Uno de los pilares en los que se basa nuestra sociedad es en la idea de que todo el mundo tiene derecho a equivocarse, y también a rectificar. Todo el mundo tiene derecho a una segunda oportunidad, a todos se nos debe dar la oportunidad de reconocer errores e intentar reconducir nuestras decisiones. En cierta manera esta es la esencia de la formación. Por tanto, cuando hablamos de fracaso escolar debemos articular los necesarios mecanismos de recuperación para no segregar indefinidamente a aquellos jóvenes que en su momento no pudieron o no quisieron aprovechar su oportunidad de formarse.
Dicho lo anterior cabe realizar dos reflexiones al respecto. La primera es que cuando ofrecemos una segunda oportunidad a estos jóvenes, ahora no tan jóvenes, esta no puede consistir únicamente en volver a ofrecer más de lo mismo. Si nada cambia, si el objetivo, el planteamiento, la metodología y la evaluación son las mismas,... seguramente el resultado volverá a ser el mismo (fracaso), con el coste añadido del impacto en las expectativas y autoestima del alumno. No se trata de ofrecer tantas alternativas como personas, pero si de intentar atender las características diferenciales de cada persona a la hora de afrontar un proceso de formación. No todas las personas aprendemos de la misma manera, ni todas plantearemos las mismas exigencias y las mismas necesidades al sistema educativo-formativo. Hay que plantear la necesidad de flexibilidad y adaptación del sistema al alumno y no a la inversa.
Otra reflexión, más filosófica quizá, plantea que cuando ofrecemos una segunda oportunidad esta debe ser sincera, honesta. Al ofrecer estas nuevas alternativas hay que realizar planteamientos que partan de cero, sin premisas y sin acusaciones. El alumno debe entender que tiene la oportunidad de empezar de cero y que no se le va a juzgar por lo que hizo o dejo de hacer en su día. Para intentar clarificar este concepto recuerdo una historia que alguien me contó una vez y que según esta versión se le atribuye a Tomás Edison.
Cuentan que tras cientos de intentos fallidos e innumerables pruebas, Edison consiguió finalmente un modelo de bombilla capaz de soportar con fiabilidad las condiciones previstas. Durante años había soñado con aquel momento en el que todos sus esfuerzos se veían ampliamente recompensados. Edison, orgulloso, llamó a su ayudante Jimmy Price para que guardara aquella bombilla hasta poderla enseñar a los inversores.
De pronto se escuchó un ruido de cristales rotos y al volverse Edison comprobó como su bombilla, aquella en la que tanto esfuerzo había invertido, estaba hecha añicos en el suelo. A su ayudante se le había resbalado de las manos.
Es fácil imaginar lo que Edison debió pensar y sentir en ese momento, sin embargo, la historia cuenta que no dijo ni una sola palabra e inmediatamente se dirigió a su mesa de trabajo y se puso a fabricar un nuevo modelo de bombilla.
Días después cuando hubo finalizado de nuevo su trabajo, Edison hizo algo muy importante en señal de que había perdonado a Jimmy. Lo llamó y con una sonrisa le entrego la nueva muestra diciéndole "Ten cuidado". El muchacho no rompió aquella bombilla y su invento se convirtió en uno de los más revolucionarios del momento.
En la historia Edison demuestra la manera correcta de ofrecer una segunda oportunidad. Las segundas oportunidades, si se dan, que sea con el corazón, sin reproches, sinceras. Si no es así no vale la pena darlas.
"Si quieres resultados diferentes, no hagas siempre lo mismo", decía Albert Einstein.
ResponderEliminarMe han gustado mucho las reflexiones de este artículo.
Efectivamente, en muchas ocasiones no se trata de la inutilidad o incapacidad del alumno (en el caso de alumnos, podemos generalizar un poquito más) sino de la falta de conexión entre el sistema y él.
El aprendizaje es algo ABSOLUTAMENTE INDIVIDUAL. A todas las edades además.
Muchas personas consiguen en su desarrollo adaptarse al sistema de enseñanza, pero muchos otros se quedan en el camino. Pueden ser tantas las razones... desde una inteligencia por encima del nivel de la clase, lo que produciría aburrimiento, hasta preferencia por otro tipo de métodos más didácticos (comparemos un profesor que se dedica a leer el libro en clase con otro que ofrece debates o presentaciones visuales).
En este caso pienso que vale la pena pararse a pensar antes de dar una segunda oportunidad, cuál va a ser el nuevo camino, la alternativa, la nueva decisión que se va a tomar para observar los resultados. Para ello hay que realizar una evaluación exhaustiva de los procesos seguidos hasta ahora, del individuo y sus características, capacidades y limitaciones, de los objetivos (muy importante) y de la situación. Así ir realizando una adaptación recíproca en el tiempo persona-entorno hasta que el nivel de adaptación óptimo se haya alcanzado.
Un saludo.
Rocío Cerezo de Castellví
El mono de Harlow
Saludos Rocio
EliminarComparto contigo el planteamiento: El aprendizaje es siempre un verbo que se conjuga en primera persona, es un proceso inividual que requiere de voluntad y de motivación.
Efectivamente hay alumnos incapaces (¿y quién no es incapaz en alguna cosa?) pero el sistema educativo debería buscar sacar a la luz sus capacidades y no buscar por todos los medios posibles su "adaptación" al sistema. Así entendida la educación es un sistema de supervivencia, casi de selección natural, en el que unos consiguen adaptarse y otros no.
Creo que la base de las segundas oportunidades es precisamente la que indica la frase que citas de Einstein: una segunda oportunidad implica plantearse las cosas de manera distinta, porque si repetimos el proceso de la misma manera, no hay que ser adivino para saber el resultado.
Gracias por el comentario. Me paso por tu "mono". Me encanta ese estudio, es tremendamente revelador y con muchas implicaciones todavía no explotadas en educación.
Saludos.