Educar es preparar para el futuro. Escuche una vez a alguien hablando al respecto en un acto de graduación de unos alumnos que finalizaban el bachillerato. En este discurso se comparaba el proceso formativo con los preparativos para iniciar un largo viaje. Los profesores, los maestros – decía la oradora – somos como esas madres (padres) preocupadas que atiborran la maleta de ropa de todo tipo siguiendo la lógica del “por si acaso”, del “más vale llevar y no necesitar, que necesitar y echar en falta”. Acababa su emotivo discurso la conferenciante deseando haber puesto en esa metafórica maleta las prendas adecuadas para el viaje que los alumnos recién graduados comenzaban.
Y en cierta manera esta me parece una comparación muy válida. Formarse es prepararse para el viaje del futuro, y ante un futuro cada vez más incierto, no sabemos muy bien que escoger, no sabemos que poner en esa maleta. Si no sabemos cómo será el mundo dentro de un par de años, ni mucho menos cómo será dentro de veinte, ¿qué hacemos?, ¿metemos un poco de todo por si acaso? Siempre podremos hacer como en aquel chiste en el que el dueño de un perro, cansado de escuchar como sus amigos presumían de los manjares que ofrecían a sus mascotas, acabó contestando: “yo al mío, le doy dinero para que se compre lo que quiera!”.
Como dicen algunos autores en los libros de autoayuda la mejor respuesta es una pregunta bien planteada. En mi opinión, la mejor respuesta siempre se encuentra entre las líneas de un buen cuento y para el tema de hoy elijo este…
Un hombre, todavía no muy mayor, le contaba a un amigo:
-Mi mayor preocupación fue siempre darles a mis hijos lo que yo nunca tuve. Quise que ellos pudieran disfrutar de todo aquello que a mí me hubiera gustado tener y no pude. Entonces comencé a trabajar catorce horas al día. Pronto no tenía ni sábados ni domingos, ni siquiera me planteaba el coger unos días de vacaciones. Trabajaba día y noche con el único fin de conseguir que a mis hijos no les faltara de nada.
-Y … ¿lo lograste?- preguntó el amigo.
- Claro que sí- contesto el hombre-: Yo nunca tuve un padre agobiado, hosco, de continuo mal humor, preocupado, lleno de angustias y ansiedades, sin tiempo para jugar conmigo o escucharme. Ese es el padre que yo les di a mis hijos. Ahora ellos tienen lo que yo no tuve.
FELIZ REFLEXIÓN!!
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