Cada vez con mayor frecuencia,
los medios de comunicación se hacen eco de episodios violentos ocurridos en el
ámbito escolar. Algunas voces alertan sobre el preocupante aumento de estos
comportamientos, mientras que otras insisten en que la violencia escolar, pese
a ser un tema preocupante, afecta a un reducido porcentaje de alumnos y
centros. Estos últimos además, insisten en que la violencia escolar es algo que ha
ocurrido siempre, que es inevitable en la convivencia de una comunidad tan
numerosa y diversa como la educativa, lo que ocurre es que ahora estos hechos
encuentran mayor difusión.
Otro aspecto relevante es la
aparición de nuevas formas de acoso y violencia escolar vinculadas a las nuevas
tecnologías. La masiva utilización de teléfonos móviles y redes sociales, por
parte de los jóvenes convierte estos medios de comunicación en una peligrosa
arma para el acoso. Recientemente incluso, han proliferado distintas redes
sociales que buscan obtener lucro facilitando espacios anónimos para el insulto
y la vejación. Se oferta la posibilidad de tirar la piedra y esconder la mano
y, rápidamente aparecen candidatos dispuestos a inundar el patio de dardos
envenenados.
Hace unas semanas todos los
telediarios españoles emitieron las imágenes, grabadas por las cámaras de seguridad
de un instituto, en las que se veía como un alumno, de manera traicionera,
prendía fuego con un mechero al pelo de una profesora. Las imágenes mostraban
la total impunidad y falta de arrepentimiento con que actuó el agresor. Con independencia del medio utilizado todos estos comportamientos tienen un poso común.
Estos hechos constituyen luces
rojas, señales de alarma que advierten que algo no funciona como debería en el
sistema educativo. La violencia constituye la parte visible de un enorme iceberg.
Es el síntoma, la consecuencia, el resultado de un proceso formativo fallido
donde, lo más preocupante no es la conducta agresiva en sí, sino las
circunstancias que provocan su aparición.
Llegados a la adolescencia, a
menudo los comportamientos agresivos se revisten de mayor crueldad. La
violencia se convierte en un modo de ser, en una forma de destacar, de
conseguir popularidad o “respeto” por parte del grupo. La necesidad de
afirmación, de sentirse diferente, de convertirse en el centro de atención,
encuentra un medio de expresión en la violencia, sobre todo para aquellos
carentes de otras habilidades. Pero los comportamientos violentos,
generalmente, no aparecen de repente, por generación espontanea. Con toda
seguridad la semilla se plantó años atrás y se fue regando y abonando
puntualmente.
Lo más inquietante de este tipo
de comportamientos es el andamiaje de creencias y sentimientos (o falta de
ellos) que los sustentan. Esa sensación de impunidad, de estar por encima del
bien del mal, esa falta absoluta de empatía, ese egocentrismo radical propio de los
violentos, característico de aquellos carentes de argumentos. Con ellos no hay
debate posible. “Las cosas son así. Yo soy así”. Punto. La vida reducida a sus
leyes más simples: vencedores y vencidos, arriba o abajo, ataque o huida,… blanco
o negro.
Lo que desde mi punto de vista es
evidente es que, las causas de la violencia escolar actual difieren de las de
décadas pasadas. Quizás incluso hasta en sus protagonistas. La violencia actual
hunde sus raíces en una egoísta escala de valores, pero también en las enormes dificultades
que encuentran las sociedades modernas para ofrecer una adecuada combinación de
retos y oportunidades a los jóvenes. Se confunde la felicidad con la
satisfacción, se relegan el esfuerzo y el sacrificio a estrategias de última
instancia, se fomenta la competitividad sobre la cooperación, se venera el
individualismo, el consumismo, el tener sobre el ser. Y, lo más importante, no acabamos de encontrar
el término medio entre la sobreprotección y el abandono. O les damos todo hecho
y se habitúan, y se convierten en tiranos exigentes (épocas de bonanza) o,
eliminamos todas las oportunidades y les obligamos a elegir entre la desesperanza y la emigración.
Consecuencia de todo ello la
apatía y la violencia aparecen en las aulas, en las casas para, como decía,
hacer saltar las alarmas. Llegados a este punto, de poco vale desconectar las
alarmas corrigiendo conductas: más seguridad, más cámaras, más castigos, más control. Si
realmente queremos erradicar la violencia de nuestras aulas, tendremos que ir
al origen, tendremos que desmontar creencias, tendremos que desempolvar valores tachados de obsoletos, tendremos que ofrecer alternativas, tendremos que desinflar la
inmediatez del corto plazo, del refuerzo instantáneo y ofrecer herramientas para que nuestros jóvenes
puedan soñar y construir su futuro.
Dejo el enlace de la actividad
que suelo utilizar en mis clases para introducir el tema de la violencia. Para
tratar este asunto solemos partir de la visualización del genial cortometraje “X
NADA” de Toni Veiga y Dani de la Torre. Esta historia, basada en hechos reales,
recoge a la perfección muchos de los aspectos de esa agresividad gratuita,
insolente y desmedida que caracteriza a algunos jóvenes. La película y su posterior debate nos posibilitan poner algo de luz en conductas aparentemente tan irracionales como salvajes. Todo con la esperanza de que la comprensión del origen de estas conductas contribuya a su prevención.
¡FELIZ REFLEXIÓN!
El cortometraje casi me hace llorar...
ResponderEliminarNo es general pero ocurren casos similares y no se puede permitir. Los padres tenemos que educar bien a nuestros hijos donde el respeto hacia los demás sea fundamental....Los profesores complementan.
Gracias Miguel por hacernos participes de situaciones reales y en ocasiones "invisibles" a la sociedad.
Tal vez la situación reflejada en el corto sea extrema, pero algunas de las conductas y actitudes mostradas en el cortometraje si se dan con bastante frecuencia entre algunos jóvenes. Han crecido convencidos de que son merecedores de todo tipo de privilegios a cambio de casi nada, y en cuanto las cosas no salen como ellos esperan, sacan a relucir su lado tiránico.
EliminarVerse reflejados en este tipo de películas ayuda para encender las luces de alarma, sirven para advertirles de lo injustas que son algunas de sus reivindicaciones y las formas como tratan a padres, profesores y compañeros.
Gracias Ana por compartir tus opiniones. Saludos.
La película puede presentar un caso extremo y que, por fortuna, no se presenta muy a menudo. Pero cuántos casos habrá de collejas, insultos, vejaciones....niños que van de matones y otros que son sus víctimas, que sufren. Lo peor son los padres de los primeros, que consideran estas agresiones como chiquilladas, cosas de críos.
ResponderEliminarFelicidades por tus artículos
La película refleja por desgracia un hecho real ocurrido en Galicia (España). Con todo estoy de acuerdo en que la mayoría de los comportamientos de acoso no llegan a este extremo aunque son igualmente lamentables porque suponen la idea preconcebida de superioridad sobre el otro. Desgraciadamente no se trata de chiquilladas sino que es una señal de alarma clara para el sistema educativo.
EliminarSaludos.