No soy mucho de poner películas en clase. A veces pienso que se abusa de este recurso y que, no pocas veces, se convierte en la sufrida escusa para cubrir la falta de un profesor o solucionar cualquier imprevisto. Es una lástima, porque es innegable que el cine es un recurso didáctico formidable y que hay un buen puñado de películas brillantes e imprescindibles que todos deberíamos ver y reflexionar sobre su contenido. Sin embargo, con mi grupo de alumnos, es difícil encontrar una película que mantenga la atención y el interés durante las dos horas y pico de duración, y observar como poco a poco y disimuladamente se van acomodando hasta quedarse dormidos no es demasiado alentador. Mis alumnos, por supuesto, se apuntan rápidamente a la propuesta de ver una película, incluso tienen una larga lista de sugerencias, entre las que no suele faltar nunca “Ali G”, aunque creo que en temas cinematográficos no coincidimos ni en la temática ni en los objetivos de la actividad.
De todas formas, y como siempre hay excepciones que confirman la regla, con el tiempo he ido seleccionando algunas películas capaces de mantenerlos despiertos y sobre las que luego podemos trabajar en clase. Una de mis favoritas y que utilizó desde hace tiempo con todos mis grupos es “En busca de la felicidad” protagonizada por Will Smith. La película basada en la vida real de Chris Gadner, cuenta la lucha por la supervivencia y por sobreponerse a las adversidades de un padre de familia, que tras pasar por infinidad de dificultades que le llevaran a dormir en la calle y recurrir a comedores sociales, consigue un puesto de trabajo como agente de bolsa en una importante empresa. Es una emotiva historia de esfuerzo y superación que anima a perseguir los sueños y luchar por las cosas importantes.
La película tiene varios momentos especialmente provechosos didácticamente hablando. Uno de mis favoritos es la escena en la que padre e hijo están compartiendo canastas. Tras unos torpes lanzamientos por parte del pequeño, Chris intenta que su hijo no pierda el tiempo con algo que nunca se le va a dar bien. Al observar la reacción del chico se da cuenta de su error y rectifica dándole a su hijo un consejo que vale su peso en oro: “Nunca dejes que nadie te diga que no puedes hacer algo,… ni siquiera yo”.
El consejo ofrecido por Will Smith en la película encierra una poderosa reflexión. Muchas veces las expectativas que nosotros tenemos sobre las cosas influyen en el resultado percibido. Pero ocurre también que las expectativas que otras personas depositan en nosotros ejercen una poderosa influencia, máxime cuando se trata de personas importantes para nosotros. He comprobado en muchas ocasiones como, a modo de profecía autocumplida, el otorgar un voto de confianza, el apostar decididamente por que un alumno será capaz de conseguir algo, ejerce un efecto motivador impresionante. Cuando notamos que alguien confía en nosotros de manera sincera, cree en nuestras posibilidades y apuesta por nosotros, redoblamos nuestros esfuerzos para no defraudarlo. Somos seres sociales, necesitamos el afecto y la aprobación de los demás, y sus opiniones sobre nosotros pueden catapultarnos al éxito o resultar demoledoras.
A veces no somos conscientes de la influencia que como profesores o padres ejercemos. En ocasiones trasladamos nuestros miedos o nuestras dudas a los alumnos, o a nuestros propios hijos. Utilizamos adjetivos negativos y descalificativos con demasiada ligereza, sin atender a las brutales consecuencias que nuestras palabras pueden provocar. Al igual que en la escena de la película un mal comentario (aunque tenga buena intención) puede tener un efecto desmotivador, devastador. Pero de la misma manera alabar, confiar, enfatizar los aspectos positivos en vez de los negativos, animar,… puede servir de rampa de lanzamiento para que alguien consiga todo lo que se proponga. Sucede un poco como con las noticias poco contrastadas que circulan por la red; aunque se trate de mentiras o medias verdades, a fuerza de repetirlas, a fuerza de escucharlas muchas veces, acaban por convertirse en realidad. Si a algún alumno lo masacramos continuamente desde la escuela y desde casa diciéndole que es un vago, que es un inútil, que no hace nada bien,… a fuerza de insistir conseguiremos que sea cierto. A veces las palabras son como pistolas cargadas.
Pero recordemos que esta norma funciona por igual en ambos sentidos.
¡¡¡FELIZ REFLEXIÓN!!!
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