Cuenta la mitología que Pigmalión era un habilidoso escultor que vivió en la isla de Creta. Era un artista apasionado de su trabajo y sus obras mostraban una continua búsqueda de la perfección. Cuenta la leyenda que inspirándose en la bella Galatea, Pigmalión esculpió una estatua tan perfecta que cualquiera que se detenía a contemplarla dudaba, al mirar su expresión, si aquella estatua no tendría vida propia. Tal era la perfección de la estatua y tal el empeño que Pigmalión puso en su trabajo que el autor acabó perdidamente enamorado de su obra.
Pigmalión empezó desde entonces a tratar a su escultura como si de un ser viviente se tratase, llegando incluso a implorar a los dioses para que concedieran vida a su creación. Venus, conmovida por la pasión del escultor, decidió complacer sus peticiones y, una noche, se apareció en el taller del artista para insuflar vida en su amada escultura. Pigmalión vio cumplidos sus deseos y la estatua de Galatea se convirtió en su amante y compañera.
La psicología se inspiró en esta leyenda para nombrar uno de los procesos que, con mayor influencia, se producen en el ámbito educativo. El efecto Pigmalión describe el proceso a través del cual las creencias y las expectativas de una persona afectan a su percepción y condicionan su conducta de tal forma que sus expectativas iniciales tienden a confirmarse.
El experimento más conocido sobre este proceso fue el publicado en 1968 por Rosenthal y Jacobson al que titularon “Pigmalión en el aula”. Este conocido experimento trataba de demostrar hasta qué punto las expectativas y creencias de los profesores influían en el comportamiento y los resultados de los alumnos. En el estudio se les informaba a los nuevos profesores que todos los alumnos de la clase habían pasado un test de inteligencia y se les indicaban las puntuaciones obtenidas por estos, separando la clase en buenos y malos alumnos. La cuestión era que en realidad no se había realizado ningún test y la asignación al grupo de bueno o malos alumnos se producía de manera aleatoria. Se trataba de provocar una expectativa, una predicción sobre el buen o mal funcionamiento de los alumnos en el profesor.
Al finalizar el curso escolar el estudió confirmó que los resultados de los alumnos etiquetados como brillantes al inicio de curso había sido mucho mayor que el de los que habían sido definidos como mediocres o con bajas capacidades. La explicación que ofrecen Rosenthal y Jacobson es que movidos por su expectativa inicial los profesores habían actuado en el aula tratando de confirmar sus percepciones iniciales y habían otorgado un trato diferenciado a unos y otros alumnos. Finalmente sus expectativas se habían visto refrendadas con los resultados y los alumnos aleatoriamente etiquetados como brillantes obtuvieron mayoritariamente excelentes calificaciones, mientras que el resto de alumnos habían obtenido puntuaciones inferiores.
El efecto Pigmalión funciona como una profecía autocumplida, mostrando la transcendental influencia que tienen las primeras impresiones o nuestras expectativas y predicciones sobre el comportamiento de las personas. En muchas ocasiones nos relacionamos con las personas en función de lo que esperamos de ellas. Así, estaremos atentos a determinados comportamientos o comentarios que confirmen nuestras expectativas, o relativizaremos la influencia de otros que son contradictorios con nuestros supuestos iniciales. En nuestras relaciones personales, también en el aula, aplicamos refuerzos o penalizamos acciones en base a estas expectativas.
Las expectativas que tengamos condicionarán en buena medida nuestras actitudes. Y puesto que es inevitable generar estas expectativas, al menos hagamos el esfuerzo de ser conscientes de ellas para revisarlas y contrastarlas cada cierto tiempo. Como dijo alguien “solo tendremos una única oportunidad para causar una buena primera impresión”, así que aprovechémosla.
Comparto la apreciaci'on. Y me da elementos para refutar el proyecto institucional de mi escuela donde los estudiantes son separados por niveles de competencia y de los construcción que son los de bajó nivel al final del año no se ven avances significativos.De hecho los maestros los reciben con reticencia.
ResponderEliminarSaludos Olga. Separar a los alumnos en función de su "competencia" es una metodología extremadamente peligrosa. Es una forma cruel de etiquetar y de encasillar a los alumnos, cargándolos de limitaciones que tardarán tiempo en superar. Pigmalión también tiene su lectura negativa: Si no esperamos nada de nuestros "peores" alumnos, el tiempo (tristemente) nos dará la razón.
EliminarGracias por tu comentario Olga.
excelente tema, los profesores deberían tener con
ResponderEliminarciencia de la inmensa responsabilidad que asumen
No solo funciona con profesores. En realidad todos deberíamos ser conscientes de las expectativas que hacemos ya que, en gran medida condicionan nuestra realidad.
EliminarSaludos Lerrys