Con frecuencia menospreciamos el poder de las palabras. Las
pronunciamos, las callamos, las compartimos con indolencia, con indiferencia,
casi con pereza. Sin embargo somos dueños de nuestras palabras, las poseemos,
las escogemos, las decimos, las revestimos de intención,… Pero son nuestras tan
solo durante un instante, mientras la buscamos, mientras la escogemos porque, al
pronunciarlas, ocurre algo tan extraño como paradójico puesto que no solo dejamos de ser dueños, sino que pasamos a convertirnos en esclavos de la palabra dada. Una vez arrojada la piedra, la mano no la puede
detener.
Utilizamos palabras constantemente, no solo para comunicarnos con los demás sino
también, y puede que esta sea la conversación más importante que mantenemos
cada día, para hablar con nosotros mismos. A estas palabras las llamamos
pensamientos, pero en el fondo no son nada más (ni nada menos) que palabras.
Palabras que escogemos, palabras que poseemos y palabras que lanzamos, esta vez
a nosotros mismos, pero que, de la misma manera, una vez pensadas, dejan de
pertenecernos, incluso al contrario, nos poseen.
Sin embargo, durante ese instante previo, cada cual decide,
cada cual escoge. Palabras sí, pero también consecuencias. En función de las palabras
escogidas el efecto en nuestra consciencia, en nuestro ánimo, en nuestra
actitud será distinto. Podemos elegir palabras que nos anclen en el dolor o
palabras que nos inunden de esperanza, podemos escoger palabras que alimenten
nuestros miedos o que los debiliten. Porque no es lo mismo un pero que un
quizás. Porque hay palabras que hieren y otras que curan. Porque hay palabras que cierran puertas y palabras que las entornan y porque, en el fondo,
nuestro cerebro está programado para creer que todo lo que le decimos es verdad.
Así pues, ya que podemos elegir, vale la pena hacer el
esfuerzo de medir bien las palabras que decimos y que nos decimos. Porque no es
lo mismo perdonar que olvidar, porque el arrepentimiento nunca repara por
completo el daño ocasionado. Con todo, siempre estamos a tiempo de manipular
nuestro discurso interior, de tomar las riendas de nuestros pensamientos,
de empezar a hablarnos con el respeto y
el cariño que nos merecemos.
Puestos a elegir… en esta semana de remontadas imposibles, en estos días de futuros imposibles, en estas vidas de sueños imposibles,... yo escojo escoger mis palabras, yo escojo abrir la puerta a la épica,... yo, me quedo con improbable. ¿Y tú?
¡FELIZ REFLEXIÓN!