Cuando clasificamos (alumnos, asignaturas, metodologías,
motivaciones…) pretendemos abarcar la realidad atendiendo a un reducido número
de variables (de otra forma es imposible). Y esto nos lleva a buscar desesperadamente
similitudes, al tiempo que minimizamos y obviamos las diferencias.
Simplificamos para poder comprender, y por tanto, perdemos los matices y, en
muchos casos, la esencia. En nuestra desesperada búsqueda de la norma,
asesinamos la excepción.
Una forma común de
establecer estas clasificaciones es empezar identificando los dos extremos de
la situación que, generalmente presentarán características contrarias. Por
ejemplo, a la hora de clasificar las metodologías docentes, la mayoría de
autores emplea los términos autoritario
y “laissez-faire”, para describir
estos extremos, las dos puntas del tenedor. Inmediatamente podemos construir uno o dos casos intermedios en los que se conjugan, generalmente de manera positiva,
características de las dos posiciones extremas. Así en el caso de las
metodologías docentes conformamos el estilo democrático
como el que ocupa esta púa central. Una vez definidas las tres categorías y,
siguiendo la máxima de Aristóteles de que en el punto medio se encuentra la
virtud, resulta sencillo criticar los defectos de las posiciones extremas y elogiar
la moderación de la posición intermedia. Tras lo cual, si tuviéramos que
responder a la pregunta de cuál es el mejor estilo docente, pocos tendríamos
dudas al respecto, ya que resulta evidente que el mejor estilo es… Ninguno de
los tres.
Porque ello supone aceptar un estilo simplista, reduccionista
de la realidad. La respuesta más inteligente es que DEPENDE. Depende de la
edad, del momento, de la conducta, del niño, del contenido, de la relación, de
… Educar es una actividad compleja en la que, como he dicho en otras ocasiones,
no existen recetas mágicas. Porque aunque podamos dar pautas y recomendaciones
de uso general, la singularidad de cada situación, de cada niño, convierten a
la educación en un arte de la peculiaridad, de la excepción.
Cuántas veces hemos oído a cientos de padres orgullosos
entonar aquello del “educados bajo el mismo techo” como principal expresión de
equidad, como principal ejemplo del estilo democrático. Sin embargo, ¿hay algo
más injusto que tratar a todos por igual?, ¿más injusto que sacrificar las
diferencias en pro de la norma?, ¿más injusto que sacrificar la creatividad en
favor de la productividad? Si juzgamos al
pez por su capacidad de trepar a los árboles…
Dejemos de lado las clasificaciones, las evaluaciones y las
metodologías milagrosas y agarremos la cuchara de la diversidad e intentemos
abarcar cuanto más mejor, aún así, siempre habrá algo que se nos escape.
¡FELIZ REFLEXIÓN!
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