Publicaba hace unos días El País un artículo en el que aparecía la enésima etiqueta con la que pretendemos describir a la nueva generación. Generación “cangrejo” es el último de los calificativos que hemos inventado. El apelativo parte de la idea de que esta parece que será la primera generación a la que le tocará vivir peor que sus padres, que caminará hacia atrás, que retrocederá en cuanto a sus condiciones de vida. Antes que esta ya se nos habían ocurrido un sinfín de etiquetas con las que calificarlos: generación “ni-ni” (ni estudia, ni trabaja), generación “mileurista” o “nimileurista” (haciendo referencia a los bajos sueldos) o generación “boomerang” (por volver a casa tras independizarse) fueron algunas de ellas. Todas desde luego negativas y peyorativas.
Comparto plenamente el enfoque del artículo que se centra en cuestionar las razones con las que tan ligeramente nos dedicamos a teñir de negro-negrísimo el futuro de los jóvenes. ¿Acaso las generaciones pasadas no lo tuvieron difícil también?. Es cierto que el panorama laboral no se presenta muy halagüeño, pero también es cierto que estamos ante la generación de jóvenes que más oportunidades ha tenido de estudiar, viajar, aprender idiomas, conocer gente de todo el mundo, etc. Podemos obsesionarnos con las dificultades que inevitablemente tendrán que afrontar para encontrar su espacio en la sociedad, pero también podemos confiar en el increíble potencial que encierra esta generación, y tener esperanzas de que esta generación, quizá dormida durante mucho tiempo, quizá excesivamente acomodada y apática al calor del estado del bienestar, despierte y, obligada por las circunstancias, nos sorprenda con soluciones imaginativas e innovadoras. La necesidad hace maestros, y capacidad e ingenio les sobran a esta generación. Es la hora de reinventarse.
Recuerdo un cuento relacionado con esta última idea...
Había una vez un monje que paseaba con su discípulo cuando sus pasos les condujeron a una casa de apariencia humilde. Durante su viaje el maestro y el aprendiz habían estado comentando sobre la importancia de aprovechar las oportunidades de aprendizaje que iban encontrando a lo largo del camino.
Llegaron al lugar y constataron la pobreza del sitio. Allí vivían una pareja y sus tres hijos en una casa de madera. Todos iban vestidos con ropas sucias y remendadas, sin calzado. Entonces el monje se acercó al padre y le preguntó:” En este lugar no existen señales de trabajo, ni comercios cercanos, ¿cómo hacen para poder sobrevivir aquí?”
El hombre calmadamente le respondió: “Amigo mío, nosotros tenemos una vaquita que nos da varios litros de leche todos los días. Una parte de la leche la vendemos o la intercambiamos en la ciudad, y con la otra parte producimos queso, cuajada,… para nuestro consumo y así es como vamos sobreviviendo.”
El sabio agradeció la amabilidad del hombre y tras contemplar el lugar un momento se despidió y maestro y discípulo abandonaron el lugar. Tras caminar unos pasos el monje se giró hacia su fiel discípulo y le ordenó: “Quiero que esta noche vuelvas a la casa, busques la vaca, la lleves al precipicio de allá enfrente y la empujes por el barranco.”
El joven espantado no podía creer lo que estaba escuchando, ¿cómo podía pretender su maestro que obraran de tal forma con gentes tan necesitadas y amables? Más como percibió silencio por parte de su maestro ante sus quejas, no le quedó más remedio que cumplir aquella orden. Al anochecer empujó la vaca por el precipicio y la vio morir. Aquella escena quedó grabada en la memoria del joven durante varios años.
Un día el joven alumno decidió que su etapa como aprendiz en compañía del sabio monje había llegado a su fin y decidió andar solo su camino. Atormentado por la idea de la desgracia que había provocado en aquellas gentes al matar a la vaca que les servía de sustento, decidió volver a aquel lugar para intentar reparar su daño. Así lo hizo, y a medida que se acercaba al lugar empezó a verlo todo muy cambiado, mucho más hermoso que la otra vez que estuvo allí. La casa era ahora mucho más grande y a su alrededor florecían infinidad de árboles frutales junto a otros detalles que demostraban la prosperidad de los habitantes del lugar.
Asustado el joven entró en la casa, pensando que los antiguos propietarios habrían tenido que vender todas sus posesiones angustiados por la necesidad y que otras personas se habrían instalado allí. Acalorado el joven entró en la casa y se quedó helado al comprobar que era la misma familia la que continuaba habitando aquella casa, ahora completamente renovada. Tras recuperar el aliento pregunto al dueño de la casa: “¿Cómo hizo para lograr mejorar este lugar y cambiar su vida?”.
El hombre entusiasmado le respondió:” Nosotros antes teníamos una vaquita que cayó por el barranco y murió. A partir de ese día nos vimos en la necesidad de hacer otras cosas y desarrollar habilidades que no sabíamos que teníamos, así conseguimos alcanzar el éxito que usted ve ahora.”
Puede que esta generación cangrejo de hoy, tan adormilada, tan acomodada, despierte de su letargo acuciada por la necesidad y descubra esas nuevas habilidades, que sin duda atesora, y que hasta ahora no había intuido y nos conduzca al futuro brillante que se esconde tras los nubarrones de la crisis.
Mientras llega el momento, confabulémonos para ver el vaso medio lleno, y como muestra el video que enlazo, si queremos, si necesitamos definir y calificar a nuestros jóvenes, utilicemos etiquetas que abran la puerta a la esperanza, no que los condenen de antemano al fracaso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario