Ocurrió este verano, durante uno de esos días de mediados de agosto en los que el insoportable calor no daba tregua. Intentaba hacer una siesta tratando de escapar del bochorno, cuando escucho una melodía que me resulta familiar y unas agudas vocecillas me sacan del sueño. Aún algo desconcertado, salgo de la habitación y compruebo el origen de los sonidos que me acaban de despertar. Mi hija está en el comedor viendo unos dibujos en el portátil. Me siento a su lado y, aun algo desorientado, me pongo a verlos con ella. Inmediatamente los reconozco, yo mismo le grabé esos episodios de la banda del patio. ¡Qué de recuerdos!
Poco a poco, al tiempo que voy despertándome, voy enganchándome al argumento del capítulo. En este episodio T.J., el de la gorra roja vuelta hacia atrás, se ha encerrado en su habitación y se niega a salir de ella en protesta por una de las decisiones tomadas por el consejo escolar: asfaltar el patio del recreo para evitar que los niños se ensucien y lastimen. Repetidamente sus padres y sus amigos intentan hacerle desistir de su decisión, hacerle entrar en razón, aunque sin conseguirlo. Finalmente es el mismísimo director Skinner el que se sube hasta el tejado para intentar convencer al chico.
Tras una intensa conversación en la que T.J. Detweiler consigue que el director recuerde su época de estudiante, y los buenos momentos que pasó ensuciándose en el patio del recreo (todos fuimos niños, aunque a menudo lo olvidemos), los acontecimientos toman un giro inesperado. Skinner le reconoce que tampoco él comparte la decisión tomada por el consejo, y que tiene serias dudas sobre el sentido y la utilidad de la misma. Entonces T.J., en un arranque de madurez y clarividencia, le dice que no podemos aceptar sin más los cambios que nos proponen simplemente porque nos vengan impuestos desde arriba. Si no estamos de acuerdo, tenemos que decirlo, tenemos la obligación y el derecho de defender nuestras opiniones, de luchar por aquello que nos parece justo. El director Skinner, admitiendo la gran verdad de las palabras del chico, decide entonces acompañarlo en su encierro y secundar su protesta.
La noticia de un chico y su profesor encaramados en un tejado en señal de protesta inmediatamente se convierte en noticia para televisiones y periódicos. Y casi al mismo tiempo que la noticia tiene repercusión en los medios, los teléfonos suenan y los políticos e inspectores se ponen en marcha: Tienen que parar esta locura antes que se les vaya de las manos. Esta vez el turno de mediación recae en el jefe directo de Skinner, uno de los inspectores, que accede hasta el tejado para hablar con los “agitadores” e intentar acabar con este sinsentido. Escuchados los argumentos, el inspector reconoce que tampoco él entiende muy bien los motivos de la controvertida propuesta.
Poco a poco todos los miembros del consejo, reunidos en la acera de la casa de Detweiler para observar el curso de los acontecimientos, reconocen que ninguno veía razones de peso para asfaltar el patio, que todos ellos aprobaron la medida para no contravenir al resto de miembros, pensando que ellos realmente sí veían las ventajas de la propuesta. Avergonzados ante la actitud tomada, los miembros del consejo deciden retractarse y retirar la propuesta. T.J. Detweiler ha conseguido su objetivo: Ha salvado el patio del recreo y, quizás lo más importante, ha hecho recobrar la cordura a los miembros del consejo.
Acabado el capítulo, en mi cabeza, ya completamente despejada, bullen las ideas. Si sustituimos “asfaltar el patio” por cualquier otra de las descabelladas reformas educativas, que últimamente se promulgan con tanta frecuencia, obtenemos motivos más que suficientes para tomar los tejados. Quizás solo se necesite una simple llamada de atención para que las personas encargadas de proponer, redactar, aprobar y ejecutar estas leyes se paren a pensar sobre lo ineficaz de las medidas, quizás tras un breve momento de reflexión, se den cuenta que en realidad tan solo las aplican porque les vienen dadas desde instancias superiores, quizás, a poco que reflexionen, descubran que tampoco ellos comparten ni los planteamientos ni las intenciones, quizás… sea el calor el que me ablanda las neuronas.
Semanas más tarde leyendo “Aprenda optimismo” de Martin Seligman, padre de la psicología positiva, descubro en uno de los capítulos la Paradoja de Abilene. Esta paradoja alerta sobre los riesgos del pensamiento gregario, que además suele darse con frecuencia en las situaciones críticas. En concreto el ejemplo utilizado es el de una familia que decide hacer un viaje hasta la ciudad de Abilene. Tras pasar un viaje lleno de penurias, de regreso a casa, uno de ellos con bastante socarronería pregunta a los otros “¿ha sido un gran viaje no?”, a lo que todos en ese momento admiten que ninguno tenía ganas de ir a Abilene, y que solo aceptaron porque pensaban que a los otros les hacía ilusión.
La lectura de este capítulo me trae inmediatamente a la memoria el capítulo de La banda del patio. Resulta que la psicología social ya había analizado este tipo de comportamientos, para mostrar como en determinadas situaciones, los miembros de un grupo pueden tomar decisiones en contra de sus principios, creencias o preferencias, para mostrar como en determinadas situaciones, consecuencia del pensamiento grupal, se produce una especie de distorsión que nos lleva a aceptar y respaldar una decisión que en realidad no es compartida por ningún miembro del grupo. Este sería un claro ejemplo del fenómeno de acomodación, del que hable hace unos días recuperando una escena del Club de los poetas muertos. Un ejemplo de falta de asertividad, y de la poca lógica que muchas veces subyace en las decisiones que tomamos.
Dejo la pregunta/reflexión de hoy en el aire: Con la aprobación de todas estas medidas de austeridad y recorte que se están implantando últimamente, ¿no estaremos en realidad asfaltando el patio del recreo, no estaremos yendo a Abilene?
¡FELIZ REFLEXIÓN!
excelente!!! nunca me pudo caer mejor, en el momento justo!!!! gracias por compartirla!! un abrazo gigante!!!!!!
ResponderEliminarGloria gracias por pasarte y por compartir tus opiniones. Me alegra que te haya servido la reflexión. Un abrazo.
EliminarNo sólo durante toda mi infancia fui una fiel seguidora de esta serie sino que ahora vuelvo al baúl de los recuerdos para recordar capítulos como este. Una reflexión excelente enlazada con la sorprendente y curiosa paradoja de Abilene la cual se da bastante a menudo.
ResponderEliminarGracias por entradas como esta.
Te invito a visitar mi blog: http://dibujapintaycoloreatuvida.blogspot.com.es
Hola Irene. Qué gran serie, ¿verdad? También es una de mis favoritas. Además creo que recoge muchos de los temas importantes, transcendentales, de la educación. Creo que en el "patio" es donde se adquieren la mayoría de los aprendizajes más importantes, los que nos servirán para la vida real, y esa es nuestra asignatura pendiente: Aprender a educar entre los pliegues de la educación, gestionar las oportunidades de aprendizaje que se producen fuera del aula. Mientras no seamos conscientes de ello, continuaremos desperdiciando fantásticos escenarios para educar: patio, comedor, pasillo, la calle,...
EliminarUn saludo Irene. Con gusto me paseo por tu dibuja y pinta.
Genial, como siempre. Adoraba y adoro esa serie. El "patio" ese lugar donde se aprende a caer y también a levantar. Un placer leerte.
ResponderEliminarUn saludo.
Cierto. Como sabes el placer es mutuo.
Eliminarsaludos.