
Con el año que termina se acaba también el proyecto formativo
al que he estado vinculado estos últimos años. Han sido días emocionalmente intensos,
cargados de despedidas y de buenos deseos. Esta semana me despedía de los que
han sido mis compañeros de andadura profesional durante este tiempo, con la
promesa (y la esperanza) de mantener el contacto. Han sido días de traslado
(más emocional que físico), de intentar acomodar en una caja unos cuantos papeles
y un buen puñado de recuerdos. Han sido días de detalles, de gestos, de miradas
más que de palabras que no eran necesarias. Todos nos habíamos ido haciendo a
la idea durante los últimos meses. Aunque en realidad, creo que uno no está
nunca del todo preparado para ese último instante, el de cerrar la puerta (la
física y la emocional).
Estos días tuve que preparar mí, necesariamente breve,
discurso de despedida para los alumnos y un buen montón de momentos volvieron a
mi memoria. Como suele ocurrir, las desavenencias y desencuentros, los
conflictos y los reproches, nuestros roces diarios, han ido perdiendo fuerza
con el paso del tiempo, hasta quedar relegados al anecdotario de las tonterías
sin importancia. Por el contrario, los buenos momentos compartidos irán expandiéndose
hasta convertirse en recuerdos imborrables.
Mientras repasaba fotografías y elegía palabras de despedida, quien sabe por qué misterioso mecanismo de la memoria, recordé una antigua serie policíaca que emitían en televisión cuando yo era niño. Me vino a la mente aquella famosa escena, que se repetía en cada capítulo de la serie Canción triste de Hill Street en la que el veterano sargento Esterhaus, tras repartir ordenes y consejos a sus muchachos, se despedía de ellos con aquella coletilla del "... y tengan mucho cuidado ahí fuera". Pensé que sería una buena manera de despedirnos, pensé que aquellas palabras resumían mis anhelos, aunque también sabia de sobra que no tendría la entereza suficiente para pronunciarla. Finalmente no fueron estas mis palabras finales, aunque si la intención y el deseo.
Acaba el año y, para mí, es tiempo de cerrar una puerta. Pienso
que es bueno dedicarle su tiempo para hacerlo bien. Dejar que el tiempo cierre
heridas y acomode recuerdos, saborear lo mucho compartido y aprendido, sentarse
al borde del camino y observar pausadamente el trayecto recorrido. Dejar que pasen
los días para, llegado el momento, volver a fijar la vista en el horizonte y,
entonces, empezar a abrir las ventanas por las que entre la luz de los nuevos
proyectos.
¡FELIZ AÑO A TODOS!