Uno de los libros que tengo estos días entre manos es el de Excusas para no pensar de Punset. Hace ya tiempo que tenía ganas de leerlo, atraído tanto por el original título del libro, como por el prestigio de su autor. Finalmente lo compré cuando publicaron la edición de bolsillo, seguro que Eduard Punset como buen catalán, sabrá comprender mis motivos.
El libro, es de los que se leen con rotulador fluorescente en mano, para ir subrayando varias de las perlas del pensamiento que su autor va desgranando capítulo a capítulo. La verdad es que el libro es una continua provocación a la reflexión y al pensamiento.
En uno de los capítulos del libro, Punset cita un experimento realizado en alguna Universidad Estadounidense con, ¡cómo no!, un grupo de sufridos ratones. En concreto el experimento, en la línea de los típicos experimentos conductistas para probar los programas de refuerzo, consistía en analizar la mejora del rendimiento de un ratón, a medida que obtenía una serie de refuerzos de manera muy seguida. No sé porque mi subconsciente siempre asocia estos experimentos con la imagen de una persona jugando en una maquina tragaperras.
En este experimento, tras comprobar los progresos del roedor, los investigadores deciden observar cuál será su conducta si, tras haber realizado nuevamente el comportamiento premiado, no recibe la esperada recompensa. Sorprendentemente, o quizás no tanto, observaron como, tras no recibir su premio, el ratón, un tanto desconcertado y confuso ante el cambio, reacciona incrementando su esfuerzo y ejecutando nuevamente su conducta con mayor ahínco, esperando, esta vez sí, obtener su merecida recompensa. Los investigadores comprobaron como el ratón repetía en varias ocasiones aquella conducta con la que anteriormente tan buenos resultados había obtenido. Sin embargo, concluye Punset, tras su cuarto intento fallido, el ratón desiste en su empeño y deja, definitivamente de intentarlo.
El resultado de este experimento muestra el efecto contrario al conocido como experimento de la esperanza del profesor Rudolf Bilz, del que ya hablé en una entrada anterior (el experimento de la esperanza). En aquel caso se generaba en el ratón un sentimiento de esperanza, en este todo lo contrario, se provoca desesperanza, desánimo, pesimismo. Y, ocurre de la misma forma en ratones que en personas, cuando tras realizar diferentes intentos, no obtenemos el resultado esperado, caemos en el desánimo y la apatía y dejamos de jugar al aburrido juego en el que nunca nos toca ganar.
Al igual que los roedores del experimento, durante mucho tiempo, los años de bonanza y prosperidad económica, nuestros esfuerzos se vieron constantemente recompensados, y todos pensamos que esa misma situación se prolongaría de manera indefinida. Con la crisis, las tornas cambiaron, y a los pequeños ratones de laboratorio les tocó la fase del desconcierto y la confusión. ¿Dónde está mi acostumbrado terrón de azúcar?, pensaron muchos. De manera previsible, durante los primeros meses, redoblamos nuestros esfuerzos convencidos de que volveríamos a obtener nuestra recompensa y todo volvería a ser como antes. ¡Los buenos tiempos no tardaran en volver!, tan sólo es cuestión de creer y redoblar nuestros esfuerzos. Sin embargo, al igual que los crueles investigadores del estudio, la recompensa se hace esperar. Y nosotros, cansados de “ir pá ná”, al final, cansados y vencidos, decidimos que ya no vamos a volver a recorrer los pasillos de ese laberinto, del que hace ya tiempo alguien se llevó el queso.
A partir de aquí, existe un punto de no retorno, en el que los ratoncillos, cansados de hacer el tonto, cansados de “portarse bien” y no conseguir su caramelo, deciden sentarse en el sillón de su casa a ver el fútbol o, hacer las maletas e irse a Alemania (el depósito de Queso Nuevo).
¡FELIZ REFLEXIÓN!
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