“Las respuestas solo han de importarte cuando la pregunta es
la correcta”
Sr. Miyagi.
El joven “Daniel Sam” llega a una nueva ciudad, nuevo barrio,
nuevo instituto, nuevos amigos. Demasiadas novedades en poco tiempo. A veces
uno lo intenta, pone lo mejor de sí mismo para adaptarse a los cambios, pero cuanto
más lo intenta, peor se ponen las cosas. Como resultado al joven Daniel Larusso,
protagonista de la película Karate kid, se le acumulan hematomas y rasguños, heridas
físicas, pero también emocionales. No todas las situaciones de la vida se
solucionan a base de buena actitud y predisposición, máxime cuando uno es un joven
impulsivo y orgulloso. Cuando no obtenemos el resultado esperado parece que
sólo quede la opción de la insistencia: Levántate una vez más de las que
caigas. Daniel le insiste a su madre: “Tú no lo entiendes (las madres nunca lo
entienden) Necesito aprender Karate. Necesito defenderme”.
Como cualquier joven, Daniel busca encontrar su espacio, pero
el mundo no es ese sitio amable y hospitalario que él pensaba. Los recién llegados
no son bien recibidos, máxime si pretendes conquistar a la princesa del lugar. El
príncipe destronado y el resto de la manada embisten con saña. Daniel comete el error de aceptar el juego de
la provocación y la venganza, una espiral en la que tiene todas las de perder.
El maestro aparece cuando el alumno está preparado y, cuando
la situación está a punto de írsele de las manos a Daniel, en forma de nueva
paliza, aparece el anciano oriental. Daniel observa los certeros movimientos y
golpes del Sr. Miyagi mientras lo defiende y, antes de desmayarse lo tiene
claro: quiere aprender. El maestro acepta enseñarle, pero antes deberá
encontrar el sentido, la razón, el para qué de su aprendizaje: Aprender sin
reflexionar es malgastar la energía.
Los cimientos del proceso formativo, del proceso de coaching,
están puestos: Voluntad, motivación y confianza por parte del joven Daniel; visión,
habilidades, disciplina y tempo por parte del maestro. En el momento en que
ambos sintonicen en su para qué, en su objetivo, el proceso dará sus frutos.
El aprendiz no acaba de entender la finalidad del esfuerzo,
aún carece de la visión: Pintar, lijar, “darcera-pulircera”,… pero la confianza
en el maestro vence las reticencias. La alianza terapéutica, la relación de complicidad
entre alumno y maestro, es fundamental en el proceso de crecimiento. A su
debido tiempo el alumno descubrirá el valor de lo aprendido. Cualquier aprendizaje
nos brinda la oportunidad de mejorar como personas, de conocernos mejor,… el
aprendizaje es siempre un despertar de recursos dormidos.
El momento mágico es precisamente ese despertar de la
consciencia, ese “click”, esa especie de revelación repentina que enciende la
luz y aparta la cortina y descubre el “sé que sé”. Es el momento de recoger el
fruto del esfuerzo, la constancia y la dedicación. La batalla más dura es la
que se libra en el interior. Cuando aprendo descubro que la mitad de lo
aprendido estaba en mí.
“Nunca pensé que llegaría hasta aquí” reconoce Daniel a su
maestro a las puertas de las semifinales del campeonato estatal. “Ya somos dos”
le contesta el Sr. Miyagi. En esto consiste la magia, en superar todas las expectativas.
¡FELIZ REFLEXIÓN!
En Japón son muy formales y casi siempre utilizan un título acompañando al nombre. San es el honorífico que equivale a decir Señor. Lo normal sería que el señor Miyagi utilizara el honorífico -kun por tratarse de un adolescente, o bien -chan si le trata con la confianza de un niño. Al utilizar -san está reconociendo a Daniel como adulto.
ResponderEliminarIgnoro si los guionistas eran conscientes.
Curiosa aportación, lo desconocía. El tratamiento de "San" para Daniel es coherente con el tema de la película, pues supone una muestra que el Sr. Miyagi trata a Daniel como un adulto. Gracias por el comentario.
ResponderEliminar