego sus escasos recursos para poder, como el resto de sus compañeros, disfrutar del hecho de poner su talento a producir. Con ello estaremos invirtiendo la inercia del pernicioso efecto Mateo y siendo más justos con los alumnos y... sus talentos.


¡FELIZ REFLEXIÓN!

miércoles, 13 de noviembre de 2013

UN CUENTO PARA DESPERTAR A LOS PADRES

Solemos asociar los cuentos con fantásticas historias que contamos a nuestros hijos a la hora de acostarlos, y que esperamos les abran la puerta a un mundo de fantasía y sueños. Así a través de estas, aparentemente insignificantes historias, conseguimos crear momentos mágicos de complicidad y cercanía con nuestros pequeños. Sin embargo existen otros cuentos, otras historias, que más allá de abrirnos las puertas de los sueños nos despiertan a la vida, nos sacuden la consciencia y nos invitan a mirarnos por dentro.

Estos cuentos para despertar, que suelo utilizar a menudo en el blog, son una invitación a detenerse en el camino, a pensar sobre lo que somos y hacemos y lo que creemos ser. Una llamada a la necesaria reflexión que nos permite madurar, crecer interiormente y sentir más coherencia entre nuestros valores, pensamientos y acciones. Esta reflexión se hace más imprescindible si cabe cuando hablamos de educación. La transcendental influencia que como educadores ejercemos sobre nuestros alumnos o hijos nos obliga a comprometernos en ese proceso de mejora constante.

Recientemente publiqué un cuento para despertar a los profesores, adaptando una historia de Elizabeth Silance Ballard, que rápidamente se convirtió en la entrada más visitada del blog. Hace algunos meses ya había publicado un cuento para despertar a los alumnos y, como la serie estaba incompleta, hoy el cuento lo dedico a la tercera pata de la mesa educativa: los padres. El cuento dice así…

Un joven matrimonio entró en uno de las mejores tiendas de juguetes de la ciudad. Los dos estaban entretenidos mirando, sin prisas, todos los juegos y juguetes apilados en las estanterías. Había muñecas que lloraban y reían, juegos electrónicos, construcciones, peluches gigantes, instrumentos musicales… pero no acababan de decidirse. Al acercarse la dependienta, la esposa le preguntó:

-Perdone señorita, tenemos una niña pequeña, pero estamos casi todo el día fuera de casa y, a veces incluso hasta de noche.

-Es una cría que apenas sonríe – añade el marido.

-Quisiéramos comprarle algo que la hiciera feliz – añade la esposa – algo que le diera alegría aun cuando no podamos estar más tiempo con ella.

-Lo siento- sonrió la dependienta- pero aquí no vendemos padres.

*IMAGEN: Escultura de la familia de Manuel García Linares. Gijón.

¡FELIZ REFLEXIÓN!


miércoles, 6 de noviembre de 2013

EDUCAR DESDE EL INTERIOR

Durante décadas los psicólogos se han visto enzarzados en una contumaz controversia entre el peso de la herencia y el ambiente en la conducta. Así, ambientalistas e innatistas, han defendido obstinadamente posturas antagónicas. Los psicólogos conductistas defendieron hasta el extremo la importancia de los factores ambientales, llegando al extremo de asegurar que a través del entrenamiento adecuado se podía obtener cualquier resultado deseado (sólo cabe recordar la famosa afirmación de Watson), prescindiendo de variables como el talento o la vocación.  Desde este punto de vista, la aplicación de las técnicas de modificación de conducta al sistema educativo (premios/castigos) permitía diseñar un patrón ideal de comportamiento al que todos los alumnos, con pequeñas variaciones, podrían ajustarse. Este sistema educativo, basado en el exhaustivo diseño y control de todos los elementos del curriculum, incluyendo por supuesto el metodológico, permite asignar a la educación la capacidad creadora propia del profesor Frankenstein.  La “educación productora” se desarrolló al amparo de la revolución industrial posibilitando cubrir el suministro de trabajadores medianamente cualificados a las empresas.  Si bien también es cierto que esta demanda posibilitó el nacimiento de sistemas educativos universales, dirigidos a la totalidad de la población.

Por contra, los innatistas defendían el determinismo genético, asegurando que de la misma manera que nuestra herencia determina nuestra altura o color de ojos, condiciona igualmente nuestra inteligencia o sociabilidad. Llevadas al extremo, estas teorías llegaron a demostrar la supremacía intelectual de unas razas sobre otras, defendiendo por tanto, la inutilidad de determinadas inversiones en colectivos “infradotados” genéticamente. Estos presupuestos aplicados a la educación servirían para defender propuestas basadas en la segregación y la atención diferenciada a los alumnos en función de variables como la raza o el sexo, ajustando así los objetivos a las expectativas previas. Esta “Educación sentenciadora” también dejó su impronta en varios modelos educativos.

Sin embargo, con el paso del tiempo, las posiciones han ido moderándose y al tiempo que las evidencias científicas demostraban el enorme peso de la herencia en las variables conductuales, aparecía el término de neuroplasticidad para atenuar su influencia y abrir nuevamente la puerta a los factores ambientales.  Las recientes aportaciones de la neurociencia suponen encontrar el necesario punto de encuentro y consenso entre ambas corrientes.  La herencia reparte las cartas pero es el ambiente el que decide las reglas del juego. Utilizando el mundo vegetal como ejemplo, la semilla sólo germina si encuentra las condiciones adecuadas para hacerlo.

Las recientes aportaciones van más allá al afirmar que el aspecto verdaderamente fundamental se encuentra en la interacción entre ambos aspectos. Así, lo realmente posibilitador es cómo el ambiente interactúa con la predisposición genética, llegando incluso a poder modificarla. Por ello hablamos de plasticidad cerebral.

Estas observaciones tienen una importancia capital para el campo educativo, pues descartan de manera contundente las teorías de “tabula rasa” en las que se compara al niño con una vasija vacía que hay que llenar de contenido. La neurociencia demuestra que los niños vienen con “equipamiento de serie”, con predisposiciones genéticas, con respuestas y preferencias programadas. Ello convierte a cada niño en un ser diferencial y único, y que consecuentemente necesitará de estímulos ambientales diferentes.

Un sistema educativo de “café para todos”, que ostente falsas pretensiones de universalidad y justicia al ofrecer a todos sus alumnos un curriculum común es, en realidad, una de las mayores afrentas posibles a la igualdad de oportunidades. Tratar a todos por igual supone ignorar la condición diferencial de cada individuo, dejar de atender sus talentos y necesidades.

Todos los niños vienen programados para el aprendizaje, esta es su principal herramienta para la supervivencia. El bebé nace con casi todo por aprender, necesita de la estimulación del entorno para desarrollar sus potencialidades. Privados de esa adecuada estimulación habrá capacidades que no llegarán a desarrollarse nunca. Es por ello que la educación debe ser sensible a estas necesidades y actuar en consecuencia, de lo contrario se hará realidad la triste sentencia atribuida a George Bernard Shaw, “Desde muy niño tuve que interrumpir mi educación para ir a la escuela.


¡FELIZ REFLEXIÓN!

miércoles, 30 de octubre de 2013

GRU, AGNES Y EL COACHING EDUCATIVO.

A veces uno no sabe qué es más complicado: si salvar al mundo de su segura destrucción o hacerse cargo de la educación de unos pequeños. Sino que se lo pregunten a Gru, el protagonista de la película “Mi villano favorito”. Aunque tal vez no haya muchas diferencias entre ambos desafíos… ¿no creen?

Educar a tres pequeñas se convierte en el reto más difícil al que Gru ha tenido que enfrentarse nunca. Frente a ello, robar la luna o desbaratar los planes de un peligroso villano son simples juegos de niños. Sin embargo, nada le resulta más enriquecedor y transformador como encargarse de las pequeñas Margo, Edith y Agnes. Las niñas acaban convirtiendose en maestras del villano. Su inocencia y sencillez lo transforman.

En una escena de la película (Mi villano favorito 2) Gru está sentado en la escalera a la puerta de su casa. Llueve a mares y está completamente empapado, pero parece no importarle. Lucy, su compañera de investigación, acaba de decirle que ha aceptado una oferta para irse a la mañana siguiente a trabajar al extranjero. Nunca más volverá a verla. Esa despedida sirve para despertar la consciencia de Gru con respecto a sus verdaderos sentimientos hacia ella: la quiere y está a punto de perderla. Se encuentra atrapado, confundido, se debate entre buscarla y sincerarse con ella o acallar sus sentimientos y dejarla marchar. La lluvia cae con fuerza, pero poco importa, Gru está junto a sus pensamientos a kilómetros de distancia.

En ese momento aparece la pequeña Agnes agarrada a su unicornio de peluche. Se acerca y le pregunta qué le pasa. El villano regresa de su mundo de preocupaciones y explica lo que le sucede a la niña. En ese instante la pequeña, con su dulce vocecita, le pregunta: ¿Hay alguna cosa que yo pueda hacer? - No cariño - contesta Gru sonriendo, conmovido por el ofrecimiento.

Cuando parece que la conversación ha terminado, la pequeña Agnes insiste de nuevo con su mismo tono ingenuo: Y, ¿hay alguna cosa que tú puedas hacer? La pregunta lo descoloca. La pregunta despierta su responsabilidad. Depende de él luchar por lo que quiere y, está a tiempo de intentarlo. Es el momento de la acción.

Creo que esta escena retrata con claridad el proceso de coaching educativo. El cambio, el aprendizaje, nace de la consciencia, de la necesidad, nace del interior del alumno. No se puede imponer ni forzar el aprendizaje, al menos el duradero. Es el alumno, como protagonista de su aprendizaje, quien debe dotar de significado aquello que está aprendiendo. Sin ese despertar de la consciencia y la responsabilidad que consigue Agnes con un par de preguntas, no puede darse aprendizaje ni cambio.

En esta escena, las preguntas de Agnes son como las piedras que al golpearlas producen la chispa que prende en el desánimo de Gru. Atrapado en su desconcierto, necesita de ese estímulo para ponerse en movimiento. Necesita que alguien lo rescate del mundo de excusas y lamentaciones en el que seguramente se está sumergiendo.

Así, la principal función de los maestros no es explicar y mostrar los contenidos, sino despertar ese fuego, esa necesidad en sus alumnos. La cuestión transcendental no es el qué, sino el para qué. Los niños son innatamente curiosos, vienen de serie programados para aprender, no en vano de ello depende su supervivencia en los primeros años. Si somos capaces de canalizar esta curiosidad, su capacidad de asombro como dice Catherine L’Ecuyer, podremos concederles el papel protagonista, el de creadores de su proceso de aprendizaje.

No se trata de ofrecer todas las respuestas (¿acaso las tenemos?),  sino de plantear las preguntas adecuadas. Así visto, el maestro no es alguien que resuelve dudas, sino alguien que las genera y aviva. Maestro no es quien indica el camino, sino quien invita a explorar uno nuevo.


¡FELIZ REFLEXIÓN!

martes, 22 de octubre de 2013

ACOSTAR AL NIÑO EN LA CAMA DE PROCUSTES.

Cuenta la mitología griega que cuando Teseo cumplió dieciséis años su madre le confió el secreto de su verdadera paternidad. Etra le reveló que en realidad era hijo de Egeo, rey de Atenas, y que su padre había dejado unos regalos para él escondidos bajo una pesada roca, de forma que solo pudiera recogerlos cuando fuera lo suficientemente fuerte como para levantarla. El joven Teseo, tras recoger los presentes que su padre consideraba necesitaría para su viaje (unas sandalias y una espada), inicia el peligroso camino desde su ciudad natal de Trecén hasta Atenas para conocer a su padre y reclamar su derecho al trono.

Este camino se convierte en un viaje iniciático para el joven Teseo quien deberá enfrentarse en solitario a decenas de salteadores y asesinos durante su camino, a cada cual más despiadado y sanguinario. Uno de los últimos personajes con los que se encuentra en su camino es con el viejo Procustes.

Procustes disponía de una casa en las colinas cerca de Atenas, y de manera amable acostumbraba a ofrecer posada a todos los viajeros que se encontraban a las puertas de la ciudad, agotados tras el largo viaje. Tras la reparadora cena, Procustes ofrecía al viajero una cama de hierro en la que poder pasar la noche. Sin embargo, en mitad de la noche, mientras el viajero dormía, el sádico Procustes ataba al desgraciado a su cama. Si el viajero era más alto que la medida de la cama, Procustes procedía a serrar las partes del cuerpo que sobresalían. Si, por el contrario era de menor longitud, se dedicaba a quebrarle los huesos a martillazos para posteriormente estirar su cuerpo, de forma que de una u otra manera, el desdichado acabara teniendo la medida exacta de su metálica cama. Algunas versiones recogen que el despiadado Procustes tenía en realidad dos camas, por lo que nunca nadie encajaba a la perfección en ella. Finalmente fue Teseo quien dio de probar a Procustes de su propia medicina cuando, tras engañarlo, acabó con su vida atándolo en aquella misma cama.

Procustes sufría una enfermiza obsesión a “ajustar” todo a una medida establecida y, además, se enorgullecía de tener un método rápido para conseguirlo. Todos los viajeros que tenían la mala fortuna de aceptar su invitación acababan destrozados.

Salvando lo “salvaje” de la comparación, a menudo, el sistema educativo actúa de forma parecida. Los alumnos son amablemente hospedados en sus aulas para, acto seguido, proceder a su evaluación y comparación con las medidas oficiales, escrupulosamente descritas en forma de objetivos curriculares, para a continuación determinar si es necesario amputar o estirar.

El sistema educativo abusa de la comparación constante entre el alumno y la norma, prescindiendo en muchas ocasiones de la más importante de las comparaciones, la del alumno consigo mismo. Comparar el ritmo de aprendizaje de un alumno con el resultado esperado, normalizado, acaba pervirtiendo el proceso de enseñanza-aprendizaje de manera casi tan cruel como los métodos utilizados por el “hospitalario” Procustes. En primer lugar porque no se tienen en consideración suficiente los diferentes ritmos madurativos de cada niño y, en segundo lugar, porque esa medición no atiende por igual a todos los aspectos del desarrollo.

Los niños son invitados a acostarse en una cama que los medirá, comparará, evaluará y juzgará. Si el niño tiene la fortuna de ajustarse a la normalidad, la cama será benevolente con él y dejará que tenga felices sueños. Sin embargo, si sus medidas, bien por defecto o por exceso no coinciden con las propuestas, esta se convertirá en la cama de clavos del faquir haciéndoles sufrir dolores y pesadillas.

Los niños no deben ser evaluados y etiquetados, sino observados y comprendidos.  No basta con disponer de camas de varios tamaños, que siempre es un primer paso, sino que lo ideal sería que cada niño dispusiera de las herramientas para poder construir aquella cama en la que se encuentre más cómodo. Mientras esto llega cuesta poco preguntar a los niños que tal han dormido, porque a veces nos creemos tan “inteligentes” que no necesitamos ni preguntar.


¡FELIZ REFLEXIÓN!

viernes, 11 de octubre de 2013

DESILUSIONADOS.

Generalmente cuando valoramos la eficacia de un sistema educativo el primer dato que tenemos en cuenta es el del porcentaje de alumnos que finalizan las diferentes etapas en que se divide. De esta forma definimos el fracaso escolar como la cantidad de alumnos que no consiguen finalizar sus estudios, que no consiguen superar al menos el nivel de la enseñanza obligatoria. Así, si observamos las diferentes estadísticas que comparan los resultados educativos entre países observaremos como la variable que se utiliza en estos estudios es el porcentaje de fracaso. De esta manera, los países aparecen ordenados en un ranking de menor a mayor puntuación.

Atendiendo a esta variable cuantitativa se sobreentiende que todos aquellos que logran superar los diferentes niveles forman parte del grupo de “éxito”, mientras que los que no lo consiguen son etiquetados como fracasados. Este planteamiento, bastante coherente con la lógica académica, condena a entender la eficacia del sistema en términos binarios, de 0 y 1, el que saca más de un 5 sigue, el que no se queda.

Además estas mediciones suelen realizarse fijándose en la parte negativa de la ecuación, en los que se quedan, en los que fracasan. Esta forma de medir, un tanto paradójica, se utiliza también en otros ámbitos. Así por ejemplo analizamos la evolución del mercado laboral atendiendo al número de parados (rara vez al de activos). Este tipo de planteamientos no son tan inocuos como pudiera pensarse, puesto que esconden la trampa de dar por supuesto que todo aquel que no tiene frío tiene calor. Todo el que no aparece inscrito como demandante en los servicios públicos de empleo es porque está trabajando (lo cual es evidentemente falso y de ahí las diferencias entre las estadísticas del INEM y la EPA) y, de la misma manera, da por supuesto que todo aquel que ha finalizado sus estudios es “académicamente exitoso”.

Focalizar la atención en el fracaso predispone a la corrección. Se analizan las causas y los motivos por los cuales los alumnos abandonan o no superan los niveles establecidos y se diseñan estrategias correctoras con vistas a reducir su incidencia. Así, se atienden desigualdades, diversidades, dificultades y desmotivaciones, como factores causantes del fracaso. Analizamos que estamos haciendo mal e intentamos corregirlo. Sin embargo, siendo todo ello necesario, este planteamiento deja al descubierto el flanco opuesto. Obsesionados en corregir el fracaso, desatendemos a aquellos alumnos que van “trepando” con más o menos dificultad por la pirámide educativa.

Porque la calidad del sistema educativo no se mide solo con variables cuantitativas, sino también cualitativas. Siendo un objetivo loable e importante conseguir que cada vez más alumnos alcancen los niveles básicos de enseñanza, no lo es menos detenerse a reflexionar sobre que sucede con aquellos “exitosos” que finalizan sus estudios. Porque mayoritariamente el sistema educativo se nutre de alumnos que van superando niveles, que van acumulando expectativas y sueños, que invierten ahorros, esfuerzos, esperanzas y tiempo confiados en la promesa educativa por excelencia: La educación es la llave que abre la puerta del futuro.

Durante esta semana la casualidad, o no, ha querido que se cruzaran en mi camino dos historias muy distintas, en apariencia superficiales, que para mí recogen la esencia del fracaso educativo que no aparece en las estadísticas. Y puede ser que la palabra que mejor describa ambas situaciones no sea la de fracaso, sino otra mucho más pesada y dolorosa: Desilusión. No hay estadísticas ni gráficas que la midan, no hay encuestas que pregunten por ella, no hay un ranking de países de la OCDE ordenado por desilusión académica, pero no hay que ser muy astuto para saber que, al menos en España, es una variable que cotiza al alza. Para mí esta es la característica que enlaza ambas historias: la rabia, el desengaño, la estafa.

Estas dos historias a las que me refiero son el original y emotivo relato de dos paisanos recogido en el vídeo “la sorpresa” y la contundente y ácida letra de la canción de Melo “Me cago en la biología”. Ambos suponen una bofetada a un sistema que no ha sabido estar a la altura, que hace aguas no solo por los elevados porcentajes de fracaso, sino también por los altos índices de desilusión que genera.

Mientras concentremos toda nuestra atención y nuestros esfuerzos en medir parados, fracasados, corruptos y déficits, continuaremos atrapados en una espiral de desánimo y abatimiento. Mientras, aquellos que soñaban con dar de comer a los pingüinos del zoo o con realizar sus proyectos profesionales cerca de los suyos, verán marchitarse sus ilusiones, verán crecer su desencanto y su rabia. Ellos no formaron nunca parte de la estadística del fracaso, sino del éxito. Aunque su éxito consista en haber sido capaces de acumular cientos de conocimientos inútiles y el aprendizaje de un idioma lo único que les ha abierto las puertas, aún a costa de pagar un alto precio. Ellos no serán nunca fracasados, serán desilusionados, lo cual, tristemente, es mucho más doloroso.









¡FELIZ REFLEXIÓN!

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