"El primer paso de la ignorancia es presumir de saber" Baltasar Gracián.
Es difícil ponerse frente al espejo y reunir la dosis
necesaria de autocrítica para reconocer las virtudes y defectos propios. Casi
me atrevería a afirmar que es un ejercicio que
roza lo imposible. De hecho, nuestra mente está programada justo para lo
contrario. Venimos de serie equipados con una compleja serie de mecanismos de
autodefensa que se activan para protegernos frente a las amenazas del entorno
y, por supuesto, especialmente ante los ataques propios que, por otra parte,
acostumbran a ser los más peligrosos y encarnizados. Así, nuestra mente está
siempre alerta para, en el caso de que las cosas nos vengan mal dadas,
dulcificar los hechos y llevarlos a nuestro terreno, encontrando convincentes
argumentos que nos eximan de toda responsabilidad. Nos adentramos así en el
fértil terreno de las excusas, los infortunios y las justificaciones, que nos
sirven para poner a salvo nuestra autoestima. Este proceso, en principio
positivo, no deja de estar exento de ciertos riesgos.
Así, un exceso de celo en nuestra autoprotección nos lleva a
inventar una realidad paralela, en la que desfiguramos de tal manera los hechos
que los dejamos prácticamente irreconocibles. Todo con tal de evitar asumir la
más mínima autocrítica, todo con tal de mantener a salvo nuestro orgullo,
nuestro ego. Acostumbrados a ver el mundo de esta manera (la nuestra),
rechazamos cualquier argumento que mínimamente ponga en entredicho nuestras
convicciones, nos enrocamos en ellas, nos endiosamos y convencemos de que somos
poseedores de verdades universales y esto, paradójicamente, nos convierte en
ignorantes. Adentrados en este sendero es cada vez más difícil salir de él,
puesto que la ignorancia es una bestia prepotente y fanática que suele alimentarse
de sus propios comentarios. Como dice el refrán la ignorancia es la madre del
atrevimiento.
Una de las fórmulas más eficaces para sacudir nuestra
consciencia y despertarnos de ese falso sueño es ver reflejadas nuestras
actitudes en los demás. Todas las trabas y dificultades que encontramos para la
crítica propia se esfuman cuando cambia el objetivo. Cuando se trata de linchar
al otro, todo el mundo parece sentirse autorizado. Sin embargo, lo realmente
doloroso sucede cuando en medio de ese linchamiento colectivo, seguramente con
nuestras barreras defensivas aturdidas, nos damos cuenta de que las pedradas
que con más rabia lanzamos son las que dirigimos hacía nuestros propios
defectos. De repente reconocemos en la paja del ojo ajeno la viga propia. Es el
momento de la sacudida, del despertar de la consciencia, el momento afortunado en
el que se enciende la luz y podemos ver… o no. Porque no hay mayor ciego que el
que no quiere ver.
A menudo suelo utilizar “cortos” en clase con mis alumnos y
considero que son una buena herramienta para conseguir ese despertar, esa
reflexión en el fondo propia, pero en la forma ajena. Para mí suponen una
estrategia perfecta para invitarles a enfrentar sus excusas y sus miedos. La
semilla está sembrada, que consiga o no el objetivo eso solo el tiempo lo dirá.
Recientemente he descubierto una de esas “semillas” para
despertar consciencias en el cortometraje “Pipas” de Manuela Moreno. El corto
es una joya de poco más de tres minutos que recoge a la perfección este
objetivo. Una invitación en toda regla a mirarse el ombligo dirigida a los
jóvenes y también a la sociedad en general (especialmente al sector educativo)
que consiente que se expanda el virus de la ignorancia, ajena a los peligros
que ello comporta. También en esto me sirve el título del post de hoy...
¡FELIZ REFLEXIÓN!