martes, 22 de octubre de 2013

ACOSTAR AL NIÑO EN LA CAMA DE PROCUSTES.

Cuenta la mitología griega que cuando Teseo cumplió dieciséis años su madre le confió el secreto de su verdadera paternidad. Etra le reveló que en realidad era hijo de Egeo, rey de Atenas, y que su padre había dejado unos regalos para él escondidos bajo una pesada roca, de forma que solo pudiera recogerlos cuando fuera lo suficientemente fuerte como para levantarla. El joven Teseo, tras recoger los presentes que su padre consideraba necesitaría para su viaje (unas sandalias y una espada), inicia el peligroso camino desde su ciudad natal de Trecén hasta Atenas para conocer a su padre y reclamar su derecho al trono.

Este camino se convierte en un viaje iniciático para el joven Teseo quien deberá enfrentarse en solitario a decenas de salteadores y asesinos durante su camino, a cada cual más despiadado y sanguinario. Uno de los últimos personajes con los que se encuentra en su camino es con el viejo Procustes.

Procustes disponía de una casa en las colinas cerca de Atenas, y de manera amable acostumbraba a ofrecer posada a todos los viajeros que se encontraban a las puertas de la ciudad, agotados tras el largo viaje. Tras la reparadora cena, Procustes ofrecía al viajero una cama de hierro en la que poder pasar la noche. Sin embargo, en mitad de la noche, mientras el viajero dormía, el sádico Procustes ataba al desgraciado a su cama. Si el viajero era más alto que la medida de la cama, Procustes procedía a serrar las partes del cuerpo que sobresalían. Si, por el contrario era de menor longitud, se dedicaba a quebrarle los huesos a martillazos para posteriormente estirar su cuerpo, de forma que de una u otra manera, el desdichado acabara teniendo la medida exacta de su metálica cama. Algunas versiones recogen que el despiadado Procustes tenía en realidad dos camas, por lo que nunca nadie encajaba a la perfección en ella. Finalmente fue Teseo quien dio de probar a Procustes de su propia medicina cuando, tras engañarlo, acabó con su vida atándolo en aquella misma cama.

Procustes sufría una enfermiza obsesión a “ajustar” todo a una medida establecida y, además, se enorgullecía de tener un método rápido para conseguirlo. Todos los viajeros que tenían la mala fortuna de aceptar su invitación acababan destrozados.

Salvando lo “salvaje” de la comparación, a menudo, el sistema educativo actúa de forma parecida. Los alumnos son amablemente hospedados en sus aulas para, acto seguido, proceder a su evaluación y comparación con las medidas oficiales, escrupulosamente descritas en forma de objetivos curriculares, para a continuación determinar si es necesario amputar o estirar.

El sistema educativo abusa de la comparación constante entre el alumno y la norma, prescindiendo en muchas ocasiones de la más importante de las comparaciones, la del alumno consigo mismo. Comparar el ritmo de aprendizaje de un alumno con el resultado esperado, normalizado, acaba pervirtiendo el proceso de enseñanza-aprendizaje de manera casi tan cruel como los métodos utilizados por el “hospitalario” Procustes. En primer lugar porque no se tienen en consideración suficiente los diferentes ritmos madurativos de cada niño y, en segundo lugar, porque esa medición no atiende por igual a todos los aspectos del desarrollo.

Los niños son invitados a acostarse en una cama que los medirá, comparará, evaluará y juzgará. Si el niño tiene la fortuna de ajustarse a la normalidad, la cama será benevolente con él y dejará que tenga felices sueños. Sin embargo, si sus medidas, bien por defecto o por exceso no coinciden con las propuestas, esta se convertirá en la cama de clavos del faquir haciéndoles sufrir dolores y pesadillas.

Los niños no deben ser evaluados y etiquetados, sino observados y comprendidos.  No basta con disponer de camas de varios tamaños, que siempre es un primer paso, sino que lo ideal sería que cada niño dispusiera de las herramientas para poder construir aquella cama en la que se encuentre más cómodo. Mientras esto llega cuesta poco preguntar a los niños que tal han dormido, porque a veces nos creemos tan “inteligentes” que no necesitamos ni preguntar.


¡FELIZ REFLEXIÓN!

8 comentarios:

  1. Mi hijo pequeño tiene 5 años. Acaba de empezar Primaria y mañana tiene su ¡¡PRIMER EXAMEN!!, en el que le pondrán un hermoso número que justificará su aprendizaje. Las madres de sus compañeros hoy estarán como locas "repasando" "els cinc sentits" para que sus niños mañana saquen buena nota.Ajustar, evaluar, medir, comparar...¿para qué? Lo que por desgracia sigue importando a la mayoría de los padres y madres es que sus hijos saquen buenas notas, por lo que el sistema educativo que tenemos les complace a la mayoría...Yo siempre les pregunto a mis hijos cuando acaban la jornada: "¿Qué habéis aprendido hoy?". lo que oigo a mi alrededor al salir de clase es: "¿Llevas deberes?", "¿Tienes control?", "¿Qué nota has sacado?", por lo que no puedo evitar pensar que tenemos la EDUCACIÓN que la mayoría quiere...
    Gracias Miguel por la reflexión!

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    1. Bea, yo creo que tenemos la educación que la mayoría conoce. Educamos a nuestros hijos de la misma forma que nuestros padres nos educaron a nosotros. Cada cual lo hace como mejor sabe, porque a la gran mayoría de padres siempre les guía la buena intención y buscan darles a sus hijos lo que ellos creen que es lo mejor. Otra cosa es que lo sea y otra cosa es que el método tradicional de aprendizaje continué siendo el más eficaz en este momento. Aquí coincido contigo en el que hay muchas cosas que mejorar.

      Lo importante ya no es el qué (los contenidos, las informaciones), sino el cómo (las actitudes y los procesos), al fin y al cabo los contenidos están al alcance de la mano, si se saben encontrar y aplicar (que es lo que verdaderamente necesitamos aprender).

      Estamos en un momento en que la escuela debe ofrecer menos cabeza y más corazón como muy bien reflejas en muchas de tus entradas en tu "Con TIC y corazón". La lastima es que muchos padres no se detienen un instante a reflexionar sobre qué es lo mejor, lo más conveniente, lo que más necesitará, lo que más feliz hará a su hijo. Sencillamente optan por hacer lo de siempre. Y esto ya no es válido.

      Un fuerte abrazo Bea

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    2. Es verdad lo que dices...hay que cambiar muchas formas de pensar...Y a veces es duro porque parece que luches contra molinos de viento...pero ahí estamos,Miguel, personas como tú, por ejemplo, que lo vive desde dentro y que nos hacen pensar. Eso lo que necesitamos...
      Un abrazo!

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    3. Muchas gracias por tus palabras y tus ánimos Bea. Creo que esa es la principal aspiración para cualquiera que se dedique a la enseñanza: Hacer pensar. Los contenidos que se adquieren por memorización se olvidan con el tiempo y no son ni significativos ni funcionales. Para que quede poso hay que intentar que el alumno lo descubra por sí mismo, lo haga propio, lo personalice. Es difícil, porque hemos estado acostumbrados durante mucho tiempo a educar de manera diferente, pero hay que intentar darle la vuelta, aunque sea por propio "egoísmo profesional", por intentar que lo que transmites de verdad les sirva a tus alumnos más allá de una nota.

      Un abrazo, Bea.

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  2. Me ha encantado la entrada y comparto totalmente la idea contigo. Un saludo desde orientacióncondesa!

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    1. Gracias Natalia. Encantado de tenerte nuevamente participando activamente en este foro.

      Un abrazo

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  3. Muy acertada la historia y metáfora a partir de la cual se nos invita a reflexionar sobre la práctica educativa habitual. Esta cuestión ha sido muchas veces clave de debate en clase, y siempre me ha intrigado como la escuela también es “el lecho de Procusto”. Ya que si en lugar de acomodar el currículum a las características de las personas, hacemos como Procusto y acomodamos a las personas a un currículum único y homogeneizador, haremos que los estudiantes a costa de “torturas” aprendan un currículum uniforme en el que todos tengan que aprender lo mismo, de la misma manera, en los mismos tiempos … Y como ha estado ocurriendo hasta ahora, avecinará un fracaso importante de alumnos y altas tasas abandono escolar, sobre todo en los primeros niveles y a edades muy tempranas.

    En mi opinión, hay que tomar medidas reales e intentar ver a la escuela desde la visión de la diversidad. No podemos decir que una clase es homogénea, ya que nadie es igual que nadie. La escuela encierra hoy una diversidad cultural increíble y cada vez mayor. En algunos centros, y sin ir más lejos donde yo realice las prácticas en el departamento de orientación de un centro de secundaria público, más del 80% de la población de estudiantes era extranjeros o de nivel socioeconómico desfavorecido.

    Por esto y entre otras razones, la tarea educativa es tan difícil y tan admirable, sobre todo en aquellos docentes que tienen a 30 alumnos de 7 culturas distintas en la misma clase.

    Por lo tanto no se puede cerrar los ojos a la diversidad. No se puede actuar de espaldas a ella. Cada persona es única, irrepetible e irremplazable.

    Es como intentar imaginar un consultorio médico en el que el profesional atienda simultáneamente a veinticinco pacientes, o que pretendiese aplicar un mismo tipo de receta a todos, después de un diagnóstico visual. Esto es impensable y es una locura que sólo se nos pase por la cabeza. Por eso me sobrecoge una pregunta… ¿por qué dejamos que esto ocurra en educación cuando esos niños y jóvenes son el futuro de nuestro país…?

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    1. Gracias por tu comentario Salvador. Me parece acertada la comparación que haces entre la clase y el consultorio médico, y en cierta manera la comparto: desde la escuela intentamos curar a todos empleando la misma medicina ( a veces incluso sin que estén enfermos)...

      Con respecto a tu última pregunta, pienso que una posible respuesta está incluida en la misma pregunta, puesto que los resultados en educación se recogen a tan largo plazo, finalmente se desiste en los intentos de hacer cosas distintas y se acaba recorriendo el camino seguro de "hacer las cosas como se han hecho siempre", que es a lo que estamos acostumbrados...

      Saludos

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