martes, 14 de mayo de 2013

APRENDIZAJE EMOCIONAL


Poco a poco la educación emocional va ganando terreno en las aulas y, cada vez con mayor frecuencia, sobre todo con los alumnos más pequeños, el tema emocional va ocupando el papel que le corresponde dentro de las programaciones escolares. Quizás esta haya sido la gran asignatura pendiente del sistema educativo y muchas generaciones aún andamos pagando la factura producida por estas carencias.

Aprender a reconocer y gestionar las emociones propias y reconocer las de los otros es un aprendizaje básico.  El desarrollo de la autoestima, la autoconfianza y la empatía hundirán sus raíces en este aprendizaje emocional y nos permitirán crecer vacunados contra los “pequeños disgustos” que, inevitablemente, nos traerá la vida, al tiempo que también nos posibilitaran disfrutar adecuadamente de los placeres que nos reserva. En definitiva una oportuna educación emocional nos permitirá tomar las riendas de nuestra vida, sentirnos satisfechos de nuestros logros y poder recuperarnos de nuestros errores.

Pero la trascendencia de las emociones en la educación va más lejos. El aprendizaje significativo necesita ser fijado a través de la emoción. Las emociones son el “pegamento” con el que afianzamos aquellos aprendizajes importantes que nos acompañarán toda la vida. Para que algo deje su impronta tendrá que despertar alguna emoción en nosotros. Lo que aprendamos con la mente lo recordaremos algún tiempo, pero lo que aprendamos con el corazón, no lo olvidaremos nunca. Como decía Confucio “Dímelo y lo olvidaré; enséñame y lo recordaré; implícame y aprenderé”.

Hace unos años emitían por televisión una genial campaña para concienciar a la población sobre el Alzheimer. En estos anuncios un “gancho” paraba a una persona por la calle y se comportaba como si fueran antiguos conocidos que hacía tiempo que no se veían. Tras unos segundos de desconcierto y confusión en la “victima”, que por mucho que se esforzaba era incapaz de recordarlo, se le entregaba una tarjeta en la que aparecía escrito “Así se siente una persona con alzheimer. Ayúdanos a vencerlo”. Las caras de estas personas tras leer el escrito hablaban por sí solas. Sin duda, en unos pocos segundos, su corazón acaba de grabar a fuego un aprendizaje que nunca olvidarán. La historia de hoy trata, precisamente de estos… aprendizajes emocionales.

Cuenta una antigua leyenda que tras su desastrosa derrota en Rusia, Napoleón se vio obligado a huir a toda prisa en retirada. Los soldados del ejército enemigo lo perseguían y no querían dejar pasar la oportunidad de acabar con su principal adversario en ese momento de debilidad. Se dice que en su huida, viéndose acorralado, tuvo que refugiarse en la casa de un viejo sastre judío. Cuando llegó allí, en medio de la noche, suplicó a sus habitantes que lo ocultaran de sus perseguidores.

El viejo judío, que no tenía la menor idea de quien era, se apiadó de él y decidió esconderle en un cesto en el que se amontonaban unas ropas viejas.

Apenas unos minutos después, se abrió la puerta y un grupo de soldados apareció preguntando por si alguien había buscado refugio en aquella casa. El judío negó con la cabeza e invitó a los soldados a registrar su casa. Los soldados buscaron precipitadamente en todas las habitaciones, incluso llegaron a clavar sus bayonetas en aquel cesto de ropa, pero finalmente, continuaron su búsqueda en otro lugar.

Cuando Napoleón creyó estar seguro abandonó su escondite y pálido como un fantasma se dirigió al judío para agradecer su ayuda: “Ahora puedo decirte quien soy – le dijo – y, puesto que me has salvado de una muerte segura, puedes pedirme tres cosas, que te las concederé.

Por un momento el viejo judío no supo que contestar, pues siempre había sido una persona de necesidades sencillas, pero tras pensarlo un tiempo dijo: “Hace dos años que tengo goteras en mi tejado. Estoy muy mayor para repararlas y si no hago algo pronto el tejado se derrumbará sobre mi cabeza. ¿Podrías conseguir que alguien lo arreglara?

Napoleón lo miró con gran sorpresa y le contestó: “Puesto que ese es tu primer deseo así se hará, pero ¿cómo es que pides cosas tan triviales? ¿Cómo no pides cosas más importantes? No olvides que solo te quedan dos cosas por pedirme.”

El judío pensó las palabras del emperador y buscó algo importante y necesario que le pudiera pedir. Tras unos minutos formuló la segunda de sus peticiones: “En esta misma calle hay una sastrería, es mi competencia y me quita los pocos clientes que aún confían en mis torpes manos. ¿Podrías arreglarlo para que él se mudara a otro pueblo?”

Desde luego este viejo está chiflado – pensó el emperador – Puede pedir cualquier cosa y está malgastando uno a uno sus deseos. “Bien se hará como dices. ¿Cuál es tu último deseo?” dijo Napoleón con cierta impaciencia.

Al escuchar que era su último deseo, el viejo realmente se concentró en buscar algo que realmente le mereciera la pena, cuando de pronto los ojos se le iluminaron y descubrió cuál iba a ser su última petición: “Quisiera saber... ¿cómo te sentiste cuando, al estar escondido en el cesto, los soldados agujerearon las ropas con sus bayonetas?”

Al escuchar sus palabras Napoleón enfureció. “Pero, ¿cómo se te ocurre preguntar tal desfachatez? Definitivamente tú no puedes ser más que un viejo loco que no merece vivir. Ordenaré inmediatamente que te fusilen.”

El pobre sastre lloró y suplicó el perdón del emperador, pero Napoleón parecía fuera de sí, y sus soldados ya habían atado al judío dispuestos a cumplir las órdenes. Sin duda aquellas extrañas peticiones habían ofendido gravemente al emperador francés.

Aquella misma madrugada, el sastre fue sacado de su celda y conducido ante un grupo de soldados armados con rifles. Le vendaron los ojos y lo ataron a un árbol. El capitán encargado de la ejecución emplazó a  sus hombres y empezó la fatídica cuenta: “Preparados, apunten,…” Iba a pronunciar la última palabra cuando un oficial que había permanecido atento a toda  la operación detuvo la ejecución.

Los soldados bajaron sus armas y el oficial se acercó al viejo. Mientras le quitaba la venda de los ojos le dijo: “El emperador te perdona y te manda esta carta.”

El viejo sastre tomó la carta con sus manos temblorosas y la abrió. La carta decía así: “He sentido exactamente lo que tú ahora. Tu tercer deseo se ha cumplido.”

Desde aquel día el sastre conservó como un tesoro aquella carta y… jamás, jamás olvidó lo que había aprendido.

¡FELIZ REFLEXIÓN!




2 comentarios:

  1. Es muy gratificante escuchar y leer cosas que te aportan no solo en conocimientos sino también a tu vida personal. Gracias por transmitir tan bien, salí muy contenta de la charla tuya a la que asistí. Y gracias por poner estas cosas tan maravillosas en el blog que nos hacen reflexionar y pensar en las cosas tan valiosas que tenemos en la vida y que podemos llegar a conseguir. Un fuerte abrazo. Silvia.

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    1. Gracias por el comentario Silvia. Fue un placer y una suerte que coincidiéramos. Estamos en contacto.
      Un abrazo.

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