Dedicamos varios días en clase para tratar el tema de las expectativas; sobre cómo se crean, sobre su influencia en nuestro comportamiento y sobre cómo podemos gestionarlas. Considero este tema un aspecto fundamental a la hora de empezar a trabajar con cualquier grupo, máxime si se trata de alumnos provenientes de fracaso escolar que muestran una clara predisposición a generar expectativas negativas sobre el proceso formativo que inician. En todo caso poner en común lo que alumnos y profesor esperan del curso que comienza siempre es positivo y evita muchos malentendidos.
Las expectativas se producen de manera inevitable ante cualquier situación y, seamos o no conscientes de ellas, influyen en gran medida en nuestra percepción de la realidad y por tanto también en nuestra forma de reaccionar y actuar. Al explicar este punto suelo comentar que todos vamos por la vida cargados con una bola de cristal, generando predicciones sobre lo que esperamos que ocurra. A veces esas predicciones se cumplen y otras no. A veces incluso tendemos a distorsionar la realidad para hacerla coincidir con nuestras expectativas. En todo caso el resultado percibido influirá en nuestro estado emocional generando satisfacción o decepción, ilusión y confianza o desengaño. Se suele utilizar la expresión de que todo es del color del cristal con que se mira, y es cierto. Enfrentados a una misma situación dos personas la percibirán de manera diferente, generaran expectativas diferentes y se comportaran de manera distinta, pero siempre de manera coherente con las expectativas creadas.
Las expectativas no surgen de la nada, se generan en base a nuestras experiencias anteriores, a nuestra forma de percibir la situación y además, están influenciadas por nuestro estado de ánimo. Hay momentos en los que nos sentimos más predispuestos, más optimistas y capaces de superar cualquier obstáculo y momentos en los que el desánimo se apodera de nosotros y no nos vemos con fuerza para intentar nada. En todo caso es de esperar que un grupo de alumnos provenientes del fracaso escolar genere expectativas negativas sobre el proceso de formación que comienzan. Y es de prever que “arrastren” sus modelos de comportamiento, su “modus operandi” a la nueva situación. Es instinto de supervivencia, de adaptación. Las personas generamos nuestra “zona de confort” y nos sentimos seguros y protegidos en su interior. No saldremos de ella si no tenemos una razón poderosa para ello, un motivo de peso, una necesidad importante que cubrir. Pero cualquier cambio, y un curso de formación es un proceso de cambio, supone explorar el territorio inhóspito que se encuentra fuera de nuestra zona de confort, salir y arriesgarse, intentar cosas nuevas, o probar a hacer las mismas pero de distinta manera.
A la hora de iniciar una nueva acción formativa hay que generar un ambiente de novedad. Hay que aplicar la máxima del borrón y cuenta nueva, plantear el curso como una oportunidad de partir de cero, como un nuevo comienzo en el que cualquier resultado es posible. Pocas veces la vida nos da la oportunidad de volver a empezar, sin recriminarnos errores del pasado, pero conscientes de los fallos cometidos y, cuando se nos presenta esta opción, tenemos que agarrarnos a ella con uñas y dientes. En todo caso es conveniente ayudar a los alumnos a generar expectativas positivas, a mejorar la confianza en sus posibilidades, a hacerles ver sus potencialidades en vez de sus defectos, a aumentar su autoestima para que se atrevan a colocarse el salacot, armarse con el machete e internarse en la tupida selva de las oportunidades.
Al inicio de un nuevo curso suelo utilizar una sencilla dinámica para clarificar las expectativas y actitudes de los alumnos. Sentados en circulo les propongo tres papeles, tres roles con los que identificar su predisposición al inicio de curso. Les pregunto si se sienten más como prisioneros, que acuden obligados a hacer el curso, como turistas, que están de paso, a ver de qué va esto, a ver que me cuentan, o como exploradores, dispuestos a arriesgarse, dispuestos a esforzarse, curiosos y dispuestos a descubrir cosas nuevas cada día.
Al despedirnos el primer día intento que todos se lleven en su mochila de explorador dos ideas: Una que a partir de mañana todo es posible, y dos que lo que consigan dependerá exclusivamente de ellos y de la actitud que tomen. Siempre hay un camino para quien está dispuesto a correr el riesgo de explorarlo.
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