Creo que fue Tonucci uno de los que con más insistencia llamó la atención sobre una de las prácticas más absurdas que empleamos con asiduidad en la escuela. Tenemos a un grupo de niños correteando por el patio, recogiendo las primeras flores o las ultimas hojas (depende de la estación), persiguiendo grillos, atrapando mariquitas u observando el lento caminar de un caracol. De repente los avisamos con una estridente sirena (o una sinfonía de Mozart) de que el tiempo de “recreo” ha terminado. Los sentamos en sus pupitres, al calor de la pizarra (digital o tiza, tanto da) y comenzamos la clase de conocimiento del medio. Dibujamos flores, insectos o paisajes en la pizarra. Les señalamos una determinada página del libro para que observen los esquemas y fotografías de la fotosíntesis, de los ecosistemas, de la ciudad, de las hojas y los caracoles. Y si observamos que alguno se “distrae” mirando por la ventana, le reprendemos y cerramos las cortinas.
Intentamos atrapar la realidad entre las páginas de los libros de texto. Acotamos la educación a aquello que ocurre entre las paredes de una clase. Medimos el aprendizaje por aquello que un alumno es capaz de responder en un examen escrito. Nos quejamos (en esto a menudo con razón) de falta de medios y personal en los centros, pero desechamos, desaprovechamos, el mayor de los recursos didácticos disponibles: nuestro propio entorno, el colegio, las calles, los compañeros, el parque de enfrente.
“Educación es lo que queda después de olvidar lo que se ha aprendido en la escuela”, sentenció con evidente resentimiento Einstein. Pero lo cierto es que muchas veces los profesores nos atrincheramos entre teorías y constructos alejándonos de tal forma de la realidad que, enfrentados al espejo de la finalidad, somos derrotados. ¿Para qué sirven la mayoría de las cosas que se aprenden en la escuela? La respuesta más honesta es para poder seguir estudiando.
Educar supone abrir de par en par las ventanas (las físicas no las digitales) y dejar que la realidad inunde nuestras clases. Educar para la vida, educar para que nuestros alumnos tengan la posibilidad de ser, no de saber. Educar la actitud y no el conocimiento. Y sobre todo educar en la acción, en la experiencia, no en la lección. El verdadero aprendizaje comienza cuando el alumno levanta el culo de la silla.
Hace unas semanas descubrí a través de los videos TED la experiencia de kiran Bir Sethi en el colegio Riverside en la India. En su conferencia explica con un revelador ejemplo la metodología que utilizan con los niños. Explica Kiran en este video como trabajaron con los alumnos de 5º el tema de los derechos del niño. ¿Cómo lo hacemos nosotros? Pizarras, carteles con el listado de los derechos del niño, dibujos, videos, niños sentados – maestro de pie, todos a la página 26, Juan lee en voz alta y todos los demás escuchan en silencio, y por supuesto... las persianas bajadas. No vaya a ser que la realidad los distraiga. ¿Acaso hay otra forma? ¡Por supuesto que sí!
La clase sobre derechos del niño en el colegio Riverside consistió en tener a los niños arrodillados durante 8 horas enrollando barritas de incienso, así podian experimentar lo que significa ser un niño obrero. A la mañana siguiente sacaron a la calle a todos esos “experimentados” niños para que convencieran a sus vecinos de la necesidad de abolir la explotación infantil. Los argumentos de los alumnos de 5º curso eran creíbles, eran coherentes, eran apasionados. ¿Hicieron luego un examen del tema? ¿Acaso era necesario?
Sembrar confianza en los niños los convierte en más competentes y menos vulnerables. Cuando un niño se contagia del “podemos”, la mecha de una revolución imparable acaba de prender. Comparto la emotiva intervención de Kiran (con subtítulos), y como siempre...
¡FELIZ REFLEXIÓN!
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