“Brotes verdes” fue la expresión estrella acuñada por el anterior gobierno socialista para anunciar la proximidad de la recuperación económica. Un intento a la desesperada de generar optimismo en la población entendiendo, con buen criterio, que uno de los componentes fundamentales de la actual situación económica era una crisis de confianza. Casi tres años después de aquellas afirmaciones, los síntomas de la recuperación continúan en estado de hibernación, en espera de la prometida primavera.
Con todo no han sido únicamente los socialistas los que han utilizado este discurso optimista (¡acaso cabe esperar otro!). Desde todas las administraciones se viene transmitiendo la información que la crisis está tocando fondo y que el cambio de tendencia y la recuperación económica se producirá a mediados del próximo año. Este empieza a ser un discurso tan habitual como el mensaje del rey el día de Nochebuena. Hace cinco años que la crisis está tocando fondo y hace cinco años que la recuperación asoma a la vuelta de la esquina. Aunque parece que no acabe de vencer la timidez para decidirse.
Este intento de provocar optimismo, de generar ilusión y esperanza, pese a ser necesario, no está exento de importantes riesgos. A fuerza de prometer y no dar, se pierde credibilidad y se consigue el efecto contrario al pretendido: desconfianza y apatía, cuando no rabia y descontento. De nada sirvió negar las evidencias, como igual de inútil es anticipar recuperaciones cuando el resultado observado es precisamente el contrario.
Estos mecanismos de gestión de las emociones colectivas consiguen, en la práctica, unos resultados similares a los que, salvando las distancias, obtenían los nazis (aunque estos de manera intencionada) en sus campos de concentración con los judíos. Ya sé que la comparación sonará un tanto exagerada, casi rayando la provocación, pero ambos procedimientos tienen consecuencias parecidas.
Cuenta Viktor Frankl en su imprescindible, y varias veces citado en el blog, el hombre en busca de sentido, su experiencia como judío en los campos de concentración nazis. En uno de los capítulos narra cómo los prisioneros eran trasladados, hacinados en vagones, a los campos de exterminio. En esta parte describe una de las técnicas utilizadas por los nazis con la intención de minar la moral de los judíos, como una más de las perversas herramientas de tortura psicológica empleadas en aquellas tiempos. Él la llama "la ilusión del indulto".
Cuenta Frankl como a su llegada a la estación los presos eran recibidos por un grupo de judíos, previamente seleccionados por su aparente buen estado físico. Este planificado recibimiento pretendía generar en los recién llegados la “ilusión” de que las condiciones con las que se iban a encontrar no serían tan desgraciadas como las que ellos habían anticipado. Frankl describe como él y sus compañeros experimentaban en ese momento una relativa recuperación de la esperanza pues, al igual que el reo condenado a muerte espera hasta el último segundo que se produzca la llamada que lo indulte, las personas enfrentadas a una situación crítica tienden a agarrarse a cualquier síntoma, a cualquier “clavo ardiendo” que les ayude a recuperar la esperanza. Esto que Viktor Frankl describió como un mecanismo de amortiguación interna, en el caso de los nazis era fruto de una macabra maniobra que pretendía el derrumbe emocional de los prisioneros. Los alemanes generaban una falsa expectativa, para luego, de improvisto, golpear con la más cruda y salvaje de las realidades.
Este planificado ejercicio de cinismo, no es comparable en cuanto a su intencionalidad con el anuncio de brotes verdes o de próximas recuperaciones, pero si en cuanto a sus consecuencias. La generación continuada de falsas expectativas que luego no se ven refrendadas por la realidad obtiene unos resultados demoledores. A poco que esta situación se prolongue unos años, más urgente que la recuperación económica, será una recuperación social y psicológica de una población que ha pasado de tener una crisis de confianza a una depresión de confianza.
¿FELIZ? REFLEXIÓN
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