martes, 12 de marzo de 2013

PREVENIR MEJOR QUE SUFRIR.


Cada vez con mayor frecuencia, los medios de comunicación se hacen eco de episodios violentos ocurridos en el ámbito escolar. Algunas voces alertan sobre el preocupante aumento de estos comportamientos, mientras que otras insisten en que la violencia escolar, pese a ser un tema preocupante, afecta a un reducido porcentaje de alumnos y centros. Estos últimos además, insisten en que la violencia escolar es algo que ha ocurrido siempre, que es inevitable en la convivencia de una comunidad tan numerosa y diversa como la educativa, lo que ocurre es que ahora estos hechos encuentran mayor difusión.

Otro aspecto relevante es la aparición de nuevas formas de acoso y violencia escolar vinculadas a las nuevas tecnologías. La masiva utilización de teléfonos móviles y redes sociales, por parte de los jóvenes convierte estos medios de comunicación en una peligrosa arma para el acoso. Recientemente incluso, han proliferado distintas redes sociales que buscan obtener lucro facilitando espacios anónimos para el insulto y la vejación. Se oferta la posibilidad de tirar la piedra y esconder la mano y, rápidamente aparecen candidatos dispuestos a inundar el patio de dardos envenenados.

Hace unas semanas todos los telediarios españoles emitieron las imágenes, grabadas por las cámaras de seguridad de un instituto, en las que se veía como un alumno, de manera traicionera, prendía fuego con un mechero al pelo de una profesora. Las imágenes mostraban la total impunidad y falta de arrepentimiento con que actuó el agresor. Con independencia del medio utilizado todos estos comportamientos tienen un poso común.

Estos hechos constituyen luces rojas, señales de alarma que advierten que algo no funciona como debería en el sistema educativo. La violencia constituye la parte visible de un enorme iceberg. Es el síntoma, la consecuencia, el resultado de un proceso formativo fallido donde, lo más preocupante no es la conducta agresiva en sí, sino las circunstancias que provocan su aparición.

Llegados a la adolescencia, a menudo los comportamientos agresivos se revisten de mayor crueldad. La violencia se convierte en un modo de ser, en una forma de destacar, de conseguir popularidad o “respeto” por parte del grupo. La necesidad de afirmación, de sentirse diferente, de convertirse en el centro de atención, encuentra un medio de expresión en la violencia, sobre todo para aquellos carentes de otras habilidades. Pero los comportamientos violentos, generalmente, no aparecen de repente, por generación espontanea. Con toda seguridad la semilla se plantó años atrás y se fue regando y abonando puntualmente.

Lo más inquietante de este tipo de comportamientos es el andamiaje de creencias y sentimientos (o falta de ellos) que los sustentan. Esa sensación de impunidad, de estar por encima del bien del mal, esa falta absoluta de empatía, ese egocentrismo radical propio de los violentos, característico de aquellos carentes de argumentos. Con ellos no hay debate posible. “Las cosas son así. Yo soy así”. Punto. La vida reducida a sus leyes más simples: vencedores y vencidos, arriba o abajo, ataque o huida,… blanco o negro.

Lo que desde mi punto de vista es evidente es que, las causas de la violencia escolar actual difieren de las de décadas pasadas. Quizás incluso hasta en sus protagonistas. La violencia actual hunde sus raíces en una egoísta escala de valores, pero también en las enormes dificultades que encuentran las sociedades modernas para ofrecer una adecuada combinación de retos y oportunidades a los jóvenes. Se confunde la felicidad con la satisfacción, se relegan el esfuerzo y el sacrificio a estrategias de última instancia, se fomenta la competitividad sobre la cooperación, se venera el individualismo, el consumismo, el tener sobre el ser. Y, lo más importante, no acabamos de encontrar el término medio entre la sobreprotección y el abandono. O les damos todo hecho y se habitúan, y se convierten en tiranos exigentes (épocas de bonanza) o, eliminamos todas las oportunidades y les obligamos a elegir entre la desesperanza y la emigración.

Consecuencia de todo ello la apatía y la violencia aparecen en las aulas, en las casas para, como decía, hacer saltar las alarmas. Llegados a este punto, de poco vale desconectar las alarmas corrigiendo conductas: más seguridad, más cámaras, más castigos, más control. Si realmente queremos erradicar la violencia de nuestras aulas, tendremos que ir al origen, tendremos que desmontar creencias, tendremos que desempolvar valores tachados de obsoletos, tendremos que ofrecer alternativas, tendremos que desinflar la inmediatez del corto plazo, del refuerzo instantáneo y ofrecer herramientas para que nuestros jóvenes puedan soñar y construir su futuro.

Dejo el enlace de la actividad que suelo utilizar en mis clases para introducir el tema de la violencia. Para tratar este asunto solemos partir de la visualización del genial cortometraje “X NADA” de Toni Veiga y Dani de la Torre. Esta historia, basada en hechos reales, recoge a la perfección muchos de los aspectos de esa agresividad gratuita, insolente y desmedida que caracteriza a algunos jóvenes. La película y su posterior debate nos posibilitan poner algo de luz en conductas aparentemente tan irracionales como salvajes. Todo con la esperanza de que la comprensión del origen de estas conductas contribuya a su prevención.


¡FELIZ REFLEXIÓN!




4 comentarios:

  1. El cortometraje casi me hace llorar...

    No es general pero ocurren casos similares y no se puede permitir. Los padres tenemos que educar bien a nuestros hijos donde el respeto hacia los demás sea fundamental....Los profesores complementan.

    Gracias Miguel por hacernos participes de situaciones reales y en ocasiones "invisibles" a la sociedad.



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    1. Tal vez la situación reflejada en el corto sea extrema, pero algunas de las conductas y actitudes mostradas en el cortometraje si se dan con bastante frecuencia entre algunos jóvenes. Han crecido convencidos de que son merecedores de todo tipo de privilegios a cambio de casi nada, y en cuanto las cosas no salen como ellos esperan, sacan a relucir su lado tiránico.

      Verse reflejados en este tipo de películas ayuda para encender las luces de alarma, sirven para advertirles de lo injustas que son algunas de sus reivindicaciones y las formas como tratan a padres, profesores y compañeros.

      Gracias Ana por compartir tus opiniones. Saludos.

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  2. La película puede presentar un caso extremo y que, por fortuna, no se presenta muy a menudo. Pero cuántos casos habrá de collejas, insultos, vejaciones....niños que van de matones y otros que son sus víctimas, que sufren. Lo peor son los padres de los primeros, que consideran estas agresiones como chiquilladas, cosas de críos.

    Felicidades por tus artículos

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    1. La película refleja por desgracia un hecho real ocurrido en Galicia (España). Con todo estoy de acuerdo en que la mayoría de los comportamientos de acoso no llegan a este extremo aunque son igualmente lamentables porque suponen la idea preconcebida de superioridad sobre el otro. Desgraciadamente no se trata de chiquilladas sino que es una señal de alarma clara para el sistema educativo.

      Saludos.

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