martes, 26 de febrero de 2013

LA EDUCACIÓN NO CUMPLE LA PROPIEDAD CONMUTATIVA


A + B = B + A. El orden de los factores no altera el valor del producto, así reza la propiedad conmutativa que aprendimos en la escuela. Sin embargo, esta es una ley que no se cumple en educación. Al igual que en la cocina, el orden en que pongamos las lentejas o el chorizo, influye considerablemente en el resultado.

Comienzo con una historia que leí en el ameno “El ejecutivo al minuto” de Blanchard y Johnson (el de ¿Quién se ha llevado mi queso?). Cuenta la historia que en tiempos muy lejanos, un emperador de China nombró a un primer ministro para que le ayudara a administrar el país.

Al poco tiempo llamó al primer ministro a su presencia y le propuso: "¿Por qué no nos dividimos las tareas? ¿Por qué no se encarga usted de todos los castigos y yo de todas las recompensas?”. El primer ministro (¡qué remedio!) aceptó y respondió: “Muy bien. Yo infligiré todos los castigos y vos concederéis todas las recompensas”.

Pero el emperador, pronto se dio cuenta de que cuando pedía algo a alguno de sus servidores, unas veces cumplían sus órdenes y otras no. Sin embargo, si era el primer ministro quien las daba, le obedecían en el acto. Así pues, el emperador llamó nuevamente a su presencia al primer ministro y le dijo: “¿Por qué no volvemos a dividir nuestras tareas? Has estado infligiendo los castigos por algún tiempo. A partir de ahora, yo repartiré los castigos y tú las recompensas”. Y desde ese día el emperador y su ministro intercambiaron sus funciones.

Así, el emperador que se había mostrado bondadoso con todo el mundo y había concedido infinidad de recompensas, en virtud de su acuerdo, empezó a castigar a sus súbditos. A las pocas semanas, la gente empezó a preguntarse: “Pero, ¿qué le pasa a este viejo chiflado?”. Y empezó a crecer la antipatía y el odio hacia su persona. Hasta el punto que, un día se reunieron para derrocarlo.

Lo más sorprendente fue que, tras destituir al rey, todos estuvieron de acuerdo en proclamar al primer ministro como su mejor sustituto.

Cuando educamos a nuestros hijos, a menudo, tendemos a comportarnos de la misma forma que el caprichoso emperador del cuento. Empezamos a recompensar arbitrariamente todos sus comportamientos, reímos sus salidas de tono, alabamos algunas de sus groserías, nos desvivimos por concederles todos sus deseos, hasta que… un día, hartos del poco caso que nos hacen, decidimos cambiar las tornas.

Entonces pretendemos recuperar el control perdido a través de imponer normas, dictar amenazas y aplicar sanciones. Pero entonces el niño, seguramente ya adolescente, piensa: Pero, ¿estos de que van? Y a partir de ahí comienza una etapa de desavenencias y desencuentros que, en algunas ocasiones acaba en motín. Lo que es seguro es, que la primera víctima de este proceso es siempre la autoridad de los padres.

Porque en educación, al igual que en la cocina, el orden en el que se coloquen los ingredientes en la olla es importante. Y sin duda, el primer ingrediente que debemos poner en el guiso de las relaciones materno-filiales es el de la coherencia. Los niños necesitan cariño y cuidados, cierto. Pero también necesitan normas y límites claros. Demasiado a menudo olvidamos una de las palabras más mágicas y poderosas en la educación de los niños: NO. Quizás luego sea tarde.

¡FELIZ REFLEXIÓN!

jueves, 21 de febrero de 2013

LOS ESTAMOS HACIENDO TONTOS.

Esta es una frase que suelo escuchar con frecuencia en corrillos de padres y madres a la salida de los colegios. “Yo a su edad venia solo al colegio”. ”Yo, con sus años, iba a hacerle los recados a mi madre, y no me engañaban con “las vueltas”. Sin embargo mi niña, aún no comprende el valor del dinero”. “Nosotros, a su edad, nos pasábamos la tarde jugando solos en la calle hasta que anochecía y volvíamos a casa a la hora de la cena”. Estas son algunas de las sentencias que los padres utilizamos a la hora de comparar la educación de nuestros hijos con la que nosotros recibimos. Dejando a un lado el efecto recuerdo, y aquello de que cualquier tiempo pasado siempre nos parece mejor, lo cierto es que todos admitimos que, poco o nada tiene que ver la forma  en que nosotros fuimos criados y la manera en la que nosotros educamos a nuestros hijos. Y, al hacer esta comparación, siempre salen a relucir las ventajas de la educación pasada, y las carencias de la actual, para acabar concluyendo, como decía al principio, que los estamos haciendo tontos. Aunque claro, inmediatamente encontramos la pertinente justificación que nos libera de cualquier culpabilidad, de cualquier duda al respecto de no ejercer una paternidad responsable, (¡faltaría más!). Porque ahora son otros tiempos, ahora el peligro acecha tras cada esquina, no como entonces, hoy los niños necesitan de mayor protección.

Quizás, excusados en esta máxima de la necesaria protección, atrapados en una red de incertidumbres y dudas, acuciados por un sentimiento de responsabilidad extrema, casi rayante en la culpabilidad, acabamos educando a nuestros hijos en la dependencia. Nuestro lógico afán por convertirnos en padres responsables nos aboca, en muchos casos, a extremar esa necesaria protección convirtiéndola en sobreprotección. Y, como en tantas otras ocasiones, más no significa mejor.

La sobreprotección provoca la pérdida de oportunidades de aprendizaje. La sobreprotección supone retrasos significativos en la maduración de nuestros hijos. Crecer en un entorno artificialmente exento de riesgos, donde todas las necesidades son cubiertas inclusive antes de que aparezcan, conlleva una rápida habituación por parte de los niños. El mundo de los niños, en muchos casos, se convierte en una especie de Edén donde la mayoría de los deseos se consiguen con poco esfuerzo y aún menos riesgo. Y a esto es fácil acostumbrarse. Es gratificante crecer en un mundo donde las tristezas se dulcifican y las alegrías se magnifican.

Nuestra responsabilidad como padres, como educadores, nos compromete a enseñarles el mundo tal cual es, con sus virtudes y sus defectos, con todas sus maravillas, pero también con sus injusticias. Y, aunque es cierto que debemos acomodar esa explicación a la edad y al nivel de comprensión del niño, no es menos cierto que no podemos dulcificar o edulcorar esa realidad con el fin de evitarles sufrimientos, decepciones o riesgos. Salvo, claro está, que queramos educar unos hijos tontos.

Quiero acompañar el artículo de hoy con dos opiniones que, espero, nos ayuden a reflexionar sobre este tema. El primero es un video de Gever Tulley y su Tinkering School. Una especie de campamentos de verano en los que, a través del trabajo por proyectos, los niños aprenden a manejar herramientas y construir sus diseños. La filosofía de este proyecto se basa precisamente en no edulcorar, en no rebajar la dificultad de los proyectos, sino en plantear retos que estimulen la creatividad y la imaginación de los niños. Su conferencia “cinco cosas peligrosas que usted debería dejar hacer a sus hijos” (que acompaño), está cargada de poderosas razones para alertarnos de los riesgos de la sobreprotección.



El segundo de los argumentos es un precioso escrito de Rabindranath Tagore que atesora algunas de las claves necesarias para educar con criterio a nuestros hijos. Para poder encontrar ese codiciado punto de equilibrio entre la responsabilidad y la sobreprotección.

“¿Por qué está apagada la lámpara? La envolví en mi manto para protegerla del viento; por eso se ha apagado la lámpara.
¿Por qué se ha marchitado la flor? La oprimí contra mi corazón con inquietud y amor; por eso se ha marchitado la flor.
¿Por qué se ha secado el río? Levanté un dique en él para que sólo me sirviera a mí; por eso se ha secado el río.
¿Por qué se ha roto la cuerda del arpa? Intenté arrancarle una nota demasiado alta para su teclado; por eso se rompió la cuerda del arpa.”

¡FELIZ REFLEXIÓN!

viernes, 15 de febrero de 2013

APRENDER NO SUPONE ESFUERZO, LO QUE REQUIERE ESFUERZO ES ESTUDIAR.


A menudo tendemos a confundir conceptos, y ello nos lleva a conclusiones equivocadas. Uno de estos errores es considerar los términos estudiar y aprender como sinónimos (de hecho, hasta el mismo diccionario lo hace). En esta línea, otro error común sería considerar que ambos conceptos mantienen una relación de causa-efecto. Es decir, que cuando se aprende es porque previamente se ha estudiado. Lo cierto es que estudiar y aprender son conceptos evidentemente relacionados, aunque existen diferencias sustanciales entre ellos.

Las personas, también los animales, venimos programados de serie para el aprendizaje. De hecho es algo inevitable. No podemos no aprender. Aprendemos cada día, continuamente, a todas horas. A veces este aprendizaje se produce de manera consciente y, a veces, de forma inconsciente, pero lo cierto es que el mero hecho de vivir implica un aprendizaje constante. Como indica la teoría de la evolución, nacemos programados para el aprendizaje, porque esta es nuestra principal herramienta para poder adaptarnos a los cambios del entorno. Piense en el momento del parto, el momento en que con más intensidad aprendemos a adaptarnos a los cambios. Y lo hacemos en unos pocos minutos, de manera autodidacta, sin maestros, sin libros,… sin haber estudiado para ello.

Quizás lo primero que debería hacer, para seguir con esta argumentación, es desvincular el término aprendizaje de la educación, de la escuela. El aprendizaje no es, ni mucho menos, patrimonio exclusivo de la escuela. El estudio generalmente sí. Porque estudiar presupone una planificación y una intención previa. Estudiar presupone un qué, un cómo y un cuando pactados con anterioridad. Esta es una actividad premeditada y consciente, que en algunos casos (en muchos, es cierto) da como resultado un aprendizaje. Quizás la principal diferencia entre ambos conceptos radique en esta intencionalidad, además de en el esfuerzo que necesariamente implica el estudio.

Partiendo de esta diferenciación, son muchos los que durante años se han visto tentados de adorar al becerro dorado del aprendizaje, renegando del Dios tradicional EstudioyEsfuerzo. Porque si aprendemos de manera innata, si estamos predispuestos genéticamente a ello, por qué no dejar que el aprendizaje arraigue en nosotros de manera natural. Por qué no dejar que sea nuestra propia iniciativa, nuestra natural curiosidad la que nos vaya descubriendo, a su ritmo, todas las respuestas que precisemos. Seguramente con ello, venceríamos muchas de las reticencias de nuestros alumnos con respecto a la educación.

Sin embargo, como repito a menudo, educar es una tarea compleja. Existen contenidos a los que nuestra innata curiosidad, nuestra innata capacidad de asombro como dice Catherine L’Ecouyer, nos arrastrará a descubrirlos más pronto que tarde. Pero también existen contenidos transcendentales, menos tangibles quizás, que precisarán del estudio y del esfuerzo consciente y planificado del alumno para su comprensión. No se trata por tanto de estrategias incompatibles, sino que ambas son necesarias. Ahora bien, como en tantas cosas, la inteligencia estriba en el hecho de saber distinguir los cómos y los cuándos para cada tipo de aprendizaje, para cada alumno. Gran parte de nuestro éxito como educadores, como padres, vendrá dado por nuestra paciencia (la madre de la ciencia) a la hora de respetar los tiempos de nuestros alumnos, a la hora de permitir que sea su curiosidad la que abra cuantas más puertas mejor, a la hora de dejar que sean sus inquietudes y sus dudas las que apunten el camino a seguir. De esta forma el estudio llegará a nuestros alumnos más como una reclamación que como una imposición.

¡FELIZ REFLEXIÓN!

martes, 12 de febrero de 2013

¿QUÉ HAS APRENDIDO HOY MARTÍN?

¿Qué sentido debería tener la educación? ¿Qué contenidos tendría que transmitir? ¿Cuáles deberían ser sus objetivos, sus pretensiones, sus finalidades? ¿Se ajusta el sistema educativo a las necesidades y demandas actuales de los individuos y de la sociedad en su conjunto? ¿Nos prepara la formación para afrontar las situaciones ante las que nos vamos a encontrar profesional y personalmente?.

Son muchas preguntas y me parece interesante realizar esta reflexión partiendo del ejemplo mostrado en el cortometraje de Sergio BarrejónEl encargado” y de la situación mostrada en un día “normal” de clase.



Imagino al padre (la madre) de Martín, el protagonistas de este cortometraje, cuando al llegar a casa le preguntan a su hijo: ¿Qué tal el día, Martín?, ¿Qué has aprendido hoy? El chaval contesta: “En cono estamos dando las partes de la flor. Don Manuel nos ha explicado el proceso de polinización y las partes de la flor”. Los padres sonríen satisfechos, orgullosos. Su hijo es aplicado, obediente, estudioso y va “por el buen camino”. Esa noche duermen tranquilos y confiados, se sienten seguros, sienten que están haciendo lo correcto.

Martín en cambio tarda en conciliar el sueño, se siente atemorizado ante las amenazas de Luis. Se ha sentido ridículo e insultado ante el resto de sus compañeros. Mañana será un día difícil, tendrá que encajar como pueda la colección de risas, amenazas, desprecios y burlas por parte de los compañeros. Con la certeza de que se ha comportado de manera estúpida. Arrepentido, finalmente se duerme, vencido por el cansancio.

Martín podría haber aprendido ese día el valor de la dignidad, de la justicia, la importancia de luchar por mantener unos principios en los que creemos, de luchar por lo que consideramos justo, de desafiar la tiranía. Podría haber aprendido la importancia de controlar la cólera, la importancia de no responder a provocaciones carentes de argumentos. Podría haber aprendido a confiar en que existe una autoridad que vela por nosotros y nos protege cuando actuamos al amparo de las normas y la justicia.

Pero Martín ha aprendido hoy otra lección, quizás más importante, quizá más útil para la vida: que no hay que atreverse a desafiar a los poderosos, que no vale la pena enfrentarse al orden establecido, que el precio de ser osado es caro y que viene más a cuenta agachar la cabeza y aguantar las humillaciones. ¡Ya escampará!.

Escucho atónito como varias asociaciones insisten en que la educación debe olvidarse de educar en valores, que la educación moral debe quedar relegada al ámbito familiar y que se debe evitar influir y contaminar el espíritu de los pequeños. La escuela debe dedicarse a transmitir los conocimientos del curriculum. Debe dotar a los pequeños de los conocimientos necesarios para continuar trepando por el árbol del sistema educativo y que puedan llegar cuanto más alto mejor. Debe centrarse en elevar el nivel de conocimientos del alumnado y evitar las elevadas tasas de fracaso escolar. Debe dedicarse como ironiza Ken Robinson a formar profesores universitarios.

¿Acaso se puede evitar que la clase sea un espacio de convivencia y de interrelación?, ¿se puede evitar que el niño, en tanto que miembro de un grupo, aprenda el valor de unas normas y unos principios de convivencia? ¿Podemos evitar los profesores ser ejemplo para sus alumnos? ¿Se puede mantener tal nivel de asepsia e imparcialidad? Creo que el debate no es si en la escuela se deben trabajar aspectos como la ética, la moral o los valores. El debate es qué valores vamos a potenciar, qué valores nos definen como sociedad y cómo vamos a trasladarlos, no en el curriculum, sino en la propia convivencia del centro. De lo contrario la educación en valores, en actitudes, la educación emocional se abrirá paso, como en el cortometraje, de manera descontrolada, de manera autodidacta, con resultados, a largo plazo, catastróficos.

Como padres delegamos en la escuela una parte importante de la educación de nuestros hijos, pero también la delegamos en su grupo de amigos, en sus monitores, entrenadores, abuelos, programas de televisión, vecinos, etc, aunque aquí ya no seamos tan conscientes de ello. Es, como dice Marina, la gran tribu la que educa a nuestros hijos. Y esto es algo que no podemos evitar, y en gran medida tampoco controlar. No podemos pretender mantener a nuestro hijos encerrados en una urna de forma que controlemos cuales son los contenidos, argumentos e ideas que van a aprender. Por tanto sólo nos queda la opción de fomentar en ellos un espíritu crítico, y confiar que ello les proteja y les ayude a tomar las decisiones adecuadas cuando lo necesiten. Y para ello sólo contamos con un arma eficaz: el ejemplo. Nuestro ejemplo como padres y como maestros será la única herencia que les vamos a dejar. Todo lo demás pasará con el tiempo, quedará en el cajón del olvido.

La asignatura de educación para la ciudadanía se desangra estos días víctima del fuego cruzado de los políticos. No era la panacea, la asignatura no estaba bien enfocada, (¿cómo se puede encerrar esta asignatura en un aburrido libro de texto plagado de definiciones?, ¿también esto se tiene que memorizar?), pero era un paso en la buena dirección.

La educación debe caminar de acuerdo con los tiempos. La etapa de la educación como mero transmisor de conocimientos ha llegado a su fin. Es la hora de la educación en valores, de la ética, del pensamiento crítico, de la inteligencia emocional, de la filosofía, de la psicología, de la ecología. Es la hora de empujar a los polluelos para que se atrevan a dar el salto y vuelen solos, que experimenten, que se arriesguen, que caigan y que se levanten de nuevo.

La educación basada en el saber, el modelo que nació con la revolución industrial, debe dejar paso a la nueva educación del siglo XXI, la educación basada en el crecimiento personal, la educación del saber ser.

¡FELIZ REFLEXIÓN!

viernes, 8 de febrero de 2013

ENTREVISTAMOS A CATHERINE L'ECUYER, AUTORA DEL LIBRO "EDUCAR EN EL ASOMBRO"


En un mundo frenético e hiperexigente la responsabilidad de ser padres o educadores es a menudo abrumadora. ¿Cómo educar a nuestros hijos, a nuestros alumnos, para un futuro incierto? Catherine L’Ecuyer descubre alguna de las claves en su libro “Educar en el asombro” publicado por Plataforma Actual.

Recuperar la curiosidad, la capacidad de asombro, fortalecer el vínculo de apego con nuestros hijos, atender a sus necesidades y ayudarles a discriminar entre lo esencial y lo accesorio son algunas de las claves que ofrece Catherine L’Ecuyer en su libro. Algunas de estas propuestas chocan frontalmente con los paradigmas sobre los que se ha basado la educación durante los últimos años. La norma del cuanto más mejor, del cuanto antes mejor, no funciona bien en educación. De hecho nos aboca a una estresante carrera de obstáculos cuyas consecuencias más palpables son la sobreestimulación, la desmotivación y la apatía de nuestros niños. Frente a esto la autora propone “respetar los tiempos”, coherencia y ejemplo en los valores, educar desde el interior y redescubrir la naturaleza como fuente inagotable de belleza.

Tras leer el libro, la tentación de poder comentar alguna de estas poderosas ideas con su autora era mucha, y en cuanto se lo propuse, Catherine accedió encantada a participar con sus respuestas en el blog. Mil gracias por su colaboración, por su tiempo y por su intensa aportación al difícil arte de la educación.

Mariposayelefante: Creo que el libro explica muy bien cómo podemos mantener el asombro en nuestros hijos, pero ¿qué podemos hacer, como padres, para recuperar la capacidad de asombro en nuestros "apantallados" hijos?

Catherine L’Ecuyer: Ante todo, hemos de ver esa “vuelta atrás”, no como un viaje hacía un mundo de prohibiciones, sino hacía una vuelta a la maravilla de la realidad. Hoy en día, no nos asombramos, estamos de vuelta de todo porque vivimos en un mundo limitado, en dos dimensiones (¡somos planos!), alejados de la naturaleza, de la belleza, de lo real. Hemos de recuperar el contexto, volver a descubrir la naturaleza por primera vez, hemos de permitir que la belleza del mundo y de las personas que nos rodean nos abra los horizontes de la razón, hemos de volver a encontrarnos con la inocencia dejando que desaparezcan filtros y cortinas ideológicas en nuestras vidas.

Más naturaleza, más espacios de silencio interior, menos consumismos y más disfrutar de lo que tenemos, menos pantalla y más disfrutar de las amistades y de un buen libro. En definitiva, más belleza. ¿Qué es la belleza? Dicen los filósofos que es expresión visible de la verdad y de la bondad. Hemos de volver a conectar con la verdad y la bondad de nuestra naturaleza. Lo que necesita nuestra naturaleza y la de nuestros hijos, allí encontraremos la respuesta.

Mariposayelefante: ¿Qué consejos les darías a los padres que, por motivos de trabajo, tienen poco tiempo para estar con sus hijos?

Catherine L’Ecuyer: En la primera etapa (hasta los 18 meses), lo que cuenta es tiempo. El paradigma de la calidad que nos han vendido, está mal planteado. Durante mucho tiempo, nos han dicho que lo que contaba era estimular el niño todo lo que se podía. A la luz de los últimos descubrimientos en neurociencia, sabemos ahora que no hay necesidad de bombardear a los niños para que sean más inteligentes. Y sobre todo, hemos empezado a darnos cuenta que la persona es mucho más que la dimensión cognitiva. ¡No somos un mero aglutinado de neuronas! Sabemos que lo que cuenta, para el buen desarrollo del niño, es una relación de calidad con su principal cuidador. Sé que es incómodo decirlo porque muchas personas no disponen de ese tiempo, pero hay que encontrarlo. La buena noticia es que los niños duermen mucho en sus primeros meses de vida, por lo que se puede combinar el cuidado del niño con muchas otras actividades, personales y también profesionales. Si ninguno de los dos padres (¡puede ser el padre también!) puede dedicar ese tiempo, es necesario encontrar a una persona que pueda establecer ese vínculo con nuestros hijos durante esta etapa tan importante, que sea una abuela, o una persona de mucha confianza.

Hoy en día, los ratios en las aulas no facilitan que se establezca el vínculo de apego con cada niño. Puestos a escoger entre una buena guardería y un buen cuidador, es mejor escoger un buen cuidador. Ahora, si dudamos de las cualidades del cuidador, es preferible que el niño esté en una buena guardería.

Si nuestros hijos son mayores y no hemos hecho nada de eso, no hemos de desanimarnos. Los niños son supervivientes, tienen una resiliencia fuera de lo común. Hemos de hacer lo que podamos para estar “disponibles”, para atenderles cuando ellos lo necesitan, no cuando a nosotros nos vaya bien. En la medida de lo posible, siempre debería haber uno de los dos padres en casa cuando lleguen los niños del colegio. Es el momento en el que el niño necesita dar sentido a lo que ha aprendido durante el día, y eso no se hace delante de una pantalla o con el canguro de turno.

Mariposayelefante: ¿Cómo se puede fortalecer el vínculo del apego con nuestros hijos?

Catherine L’Ecuyer:  El vínculo de apego del niño se establece entre los 6 y los 18 meses. Y se establece a base de atender las necesidades básicas de nuestros hijos (dormir, comer, afecto, etc.). Es un momento clave en el desarrollo de la persona, aunque no quiere decir que después ya no se puede hacer nada para consolidarlo, o que todo este hecho y no haya que alimentarlo.

Ese es un dato a tener en cuenta. Todo el tiempo que invertimos en esa primera etapa, es tiempo que ahorraremos en dolores de cabeza a partir de los 2 años. Un niño apegado tiene menos pataletas descontroladas y más facilidad para obedecer a las personas con quién ha desarrollado ese vínculo de apego. El apego es un vínculo de confianza, y la confianza es la base sobre la cual se construye la educación. La educación solo es posible si existe esa predisposición de confiar en quién nos acompaña en el maravilloso proceso de desarrollarnos como persona. Si esa predisposición no existe, la única alternativa que le queda al educador es inculcar. Desde fuera hacía dentro. Y eso no produce resultados sostenibles, porque en la imposición, el niño no hace suyo los aprendizajes.

Mariposayelefante: ¿Cómo crees que podemos compaginar una educación basada en el asombro, con un sistema escolar fundamentado en la memorización, la comparación y la consecución de hitos?

Catherine L’Ecuyer:  Es difícil, efectivamente. Como padres, hemos de escoger un colegio que plantee la educación como lo queremos, que sea afín a nuestra filosofía educativa. Hay pocos, pero esos colegios existen. Los padres somos los primeros educadores de nuestros hijos, y hemos de poder escoger el colegio que mejor se ajuste a lo que queremos transmitir a nuestros hijos. Y no hemos de tener que pagar peajes para ello. Todos los colegios, que sean privados, concertados o públicos, deberían ser colegios de padres. Y cada familia debería poder escoger el colegio de sus hijos en función de su proyecto familiar. Así, el niño no vive incoherencia entre lo que se vive y se dice en casa y en el colegio. Eso es muy importante.

Mariposayelefante:  Hace tiempo me cautivó la frase "Si tenemos dos orejas y una sola boca, es para escuchar el doble que hablar"... ¿No te parece una buena fórmula para educar desde el interior?

Catherine L’Ecuyer: El silencio es una variable clave en el proceso de aprendizaje. Sin el silencio interior, la persona no tiene interioridad, capacidad de introspección para cuestionarse y salir de su zona de comodidad, capacidad de reflexión para procesar la información, para filtrar lo que importa y lo que no, para hacer suyo o no un dato, para asimilar en su bagaje personal lo que le parece relevante, para tomar decisiones y actuar libremente en base a unos criterios sólidos.

Educar en el asombro, es educar al niño para que desarrolle esa capacidad de escucha, que esté atento a la realidad que le rodea.

MÁS INFORMACIÓN SOBRE EL LIBRO Y SU AUTORA EN...

Blog de Catherine L'Ecuyer Apego & Asombro.


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martes, 5 de febrero de 2013

LOS JÓVENES ANTE EL EMPLEO ¿Y AHORA QUÉ?

Escuchaba recientemente en un programa de televisión, la intervención de una socióloga hablando sobre la juventud. Ser joven nuca ha sido fácil – decía - pero es cierto que los jóvenes de hoy en día se enfrentan a un mercado laboral extremadamente complejo.

Sin ánimo de hacer comparaciones imposibles, lo cierto es que no es fácil ser joven actualmente. Es extraño que aún nadie haya publicado un libro del estilo “Cómo ser joven y no morir en el intento” o "Juventud para dummies". Sabiendo que esto es cierto, debemos ser especialmente cautos al tratar el tema del empleo juvenil ya que, a la vista de las estadísticas, es fácil adentrarse en el terreno del pesimismo, las excusas y los victimismos, que sólo conducen a la sobreprotección y a la justificación del desánimo y la inacción.

Viendo las cosas con perspectiva observamos cómo el mercado laboral español siempre se ha caracterizado por un modelo del tipo “dientes de sierra”, donde se alternaban los periodos de creación y destrucción de empleo. Otros autores utilizan el término más gráfico de "mercado bulímico", para resaltar la facilidad con la que el mercado laboral español históricamente creaba y destruía puestos de trabajo de manera cíclica. La famosa burbuja inmobiliaria vino a quebrar esta tendencia, prolongando de manera artificial una anormal época de bonanza y creación de empleo, hasta que finalmente en el año 2007 las aguas volvieron a su cauce, y todo el empleo creado durante estos años se destruyó de manera acelerada, cebándose de manera más intensa con los jóvenes.

Durante los primeros años, muchos pensamos que la crisis era una situación pasajera, que duraría un determinado número de años (mayor o menor en función de lo pesimista u optimista que se fuera) y que una vez capeado el temporal las cosas volverían a ser como antes. La destrucción de empleo tocaría fondo y poco a poco, como las setas tras la tormenta, las empresas y los puestos de trabajo volverían a surgir. Pasadas las duras, tocaría volver a disfrutar de las maduras. La consecuencia lógica de esta manera de pensar suponía recomendar a nuestros jóvenes altas dosis de paciencia para retrasar su “momento de abandonar el nido”. Por suerte, la sociedad española siempre ha presumido de una fuerte estructura familiar capaz de cobijar a sus polluelos.

Sin embargo, cada vez son más los autores que advierten que esta crisis supondrá cambios más transcendentales. Cada vez son más los que alertan de que no se trata de un simple cambio de tendencia, sino de un cambio de modelo en toda regla. Es decir, el funcionamiento del mercado laboral tal y como lo conocimos ya no volverá, porque las circunstancias que lo propiciaron ya no existen. En definitiva, que las reglas del juego han cambiado definitivamente. El mercado laboral heredado de la revolución industrial está siendo reemplazado por un modelo laboral distinto.

El mundo en que vivimos cambia a pasos agigantados, y este proceso de cambio se produce de manera cada vez más acelerada. El fenómeno de la globalización unido al auge de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación han propiciado la deslocalización del tejido productivo. Hoy, la mayoría de los productos que consumimos cada día se producen a miles de kilómetros de nuestro lugar de residencia. Y este fenómeno comporta indudables ventajas en cuanto a oferta y precio de los productos a nuestro alcance, aunque también implica la destrucción de miles de puestos de trabajo en sectores tradicionales como textil, calzado, cerámica o juguete, por citar algunos ejemplos propios de la economía valenciana. Como les digo a mis alumnos, el problema del mercado laboral no es que vengan los inmigrantes a España a competir por los puestos de trabajo, el problema es que nuestras naranjas hoy se cultivan en Marruecos y nuestro textil y calzado se produce en China. El problema no son los inmigrantes que vienen, sino el trabajo que se va.

Si entendemos esta crisis no como algo pasajero, sino como algo que removerá los mismos cimientos de nuestro mercado laboral, la cuestión importante no es tanto saber cuándo volverá la creación de empleo, sino qué tipo de empleos son los que demandará este nuevo modelo laboral. Hace poco leía en una estadística que los diez empleos más demandados en EEUU en el 2010 no existían en el 2004. Es cierto que se destruyen miles de empleos cada semana, pero también es cierto que surgen decenas de oportunidades cada día.

El paso de un modelo productivo básicamente agrícola y ganadero a uno industrial requirió de un proceso de alfabetización generalizado. De la misma manera, el nuevo modelo productivo de la sociedad de la información y del conocimiento requerirá de unos niveles educativos o formativos superiores. Y es lógico que sea así. Cualquier trabajador que tenga que desarrollar su actividad profesional en un mundo tecnológico y en constante cambio como el actual, debe entender la formación como un proceso continuado a lo largo de toda su vida laboral, como un proceso de reciclaje y actualización permanente.  En la sociedad de la información ya no cabe optar entre el típico ¿estudias o trabajas? de hace unos años. El nuevo trabajador de la sociedad de la información al mismo tiempo que realiza su actividad profesional se preocupará por mantener actualizados sus conocimientos y habilidades. Ya hay voces que reclaman un modelo educativo donde los títulos tengan fecha de caducidad, donde los alumnos estén obligados a volver a las aulas cada cierto número de años para demostrar que tienen actualizadas sus competencias profesionales. Un dato más, sólo en los últimos cinco años se ha generado más información que en los cinco mil anteriores. Alucinante, ¿no?

Y es aquí donde España tiene su verdadero problema, su reto particular. Porque el 30% de los jóvenes españoles no finalizan la enseñanza obligatoria, porque el 80 % de los parados menores de 30 años tienen un nivel formativo equivalente a Graduado o inferior. Y el colmo es que muchos de ellos continúan esperando a que pase la crisis, a que deje de llover, a que alguien llame a su timbre y les ofrezca un trabajo.

Quizás existió un tiempo en que personas con un bajo nivel formativo encontraban trabajo con facilidad, quizás existió un tiempo en que los ingresos poco tenían que ver con el nivel formativo, quizás existió un tiempo en que la formación profesional sólo era la fase previa, la antesala del mercado laboral. Pero esos tiempos, con sus luces y sus sombras pasaron, y nunca volverán. En el mercado de trabajo actual suenan con fuerza las palabras “resultados” y “productividad”. Son los dos pilares de la deseada empleabilidad. El modelo en el que se pagaba por horas pierde fuelle en favor del modelo del talento, lo que aporta valor es lo diferente, lo original, lo innovador. La fuerza bruta la aportan las máquinas, el talento, las personas. El modelo “hago lo que me mandan” cotiza a la baja, las acciones de la empresa “iniciativa, autonomía & talento” suben con fuerza.

La empleabilidad, la capacidad de encontrar trabajo en un mercado laboral volátil como el actual es cada vez más un conglomerado de actitudes y menos un conjunto de conocimientos y habilidades. Las empresas no buscan gente con títulos vacíos de contenido, buscan personas que aporten valor, que ofrezcan soluciones. Nos encontramos frente a un mercado laboral exigente que requiere de trabajadores autónomos, con iniciativa, formados, con capacidad para aplicar sus conocimientos a situaciones concretas. Ha pasado el tiempo de llenar los buzones con currículums fotocopiados, de “pedir” trabajo de lo que sea y de esperar soluciones caídas del cielo, es el momento en que los jóvenes deben pasar a la acción y aportar sus propias soluciones, es el momento de la iniciativa, del esfuerzo, de la innovación, del talento… A todos nos va el futuro en ello.

¡FELIZ REFLEXIÓN!

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