Cuando era pequeño me gustaban las películas de indios y
vaqueros. Recuerdo la típica escena en la que los confederados avanzaban a
caballo en ordenada fila de a dos por el medio de las áridas llanuras, siempre
con rocosas montañas que parecían hechas de cartón en el horizonte. De repente
el general, situado a la cabeza de la fila junto al tipo de la corneta, levantaba
la mano como un guardia de tráfico y con un sonoro grito detenía en seco al pelotón. El
plano cambiaba y a lo lejos se veía llegar, en medio de una nube de polvo, un
jinete solitario a galope tendido. Era el explorador que habían enviado como
avanzadilla para inspeccionar el terreno.
Los exploradores eran tipos solitarios, un tanto huraños y de
pocas palabras, pero excepcionalmente hábiles e intuitivos. Estos puestos eran
generalmente ocupados por indios renegados, expertos conocedores del terreno y
de las costumbre enemigas que, igual ponían el oído en el suelo y adivinaban la
distancia exacta a la que se encontraba el peligro, como encontraban un rastro
siguiendo el olor, como hacían señales de humo para alertar de una situación.
Las expectativas que todos conscientemente o no hacemos
constantemente trabajan de manera similar a estos exploradores indios. En
nuestro papel de comandante en jefe, las enviamos con órdenes precisas para que
examinen el terreno. Cuando regresan, escuchamos atentamente su informe y, tras
interpretar sus advertencias, decidimos si es mejor continuar por el camino y
atravesar el desfiladero, confiando en que no hay riesgo de emboscada, o si es
preferible montar campamento base y esperar al lado del río a que amanezca.
Decidimos en base a la información generada por nuestras
expectativas. Pero la fiabilidad de esos datos depende de la familiaridad del
explorador con el terreno, con la situación concreta. En ocasiones el
rastreador se encuentra en un medio conocido e interpreta con destreza las
señales y aporta una información valiosa, pero a veces, nuestro explorador se
muestra torpe, dubitativo, confuso, fuera de lugar y entonces, obligado a
regresar y emitir su informe, las
conjeturas y suposiciones ocupan el lugar de los datos. Y entonces nuestro ejército
avanza sin remedio hacia tierras movedizas. En fin, al menos… murieron con las
botas puestas (o no).
Un chiste sirve de ejemplo para la entrada de hoy.
Hoy he despedido a mi
becario. ¿Que por qué lo he despedido? Veréis…
Era mi 37 cumpleaños,
mi humor no estaba muy bien que digamos. Aquella mañana, al despertarme me
dirigí a la cocina para tomar una taza de café, a la espera de que mi marido me
dijese: - ¡Feliz cumpleaños, querida!
Pero él no me dio ni
los buenos días…
Y me dije a mi misma: -
¿Es ese el hombre que yo me merezco?
Pero continúe
imaginando: - Los niños seguro que se acordarán- Pero cuando llegaron a
desayunar, no dijeron ni una palabra.
Así que salí de casa
bastante desanimada, pero me sentí un poco mejor cuando al entrar en la oficina
mi becario me dijo: -Buenos días Srª López. ¡Feliz cumpleaños!
Finalmente, alguien se
había acordado…
Trabajamos hasta el
medio día y entonces mi becario entró en mi despacho diciendo: - Sabe Srª López…
hace un hermoso día y ya que es su cumpleaños, podríamos almorzar juntos, solos
usted y yo.
Acepte y fuimos a un
lugar bastante reservado. Nos divertimos mucho y, en el camino de vuelta, él
propuso: - Con este día tan bonito, creo que no deberíamos volver a la oficina.
Vamos a mi apartamento y tomemos allí una copa.
Fuimos entonces a su
apartamento y, mientras yo saboreaba un Martini, él dijo: - Si no le importa
voy un momento a mi cuarto a ponerme una ropa un poco más cómoda.
-Esta bien, como
quieras- respondí.
Pasados cinco minutos,
más o menos, él salió del cuarto con una tarta enorme, seguido por mi marido,
mis hijos, mis amigos y todo el personal de la oficina. Todos cantaban “Cumpleaños
Feliz,…!”
Y allí estaba yo,
desnuda, sin sostén ni bragas, echada en el sofá del salón…
¡FELIZ REFLEXIÓN!
Cuando miramos hacía adelante generamos expectativas. Cuando miramos hacia atrás recuerdos.
ResponderEliminarEs por ello que la realidad siempre es algo construido, relativo. Cada cual ve el mundo a su manera, ya que es su propia construcción del mundo la que entiende en base a sus experiencias y sus creencias. Por ello toda opinión es siempre respetable, pero también revisable.
EliminarSaludos.