El colegio se convierte pronto en el segundo hogar para la
mayoría de los niños españoles. De hecho, España presume de tener uno de los
porcentajes más elevados de escolarización infantil de Europa ya que, a pesar
de no ser obligatorio, la práctica totalidad de los niños españoles acuden
diariamente a algún colegio o guardería en cuanto pueden mantenerse en pie. Y
esto, que podríamos considerarlo una muestra de orgullo patrio, como un ejemplo
que nos define como un país desarrollado y moderno, no necesariamente tiene
esta única lectura. De hecho, encontramos países del norte de Europa, con
sistemas educativos ejemplares y resultados académicos excepcionales, en los
que la mayoría de los niños no cruzan la puerta de un colegio antes de cumplir
los 6 o 7 años.
Por otro lado, la mayoría de los estudios coinciden en
señalar que son precisamente esos primeros años los que determinaran en mayor
medida el desarrollo futuro del niño. Durante estos años se construyen los
cimientos sobre los que los niños crearan su forma de relacionarse con el
mundo. Su personalidad, su maduración, su estilo de aprendizaje se conforman
durante este breve periodo de tiempo. Se suele recurrir con frecuencia a
utilizar la metáfora del crecimiento del árbol para explicar el proceso de
maduración de los niños, dejando ver que es de pequeños cuando más podemos
influir en su crecimiento, ya que de mayores, son muchos los esfuerzos, a
menudo infructuosos, que realizamos para intentar cambiar hábitos adquiridos en
la infancia. Por tanto, si tan importantes son estos años, ¿qué mejor elección
que llevar a nuestros hijos tempranamente al colegio? ¿qué mejor que dejarlos
en manos de profesionales especialistas y preparados que se encarguen de su formación?
Desde mi punto de vista, el dónde, e incluso el quién no es
lo importante. Sea en casa o en el colegio, sea con los padres o con los
maestros, lo fundamental es el qué y el
cómo. ¿Qué trabajamos con los niños pequeños y cómo lo hacemos? Es por esto
que con la entrada de hoy pretendo hacer un llamamiento en favor del
reconocimiento de la vital importancia de la educación infantil y preescolar.
Estos son unos años de descubrimientos, de curiosidad
desbordada, de energía y vitalidad sin límites, de experimentación continua,…
años en los que calibrar el mundo y encontrar nuestro espacio en él: decidir lo
que nos gusta, lo que nos atrae y lo que no, y para ello es necesario que el
mundo se nos presente, se nos muestre al completo, con todos sus matices, y a
ser posible sin edulcorantes. Me encantan esas aulas de preescolar rebosantes
de colores y dibujos, divertidas, con amplias ventanas por las que entra la luz
a chorros. Clases organizadas en rincones que ofrecen a los niños cientos de
posibilidades de experimentación, de contacto, de juego. Clases en las que todo
es material didáctico, empezando por los propios niños. Clases que invitan a la
curiosidad, sin barreras, con pocas mesas, con muchas alfombras y cojines,
repletas de espacios por los que moverse con libertad (siempre vigilada) y en
las que el niño experimenta texturas, olores, sonidos, sabores… Aulas de las
que cualquier niño no querría salir jamás, y a las que a algunos adultos nos
gustaría volver siempre.
Sin embargo, estos parecen ser cada vez más espacios en
extinción. Nos afanamos en meter pizarras (aunque sean digitales), mesas,
sillas y “fichas”. Fichas que encierran la realidad en un papel y convierten la
diversión en tarea, en “deberes”, en problemas, en obligaciones. Todo para convertir esos espacios idílicos de juego
en espacios de trabajo, como si ambas cosas fueran antagónicas. Nos empañamos
en extremar el orden y las rutinas en pro de la organización y el control, aún
a costa de sacrificar la curiosidad innata de los pequeños. Mostramos una prisa
enfermiza por que los niños empiecen a aprender, cuando ellos ya habían
empezado a hacerlo sin nosotros, de hecho, les es imposible no hacerlo. Pero
tenemos prisa, prisa para que la escuela empiece a parecerse cuanto antes a la
escuela, a la de verdad, a la de los mayores, a la de siempre. Y así nos
empeñamos en “primarizar” la educación infantil, para luego “secundarizar” la
primaria. Nos empeñamos en forzar la máquina, en explotar la máxima del cuanto
antes mejor, sin respetar plazos, sin respetar ritmos. Y luego los padres, echando
más leña al fuego, jugando al juego de las comparaciones: “pues mi hija ya
lee”, “pues los míos ya están dividiendo”,… “y el mío más, y el mío antes, y el mío mejor…”. Y, ¿a qué precio?
Y así, las escuelas matan la creatividad como dice Robinson,
aniquilan la iniciativa, la curiosidad, la diversidad,… en pro de los
resultados, de la eficacia. En pro de unos resultados que se convertirán en
fracaso años más tarde cuando los niños, hartos de participar en una
competición sin sentido, decidan apearse y tirarla toalla.
Frente a esto porque no iniciamos una campaña para
“infantilizar” la educación, para dejar que el juego, la creatividad y la
curiosidad inunden las clases, para dejar que la plastilina, la pintura de
dedos, el hemisferio derecho en definitiva, ocupe
un espacio, al menos igual, que el que
le concedemos al lógico (y a menudo aburrido) hemisferio izquierdo. Lo
dicho más plastilina y menos caligrafía
en los colegios. A lo mejor nos iba mejor.
¡FELIZ REFLEXIÓN!
Hola! Llego aquí desde la comunidad Educación de Google plus, gracias Miguel. Me gustaría saber quien escribe para poder seguirle en las redes :-)
ResponderEliminarEn realidad el asunto va más allá: se puede trabajar por rincones en secundaria, con las TAC, con PBL... El hemisferio derecho no es el aburrido, lo que ocurre es que al pobre lo dejan sólo y no está nuestra mente preparada para desconectarse de si misma. Es muy divertido ordenar cosas, ideas, buscar patrones, encontrar lógica, hablar, expresarse en lenguaje de signos, etc. Lo malo es convertir actividades divertidas en descontextualizadas y aburridas y atreverse a llamar a eso "académico". La metodología didáctica nos falla desde primaria a universidad en este país, es una realidad que puede cambiar. Sólo hace falta vocación docente.
Un abrazo. Gracias por el artículo
Hola Aida. Completamente de acuerdo con tu opinión. Es cierto que existen multitud de profesionales que se preocupan por renovarse constantemente, con verdadera vocación docente, que buscan salir de las rutinas y de las paginas de los libros de texto y las clases magistrales. Aunque lo penoso es que el sistema continua mayoritariamente juzgando y evaluando alumnos en función de conceptos y memoria. Alguien dijo aquello de "Dime cómo evalúas y te diré que tal enseñas". Y esto es lo que determina que nuestro sistema educativo se convierta en un simple mecanismo de clasificación de alumnos en función de sus cualidades "académicas", perdiendo por el camino excelentes niños cuyas capacidades y potencialidades no son "evaluadas" o son despreciadas por el sistema.
EliminarCreo que es el momento de restar importancia a los conceptos para empezar a trabajar actitudes en las clases. Al fin y al cabo hoy todo llevamos "la enciclopedia británica" en el bolsillo. Lo importante es saber que queremos hacer con tanta información disponible. Como bien dices nuevos tiempos, con nuevas necesidades, requieren de nuevas metodologías. Y en eso estamos ¿no?
Un abrazo y gracias por pasarte!
Muy valiosas las estrategias propuestas realmente admirable el trabajo.
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