La vida es una suma constante de decisiones. Diariamente nos enfrentamos, consciente o inconscientemente, a cientos de situaciones en las que tenemos que elegir entre varias opciones. Algunas son tan triviales como elegir entre azúcar y sacarina para nuestro café, o qué plato vamos a escoger del menú del restaurante. Otras, sin embargo son más trascendentales: decidimos qué estudios vamos a realizar, cuántos hijos vamos a tener, dónde vamos a vivir,… En determinados momentos escoger una u otra opción nos cambiará la vida por completo. Es como uno de esos libros de cuentos, tan de moda hace unos años, en los que al acabar un capítulo te preguntaban que querías que hiciese el protagonista, qué camino iba a tomar. Si por ejemplo escogías enfrentarse al dragón, entonces debías avanzar hasta la página 56, si por el contrario tu elección era buscar el consejo del mago, debías continuar tu lectura en la página 64. Al final asumías cierta responsabilidad sobre el destino del protagonista y sobre el final, más o menos feliz, de la historia. El problema es que en la vida real las decisiones no siempre vienen planteadas en formato ABC, ni se nos presentan en una carta de menú del día junto a un servicial camarero dispuesto a tomar nota de nuestro pedido.
Orientar es en última instancia ayudar en este proceso de toma de decisiones. Ayudar a anticipar y sopesar las consecuencias de nuestras elecciones, para intentar tomar en cada momento el camino que más nos convenga. Ser conscientes de las implicaciones que conllevan estas decisiones, al tiempo que coherentes con nuestra elección, supone, sin duda, uno de los aprendizajes más necesarios e importantes de nuestra vida. La tan ansiada y buscada felicidad se sustenta en buena medida sobre esta idea.
Durante cientos de años, el tomar una decisión con respecto a nuestro futuro laboral fue una cosa sencilla. Los jóvenes se dedicaban mayoritariamente a la misma profesión que habían desempeñado sus padres, quienes además se convertían en los cicerones que les mostraban los secretos del oficio, transmitiéndose de esta forma el particular “know how” (o las recetas de la abuela) de cada familia de padres a hijos.
Sin embargo en la actualidad, la mayoría de los jóvenes, de los países occidentales al menos, tienen la oportunidad de escoger entre miles de ocupaciones distintas, con sus correspondientes itinerarios formativos. Tienen la opción de ser lo que quieran. Esta afirmación, al estilo “sueño americano”, parece ser el máximo exponente de una sociedad moderna, libre y democrática. Sin embargo, tras las evidentes ventajas de este infinito abanico de posibilidades, también encontramos algunos serios inconvenientes.
Defiende Barry Schwartz en su libro “Por qué más es menos: la teoría de la abundancia”, que el disponer de excesivas alternativas entre las que elegir no siempre es positivo, ya que en muchos casos estas situaciones lo que provocan son reacciones de parálisis y sentimientos de insatisfacción. ¿Cómo puedo saber que entre tantas opciones estoy escogiendo la adecuada?, ¿Cómo puedo estar seguro de que mi elección es la correcta?, ¿Por qué no elegiría X en vez de haber elegido B?
El disponer de un número abundante de alternativas complica de manera exponencial nuestro proceso de toma de decisiones. Según explica Schwartz, al aumentar las posibilidades de elección, también aumentan nuestras expectativas con respecto a que seremos capaces de encontrar una opción que ajuste a la perfección con nuestras necesidades. Ello provocará, con independencia del resultado obtenido, que siempre nos acompañe cierto grado de duda e insatisfacción con la opción escogida. ¿Cómo podemos estar seguros de que escogimos la mejor opción? Sencillamente, no podemos.
Otro de los elementos que influye en este proceso, es lo que en economía se denomina coste de oportunidad. Tomar una decisión, escoger un camino, supone por defecto, asumir que hay un montón de caminos que no se van a recorrer. Al decantarnos por una de las opciones, inmediatamente florecerán las añoranzas de los aspectos positivos (o que creemos positivos) de todas las opciones que descartamos. La duda y la culpa florecen en el terreno abonado de los “si hubiera…”
En una situación con pocas alternativas, al enfrentarnos a un posible fracaso, siempre podemos encontrar culpables: “no tenía más opción”, “elegí del mal el menos”. Pero en una situación con cientos, con miles de posibilidades, frente a una mala elección nos quedamos solos ante el peligro: “¡qué estúpido fui!, ¡¡con tantas opciones como tenía!!”
Es por ello que, puesto que tenemos la suerte de vivir en la sociedad de la abundancia y de las posibilidades, tenemos que ser conscientes y responsables de nuestras decisiones, valorar las consecuencias de nuestras elecciones, no sólo a corto plazo, sino sobre todo a largo plazo y, una vez tomada la decisión, ser consecuentes y perseverantes con ella. Sólo siendo dueños de nuestras decisiones podremos caminar por el sendero de la felicidad.
¡FELIZ REFLEXIÓN!
He leído el artículo Miguel, y como siempre, muy elaborado y suscitando reflexión al lector. No obstante, y aunque comparto plenamente qué debemos ser dueños de nuestras propias decisiones para poder llegar ser felices, yo creo que es la forma de vivir la que te lleva a tomar tus decisiones. Yo así lo creo y desde hace un par de años, cuando la realidad de mi vida se me planto delante como un muro, me propuse levantarme todos los días diciendo:
ResponderEliminarLa vida no se elige ...., la vida se vive.
Quizás sea esta una buena decisión capaz de marcarme, en mi caso, el camino a tomar las mejores decisiones, y por tanto hacia la felicidad, el resto viene en los vagones de cola....
Saludos, y gracias por compartir.
La forma de vivir, la actitud con la que afrontamos la vida es también una elección, una decisión, y quizás sea la decisión más trascendental que tomamos. Como dijo alguien la experiencia no son las cosas que nos suceden, sino lo que hacemos con ellas. Es por esto que si ante las dificultades de la vida uno decide no rendirse y ser protagonista de su historia esta es siempre una actitud admirable.
EliminarEncantado como siempre de leerte y compartir contigo. Saludos.