A menudo, por desgracia, el boletín de calificaciones
trimestral, es el único medio de comunicación entre profesores y padres. Y esta
acostumbra a ser una comunicación telegráfica, institucionalizada e
insustancial. Es como si cada cierto tiempo el profesor nos enviara un whatsaap
diciendo: “Todo bien, no hay porque
preocuparse. Su hijo es un siete”. Al recibirlo, los padres se afanan en
contestar: “OK” y añaden un emoticono
sonriente.
Claro que en ocasiones cambia un poco el cuerpo del texto y
el mensaje enviado desde el centro avisa de la llegada de los números rojos. “Las notas de su hijo han bajado en la última
evaluación. Ha suspendido 7. Tenemos que hablar”. La respuesta por parte de
los padres no se hace esperar: “OK (emoticono
furioso)”.
Con la llegada de la temporada de los primeros suspensos
surge en los padres la imperiosa necesidad de acudir a visitar el colegio, desgraciadamente más en
busca de culpables que de soluciones. Suena el silbato y el balón negro de la
culpabilidad se pone en juego. Los padres saldrán decididamente al ataque
intentando colocarlo en la portería del docente. El profesor, experto veterano,
utilizará hábiles técnicas defensivas para repeler el ataque. Finalmente se
pactará una vía de consenso: “Nada está perdido, aún queda por disputar la
segunda parte”. Se proponen algunos cambios técnicos de urgencia y se apela al espíritu de
las grandes remontadas… Si hubiera que apostar yo pondría un “2 fijo”. Se masca
la tragedia.
Aparecen los suspensos y se encienden las sirenas. Esto es lo
más parecido que conocemos a un sistema precoz de detección. Aunque en realidad
es tan efectivo como dar la voz de alarma 2 minutos antes de la llegada del
tsunami. Sabiendo que vivimos en zona de riesgo, ya podríamos habernos currado
un sistema de detección más eficaz. Algunos quizás dirán que con los nuevos
cambios legislativos estamos en ello. Por mi parte, dudas.
Pero ocurre que a menudo confundimos los síntomas con el
diagnóstico. Utilizamos el termómetro para saber si el paciente tiene fiebre,
pero la temperatura anormal no es la enfermedad, no es más que un avisador que
indica que algo en nuestro cuerpo no funciona bien. El tratamiento no consiste
en recetar medicamentos para bajar la fiebre, sino en averiguar las causas que
la provocan y actuar en consecuencia.
Muchos de los problemas de conducta que presentan los
adolescentes en los institutos se ven venir desde lejos. Ni para bien, ni para
mal, nadie cambia de repente, de hoy para mañana. Pero esos pequeños cambios,
esa multitud de síntomas, poco parecen importar mientras no se reflejen en las
notas. Mientras el boletín siga inmaculado, mientras la evaluación mantenga la
línea de flotación del aprobado, todo está bien. Padres, profesores y
administración educativa nos hacemos los distraídos, miramos hacia otro lado
confiados en que la llegada de la madurez hará que el niño entre en razón. “Es
pasajero. Es cuestión de la edad, ¡ya cambiará!”- nos decimos. Y sin duda se
producirá ese cambio, ¡seguro!, pero a peor. Otro “fijo” en la quiniela.
La cuestión es que utilizar las notas como único indicador
del progreso de los alumnos es algo extremadamente peligroso. Porque este es un
indicador que avisa tarde y mal. Y lo que es más peligroso es que trasladamos a
nuestros alumnos e hijos la misma convicción: “Mientras la nota esté bien, todo
está bien”. Lo importante es el resultado final no el proceso. La consecuencia
más calamitosa de este planteamiento es que sacrificamos el deseo de aprender
por la necesidad de aprobar.
Cada vez se incide más en un modelo basado en la verdad de
las notas, de los resultados, de las evaluaciones, y si son externas mejor, más
fiables (¿?). Sin embargo la solución no pasa por medir más, sino por medir mejor.
La mejora educativa no pasa por continuar evaluando resultados, sino por empezar
a medir procesos. Ya sabemos que el paciente está enfermo y tiene fiebre. Lo
que no sabemos es qué la está provocando. Y, puestos en esta coyuntura, quizás
lo más sensato sería empezar preguntándole al paciente dónde le duele. A lo
mejor su respuesta nos sorprende.
¡FELIZ REFLEXIÓN!
Ante un problema siempre debemos buscar soluciones. Podemos obtar por mirar para otro lado y decir "ya cambiara" o coger el toro por los cuernos e intentar descubrir lo que está pasando, cual es la causa, la raiz de ese mal.
ResponderEliminarTengo ambos casos cercanos y ni uno ni otro están funcionando. ¿Que les ocurre a los adolescentes de hoy en día para que se comporten así?
Profesores y padres desesperados. Una nota es lo menos importante en un proceso formativo, pero ¿donde está la solución?
La adolescencia siempre ha sido un trastorno de difícil tratamiento, una especie de tierra de nadie en la que no sabemos si somos niños o adultos, un terreno de extremos en que todo parece ser blanco o negro, no hay lugar para los matices, las cosas son como son y punto.
ResponderEliminarAunque no hay recetas mágicas lo que siempre es necesario es llevar dosis de paciencia de recambio en la mochila para cuando se nos agote la habitual. Como padres a veces no sabemos como actuar, mal si hacemos y mal si no hacemos. Al final lo que mejor funciona es siempre el sentido común.
Lo único que no podemos cortar nunca es el vínculo emocional con nuestros hijos. Que sepan que nuestra puerta siempre está abierta, que estaremos ahí para cuando nos necesiten. Al fin y al cabo son dueños de sus errores.