La parábola de la marsopa, o del delfín, es una interesante
historia narrada por George Bateson, uno de los padres de la programación neurolingüística,
que recoge las observaciones realizadas por el propio Bateson mientras estudiaba
el proceso de entrenamiento de unos delfines en Hawai. Las reflexiones extraídas
en este estudio son fácilmente extrapolables al contexto educativo.
Bateson observó durante varios meses como los entrenadores
enseñaban a los delfines los trucos que debían realizar durante el espectáculo.
La “clase” comenzaba cuando el animal hacía algo inusual, como por ejemplo
saltar fuera del agua, tras lo cual los entrenadores hacían sonar su silbato y
premiaban al delfín con un pescado. Cada vez que el delfín repetía esa acción
el entrenador hacía sonar su silbato y premiaba nuevamente al animal. Pronto el
delfín aprendió que esa conducta le aseguraba un premio y por tanto la repetía
con asiduidad.
Al día siguiente el delfín volvió a repetir su salto
esperando obtener su pescado, pero esta vez no sucedió nada. El animal repitió
su salto varias veces hasta que aburrido desiste en sus saltos y realiza una
acción diferente, por ejemplo un giro. Inmediatamente el atento entrenador hace
sonar su silbato y premia al delfín por este nuevo movimiento. Así, el equipo
de entrenadores solo premia las piruetas nuevas. Esta pauta de funcionamiento,
indica Bateson, se repitió durante dos semanas. El delfín intenta repetir el
movimiento del día anterior esperando su pescado, y como no sucede nada realiza
un movimiento distinto que, inmediatamente es reconocido (silbato) y premiado
(pescado).
Esta situación resulta durante los primeros días algo
desconcertante para el animal, hasta que finalmente descubre la “lógica” del
juego: sólo se premian los movimientos diferentes. Bateson cuenta que el
decimoquinto día de su entrenamiento el delfín realizó un espectáculo tan
extraordinario que parecía haberse vuelto loco. El animal empezó a realizar
continuos movimientos diferentes realizando varias piruetas no observadas con
anterioridad con otros delfines. Finalmente había “aprendido” no sólo a
realizar nuevas conductas, sino que había comprendido las reglas sobre cómo y cuándo
producirlas.
Uno de los puntos importantes que recoge Bateson en sus
observaciones es que, durante las dos semanas del entrenamiento, observó como
el entrenador arrojaba pescado al delfín sin motivo aparente. Preguntado el
entrenador por esta cuestión le informó: “Esto lo hago para mantener mi
relación con él. Si nuestra relación no fuese buena, el delfín no se molestaría
en aprender nada.”
Algunas de las conclusiones que se extraen del estudio de
Bateson son:
En este caso el objetivo de los entrenadores no es que el
delfín aprenda a hacer tal o cual pirueta, su objetivo es mucho más ambicioso:
Pretenden que el animal sea creativo, que innove.
Tan importante es la tarea (movimiento nuevo) como la
relación. Que el delfín esté interesado en participar en el “juego” depende de
que la relación entre ambos sea positiva.
Lo que los entrenadores pretenden es que el delfín aprenda a
aprender, que comprenda las “reglas del juego”. No importa la dificultad de la
pirueta realizada, sino la innovación, el hacer algo distinto. Se fomenta la
iniciativa y la originalidad.
En este proceso de aprendizaje, el delfín recibe información
(el sonido del silbato le indica que es lo que ha hecho bien) y refuerzo
(pescado). Así el animal entiende cuando hace algo esperado.
Finalmente, no se utiliza ningún tipo de castigo para
corregir conductas. Es decir, mientras que el animal no hace movimientos nuevos
o mientras se empeña en repetir los aprendidos el día anterior, no se le aplica
ningún castigo (no se le ofrece pescado podrido), sencillamente no se le presta
atención.
Si comparásemos la “clase
del delfín” con nuestro trabajo como maestros y profesores, o con nuestra
forma de comportarnos con nuestros hijos…
¿Cuál es nuestra intención como maestros? ¿Les decimos a los
niños la “pirueta” que tienen que aprender o les dejamos margen para que
muestren su creatividad?
¿Cuidamos la relación de la misma manera que atendemos la
tarea? ¿Tenemos tiempo de “dejar caer” algunos pescados fuera de nuestro tiempo
de entrenamiento para cuidar la relación?
¿Ofrecemos información y premiamos cada comportamiento
esperado o positivo de nuestros alumnos o mostramos más predisposición a
atender los comportamientos negativos?
¿Posibilitamos, buscamos la iniciativa en nuestros alumnos?
¿Abusamos del “pescado podrido” para corregir los
comportamientos no deseados, aún a cambio de sacrificar la relación y que
nuestros “delfines” desistan en su interés por aprender?
* La investigación de Bateson está recogida en el libro "Coaching" de Robert Dilts.
¡FELIZ REFLEXIÓN!
No lo había leído nunca: !Me encanta!
ResponderEliminarComparto contigo que aprender a aprender es la cuestión de importancia supina, pero cuesta tanto cambiar las cosas.
La importancia del aprendizaje recae más en el cómo educamos que en los contenidos. Fomentar una buena relación entre maestro y alumno y entre los propios alumnos es fundamental para que los alumnos quieran jugar al juego de aprender.
EliminarSin implicación no cabe aprender a aprender, solo memorizar y repetir.
Saludos Maria. Gracias por comentar.
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ResponderEliminarComo el cientifico ruso Pavlov y su condicionamiento, algo parecido ocurre en este instruccionamiento de los delfines. ¿es posible utilizar esta metodología en las didacticas educativas?
ResponderEliminarLo que seguro es posible es mejorar, aprendiendo de los errores y INNOVAR, sin que por ello sea menos formal o funcional, nuestras practicas educativas.
El proceso de aprendizaje se sustenta en los principios conductistas analizados por Paulov, aunque creo que las observaciones con delfines van más allá al incluir el tema de mantener la relación entre el entrenador y el animal como algo básico. El aprendizaje ya no es una mera respuesta condicionada, casi refleja, sino que es una decisión voluntaria y consciente.
EliminarGracias por tu aportación Anna.
Me ha encantado, gracias por publicarlo.
ResponderEliminarSaludos
Enrique
¡Hola!
ResponderEliminarHe quedado fascinada con esta parábola que no conocía.
En primer lugar porque me parece un ejemplo maravilloso para llevarlo al ámbito educativo, donde el alumno debe ser el protagonista de su propio proceso de enseñanza-aprendizaje y no solo se queda ahí, sino que además la relación entre el profesor y sus alumnos asume importancia.
La relación entre educador y educando para mí es esencial, ya que ésta va a hacer que el educando esté más receptivo y tenga más ambición por aprender, por realizar mejor las actividades, ser más creatividad y originales, y solo de esta forma el alumno puede asumir la competencia de aprender a aprender.
Para finalizar decir que las conclusiones son muy aclaradoras y que resumen el post a la perfección. En conclusión me parece una entrada estupenda. Gracias por compartirla.