Escuchaba recientemente en un programa de
televisión, la intervención de una socióloga hablando sobre la juventud. Ser
joven nuca ha sido fácil – decía - pero es cierto que los jóvenes de hoy en día
se enfrentan a un mercado laboral extremadamente complejo.
Sin ánimo de hacer
comparaciones imposibles, lo cierto es que no es fácil ser joven actualmente. Es
extraño que aún nadie haya publicado un libro del estilo “Cómo ser joven y no
morir en el intento” o "Juventud para dummies". Sabiendo que esto es cierto, debemos ser especialmente
cautos al tratar el tema del empleo juvenil ya que, a la vista de las
estadísticas, es fácil adentrarse en el terreno del pesimismo, las excusas y los
victimismos, que sólo conducen a la sobreprotección y a la justificación del
desánimo y la inacción.
Viendo las cosas con perspectiva observamos
cómo el mercado laboral español siempre se ha caracterizado por un modelo del
tipo “dientes de sierra”, donde se alternaban los periodos de creación y destrucción de empleo. Otros autores utilizan el término más gráfico de "mercado
bulímico", para resaltar la facilidad con la que el mercado laboral español
históricamente creaba y destruía puestos de trabajo de manera cíclica. La
famosa burbuja inmobiliaria vino a quebrar esta tendencia, prolongando de manera
artificial una anormal época de bonanza y creación de empleo, hasta que
finalmente en el año 2007 las aguas volvieron a su cauce, y todo el empleo
creado durante estos años se destruyó de manera acelerada, cebándose de manera
más intensa con los jóvenes.
Durante los primeros años, muchos pensamos
que la crisis era una situación pasajera, que duraría un determinado número de
años (mayor o menor en función de lo pesimista u optimista que se fuera) y que
una vez capeado el temporal las cosas volverían a ser como antes. La
destrucción de empleo tocaría fondo y poco a poco, como las setas tras la
tormenta, las empresas y los puestos de trabajo volverían a surgir. Pasadas las
duras, tocaría volver a disfrutar de las maduras. La consecuencia lógica de
esta manera de pensar suponía recomendar a nuestros jóvenes altas dosis de
paciencia para retrasar su “momento de abandonar el nido”. Por suerte, la
sociedad española siempre ha presumido de una fuerte estructura familiar capaz
de cobijar a sus polluelos.
Sin embargo, cada vez son más los autores que
advierten que esta crisis supondrá cambios más transcendentales. Cada vez son
más los que alertan de que no se trata de un simple cambio de tendencia, sino
de un cambio de modelo en toda regla. Es decir, el funcionamiento del mercado
laboral tal y como lo conocimos ya no volverá, porque las circunstancias que lo
propiciaron ya no existen. En definitiva, que las reglas del juego han cambiado
definitivamente. El mercado laboral heredado de la revolución industrial está
siendo reemplazado por un modelo laboral distinto.
El mundo en que vivimos cambia a pasos
agigantados, y este proceso de cambio se produce de manera cada vez más
acelerada. El fenómeno de la globalización unido al auge de las nuevas
tecnologías de la información y la comunicación han propiciado la deslocalización
del tejido productivo. Hoy, la mayoría de los productos que consumimos cada día
se producen a miles de kilómetros de nuestro lugar de residencia. Y este
fenómeno comporta indudables ventajas en cuanto a oferta y precio de los
productos a nuestro alcance, aunque también implica la destrucción de miles de
puestos de trabajo en sectores tradicionales como textil, calzado, cerámica o
juguete, por citar algunos ejemplos propios de la economía valenciana. Como les
digo a mis alumnos, el problema del mercado laboral no es que vengan los
inmigrantes a España a competir por los puestos de trabajo, el problema es que
nuestras naranjas hoy se cultivan en Marruecos y nuestro textil y calzado se produce
en China. El problema no son los inmigrantes que vienen, sino el trabajo que se
va.
Si entendemos esta crisis no como algo
pasajero, sino como algo que removerá los mismos cimientos de nuestro mercado
laboral, la cuestión importante no es tanto saber cuándo volverá la creación de
empleo, sino qué tipo de empleos son los que demandará este nuevo modelo
laboral. Hace poco leía en una estadística que los diez empleos más demandados
en EEUU en el 2010 no existían en el 2004. Es cierto que se destruyen miles de
empleos cada semana, pero también es cierto que surgen decenas de oportunidades
cada día.
El paso de un modelo productivo básicamente
agrícola y ganadero a uno industrial requirió de un proceso de alfabetización
generalizado. De la misma manera, el nuevo modelo productivo de la sociedad de
la información y del conocimiento requerirá de unos niveles educativos o
formativos superiores. Y es lógico que sea así. Cualquier trabajador que tenga
que desarrollar su actividad profesional en un mundo tecnológico y en constante
cambio como el actual, debe entender la formación como un proceso continuado a
lo largo de toda su vida laboral, como un proceso de reciclaje y actualización permanente. En la sociedad de la información ya no cabe
optar entre el típico ¿estudias o trabajas? de hace unos años. El nuevo
trabajador de la sociedad de la información al mismo tiempo que realiza su
actividad profesional se preocupará por mantener actualizados sus conocimientos
y habilidades. Ya hay voces que reclaman un modelo educativo donde los títulos
tengan fecha de caducidad, donde los alumnos estén obligados a volver a las
aulas cada cierto número de años para demostrar que tienen actualizadas sus
competencias profesionales. Un dato más, sólo en los últimos cinco años se ha generado más información
que en los cinco mil anteriores. Alucinante, ¿no?
Y es aquí donde España tiene su verdadero
problema, su reto particular. Porque el 30% de los jóvenes españoles no
finalizan la enseñanza obligatoria, porque el 80 % de los parados menores de 30
años tienen un nivel formativo equivalente a Graduado o inferior. Y el colmo es
que muchos de ellos continúan esperando a que pase la crisis, a que deje de
llover, a que alguien llame a su timbre y les ofrezca un trabajo.
Quizás existió un tiempo en que personas con
un bajo nivel formativo encontraban trabajo con facilidad, quizás existió un
tiempo en que los ingresos poco tenían que ver con el nivel formativo, quizás
existió un tiempo en que la formación profesional sólo era la fase previa, la
antesala del mercado laboral. Pero esos tiempos, con sus luces y sus sombras
pasaron, y nunca volverán. En el mercado de trabajo actual suenan con fuerza
las palabras “resultados” y “productividad”. Son los dos pilares de la deseada
empleabilidad. El modelo en el que se pagaba por horas pierde fuelle en favor
del modelo del talento, lo que aporta valor es lo diferente, lo original, lo
innovador. La fuerza bruta la aportan las máquinas, el talento, las personas.
El modelo “hago lo que me mandan” cotiza a la baja, las acciones de la empresa
“iniciativa, autonomía & talento” suben con fuerza.
La empleabilidad, la capacidad de encontrar
trabajo en un mercado laboral volátil como el actual es cada vez más un
conglomerado de actitudes y menos un conjunto de conocimientos y habilidades.
Las empresas no buscan gente con títulos vacíos de contenido, buscan personas
que aporten valor, que ofrezcan soluciones. Nos encontramos frente a un mercado
laboral exigente que requiere de trabajadores autónomos, con iniciativa,
formados, con capacidad para aplicar sus conocimientos a situaciones concretas.
Ha pasado el tiempo de llenar los buzones con currículums fotocopiados, de
“pedir” trabajo de lo que sea y de esperar soluciones caídas del cielo, es el
momento en que los jóvenes deben pasar a la acción y aportar sus propias
soluciones, es el momento de la iniciativa, del esfuerzo, de la innovación, del
talento… A todos nos va el futuro en ello.
¡FELIZ REFLEXIÓN!
Me ha gustado el artículo, pero veo un problema en la voluntad de los jóvenes por esa actitud emprendedora, porque no se ha cultivado, tal vez porque los padres aún no somos conscientes de que el cambio del modelo productivo ya es un hecho y si cambiar esa mentalidad es difícil, imaginemos trasmitirla!! Ese lugar esta destinado para gente como tú. Un abrazo enorme!!!
ResponderEliminarSaludos Pablo. Tienes razón. Los cambios siempre son complicados, y más cuando nos son impuestos desde fuera. Si a nosotros nos cuesta "cambiar el chip", imagínate a nuestros alumnos que han sido criados en un ambiente superprotector. Pero como dice el refrán "a la fuerza ahorcan", y este es un cambio de sí o sí. Así que no queda otra.
ResponderEliminarGracias por tus palabras, amigo. Nos vemos pronto!!!