Dice el refrán que el hábito no hace al monje, y es muy
cierto. Sin embargo existe una excepción a este dicho, ya que en realidad si
existe un hábito que tiene esa capacidad transformadora, que tiene el poder de
convertirnos en monjes o en cualquier otra cosa que queramos ser. ¿Cuestión de
magia?, ¿de fe tal vez? Quizás en parte sí, aunque creo que los ingredientes
esenciales para esta transformación son la constancia
y el esfuerzo. Un cuento…
Cuenta la historia que tanto y tan duramente habían golpeado
las adversidades a aquella familia que sus tres hijos se habían visto obligados
a salir y buscarse el sustento, muchas veces incluso recurriendo a la
mendicidad. Vagabundeaban de una ciudad a otra en busca de una oportunidad que
nunca aparecía. Dormían en refugios improvisados con la vista puesta en el
cielo para que las condiciones fueran clementes con ellos.
Una noche, mientras cenaban en una posada a las afueras del
pueblo, se les acercó un anciano y les pidió permiso para sentarse con ellos.
Mientras comían, conoció sus penurias y compadeciéndose de ellos les dijo: -
“Precisamente estaba buscando gente como vosotros. Resulta que tengo un campo
aquí cerca, que heredé de mi padre, el cuál antes de morir me dijo que guardaba
un tesoro. En mi juventud me dediqué a divertirme y ahora, aunque quisiera, ya
no tengo fuerzas para ponerme a buscar ese tesoro. No tengo familia y siento
que cuando muera el tesoro quedará perdido para siempre. Vosotros sois jóvenes,
podríais aprovechar esta oportunidad. Os regaló el campo a condición de que
empecéis la búsqueda inmediatamente.
Los tres hermanos, locos de alegría, pensando que por fin la
suerte les sonreía, aceptaron sin rechistar. A la mañana siguiente, el viejo
los llevó hasta el campo y tras desearles suerte se marchó. Era un campo
grande, que había estado abandonado durante muchos años. La tierra estaba dura
y llena de piedras y malas hierbas, por lo que el trabajo era agotador.
Pasados unos días de duro trabajo, y con las manos
ensangrentadas, el hermano mayor tiró la azada con la que cavaba y dijo que no
aguantaba más, que se marchaba. Los otros dos, siguieron con su trabajo.
Llevaban removido más de la mitad del terreno cuando otro de los hermanos,
desesperado, también decidió desistir. Intentó convencer a su hermano pequeño
de que los habían engañado, de que aquel viejo loco se había burlado de ellos,
y que estaban haciendo un esfuerzo inútil. El invierno está a las puertas, le
dijo, y será duro. Pero el más pequeño de los hermanos decidió quedarse y
finalizar el trabajo.
Pasó el tiempo y al quedarse solo el trabajo avanzaba con
lentitud. Pasó el invierno y llegó la primavera y, el pequeño de los hermanos,
aún continuaba buscando con la esperanza de ver aparecer el preciado tesoro.
Finalmente a mediados de año, todo el terreno había sido removido. El joven ya
casi había olvidado el objeto de su trabajo. Pero el viento de marzo había
depositado en aquella tierra removida miles de semillas que, con las lluvias de
abril, empezaron a germinar en aquella rica tierra tan profundamente labrada.
Llegado el verano aquellas tierras produjeron una abundante cosecha, que el
joven se afanó en recoger.
El hermano menor había encontrado por fin el tesoro prometido
que aquel campo guardaba. Un tesoro inagotable que, con los cuidados adecuados,
le duraría al joven toda su vida.
¡FELIZ REFLEXIÓN!
Hermosa reflexión,aunque muchos no sepan apreciarla...tan real como la vida misma🙏🙏🙏🙏🙏🙏
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